Full text: segunda série, tomo 8 (1866) (1866,8)

  
506 
«| Dios mio! ¡Dios mio! haced que ahora 
triunfen los franceses, que sus pobres heridos 
serán recogidos, toda vez que los prusianos y 
cosacos no pensarian sino en los suyos y nos 
dejarian morir á todos.» 
No hacia ya caso del sargento y solo mira- 
ba como los artilleros prusianos cargaban sus 
cañones, apuntaban y hacian fuego , maldi- 
ciéndoles en el fondo de mi alma; pero de 
repente eia con inefable gozo los gritos de 
«Viva el emperador!» que empezaban á su- 
bir del valle y que se percibian en el interva- 
lo de las detonaciones de la artillería. 
En íin, á los veinte minutos los prusianos 
y los rusos empezaron á retroceder; volvian 
á pasar precipitadamente por la calle donde 
nos hallábamos para salir del pueblo por el 
otro lado, Entretanto iban oyéndose mas de 
cerca log gritos de «Viva el emperador l» Los 
artilleros que estaban enfrente de nosotros 
trabajaban como endemoniados para cargar y 
disparar los cañones, cuando llegaron cuatro 
balas en medio de ellos, rompiendo una rueda 
y cubriéndoles de tierra. Una de las piezas ca- 
yó á un lado, y quedaron muertos dos artille- . 
xos y heridos otros dos, Entonces senti que 
una maño me cogía por el brazo; volvime 
y ví al viejo sargento medio muerto que me 
miraba riendo de una manera extraña. El te- 
cho de nuestra barraca se hundia, la pared 
se inclinaba, pero nosotros no hacíamos caso 
alguno; solo yelamos la derrota del enemigo, 
y no ojfamos, en medio de tan espantoso ruido, 
sino los grito cada vez mas próximos de nues- 
tros soldados. De repente el sargento com - 
pletamente pálido dijo: «¡Hélo aqui! » E in- 
clinado hácia adelante, arrodillado, y con una 
mano en el suelo y la otra levantada gritó con 
voz terrible: « Viva el emperador!» en segui- 
da cayó y quedó muerto. 
Yo tambien me inclinó para mirar, y viá 
Napoleon que subia por entre el fuego, con 
“su sombrero hundido en su gran cabeza , su 
redingote oscuro abierto, una larga cinta en- 
carnada á través de su chaleco blanco , tran - 
quilo, frio, como si estuviera iluminado por 
el reflejo de las bayonetas. Todo cedia 4 su 
presencia; los artilleros prusianos abandona- 
ban sus piezas y saltaban la pared del jardin, 
á pesar de los gritos de sus oficiales que que- 
rian contenerlos. - 
Todo eso lo ví yo; lo tengo en la memoria 
como pintado con fuego; pero desde este mo- 
mento no recuerdo nada de. la batalla, porque 
con la esperanza de nuestra victoria habia 
perdido el sentido y era como un muerto en 
medio de todos aquellos muertos. E 
- 
HISTORIA 
XIV. 
Por la noche desperté y reinaba el mayor 
silencio; las nubes corrian por el cielo, y la 
luna mirabá el pueblo abandonado, los caño- 
nes derribados y los montones de muertos, 
como mira desde el principio del mundo el 
agua que corre, la yerba que crece y las ho- 
jas que caen en otoño. Los hombres no son 
nada comparados con: las cosas eternas; los 
que van á morir lo comprenden mejor que lo3 
demás, : 
No podia menearme y sufria mucho; solo 
podia hacer uso de mi brazo derecho. Sin 
embargo logré levantarme apoyado en el codo 
y vi los muertos amontonados hasta el extre- 
mo de la callejuela; la luna les daba de lleno, 
y estaban blancos como la nieve; los unos con 
la boca y los ojos completamente abiertos; los 
otros con la frente contra el suelo con la car- 
tuchera y la mochila á la espalda y las manos 
agarradas en el fusil. Todo esolo veia poseido 
de inmenso terror, y los dientes me castafie- 
teaban de miedo. 
Quise pedir socorro y dí solo un débil grito 
como de un niño que solloza; dejé caerme 
pues lleno de desesperacion, Pero ese débil 
grito que habia dado en el silencio de la no- 
che hizo que muchos otros siguieran el ejera- 
plo; así es que se cian iguales gritos de todos 
lados; todos los heridos creian que les llegaba 
el socorro, y los que podian aun quejarse !la- 
maban con toda la fuerza de se voz. Esos 
gritos duraron algunos instantes, despues to- 
dos callaron, y solo oí el pausado resoplido 
de un caballo que estaba cerca de mi detrás 
del seto, Queria levantarse, y despues de 41- 
gun esfuerzo volvia á caer. : 
Con la fuerza que hice para apoyarme so- 
bre el codo se abrió de nuevo mi herida y sen- 
tí otra vez correr la sangre por mi brazo. En- 
tonces cerré los ojos para dejarme morir y me 
vinieron á la memoria como un sueño todas 
las cosas lejanas desde el tiempo de mi pri- 
mera infancia : la aldea, mi pobre madre cuan- 
do me tenia en sus brazos y cantaba para que 
me durmiera, el pequeño cuarto, la vieja al- 
coba, nuestro perro llamado Pommer, que 
jugaba conmigo y me hacia rodar por el sue- 
lo, mi padre que regresaba por la noche lleno 
de alegría con el hacha al hombro y que me 
tomaba en sus anchas manos para abrazarme. 
- Yo pensaba: «¡Ah! pobre madre... pobre 
padre!... si hubieseis sabido que criabais á 
yuestro hijo con tanto amor y tantas fatigas 
para que pereciera un dia miserablemente, 
solo, léjos de todo auxilio... ¡cuáles no hu- 
bieran sido vuestro desconsuelo y vuestras 
  
j 
A 
'
	        
© 2007 - | IAI SPK
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.