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Sobrehumanos para verla y mi corazon se en-
tregaba á la esperanza. Queria gritar, pero
mi voz no pasaba de mis labios; el ruido de
la Invia al caer sobre los árboles y sobre los
techos lo ahogaba todo, y sin embargo decia
para mi: «Me oyen... ya vienen...» Parecía-
me ver que la linterna subia por el sendero
del jardin y que la luz aumentaba cada pa-
$0; pero despues de haber errado algunos ins-
tantes en el campo de batalla, entró lenta-
Mente por una quebradura del terreno y des-
apareció,
Entonces volví á caer sin conocimiento.
XV.
Cuando recobré el sentido encontréme en el
interior de un gran cobertizo en forma de
mercado , sostenido por pilares; un enfermero
me daba á beber vino y agua, que me senta-
ba muy bien. Al abrir los ojos ví 4 un solda-
do con bigote cano que me levantaba la cabe-
za y sostenia el vaso en mis labios.
— ¡Hola! me dijo con buen humor, ¿parece
que estamos mejor? ;
No pude dejar de sonreir al pensar que
vivia aun. Tenia el pecho y el hombro izquier-
do sólidamente vendados; sentia allí como una
especie de: quemadura , pero eso poco me im-
portaba desde el momento que vivia.
Empecé por mirar las gruesas vigas que se
eruzaban en el techo y las tejas por entre las
que entraba la luz por mas de un sitio; des-
pues volví la cabeza y reconocí que estaba en
uno de estos vastos cobertizos donde los eer-
veceros Gel pais ponen al abrigo de la intem -
perie sus toneles y sus carros. Al derredor
del cobertizo sobre colchones y jergones habia
una multitud de heridos, y en el centro, so-
bre una gran mesa de cocina, un primer mé-
dico y sus dos ayudantes, con las mangas de
la camisa arremangadas, cortaban una pierna
á un herido, que daba gritos desgarradores,
Detrás de ellos habia un monton de brazos y
Piernas que me causaban una dolorosa impre-
sion, |
Cinco Ó seis soldados de infantería daban de
beber 4 los heridos, con jarros y vasos.
Pero lo que me causó mayor impresion fué
ese médico en mangas de camisa que cortaba :
sin hacer caso de nada; tenia una gran nariz,
las mejillas ahuecadas, y se incomodaba cada
minuto con sus ayudantes, porque no le
daban con bastante rapidez los cuchillos , las
pinzas, las hilas, el lienzo; $ porque no en-
jugaban en seguida la sangre con la esponja.
- Y sin embargo no lo hacian del todo mal,
E
HISTORIA
Puesto que en cosa de un cuarto de hora ha--
bian cortado ya dos piernas, ;
En la parte exterior, arrimado á los pilares:
habia un gran carro lleno de paja.
Acababan de extender sobre la mesa una
especie de granadero ruso, que tendria á lo
menos seis piés de estatura, atravesado el cue-
llo por una bala cerca de la oreja, y en el mo-
mento en que el médico pedia los bisturis pa-
ra hacerle una operacion, pasó otro médico:
por delante del cobertizo, un médico de caba-
llería, grueso, corto y picado de viruelas.
Llevaba una cartera debajo del brazo, y se
detuvo cerca del carro, gritando con tono ale-
gre:
—¡ Hola, Fore] !
—¡Hola! sois vos, Duchene! respondió:
nuestro médico. ¿Cuántos heridos hay?
—De diez y sicte á diez y ocho mil.
—¡ Diablo! ¿y qué tal vamos esta mañana?
-"«-No va mál. Voy á ver si encuentro algo
para comer.
Nuestro médico salió del cobertizo para es-
trechar la mano á su compañero; pusiéronse
á hablar tranquilamente, en tanto que los
ayudantes echaban un trago y que el ruso
hacia gestos de desesperacion.
—Mirad, Dachene , no teneis mas que se-
guir la calle hasta llegar 4 aquel poso, ¡ veis?
—Muy bien. E
—En frente mismo encontrareis la cantina.
—Bien , gracias, echo á correr.
El médico de caballería partió, y el nuestro
le dijo:
—Que haya buen apetito, Duchene.
Despues volvió al lado del ruso que le es-
peraba, y empezó por abrirle el cuello desde
la nuca hasta el hombro. Trabajaba de muy
mal humor, diciendo 4 los ayudantes :
—Vamos, señores, vamos,
El ruso suspiraba, como puede calcularse;
pero el médico no le hacia caso; y por fin ar-
rojando una bala al suelo le puso un vendaje
dijo:
— Quitadle de ahi.
Levantaron al ruso de la mesa, le exten .
dieron sobre un jergon, y trajeron otro he-
rido, :
Jamás hubiera creido que semejantes cosas
pasasen en el mundo; pero otras yí aun cuyo
recuerdo no se borrará jamás de mi memoria.
A cinco Ó seis camas de la mia estaba sentado.
un cabo viejo con la pierna vendada; guiña-
ba el ojo, y le decia á su vecino 4 quien aca-
baban de cortar un brazo:
. —Recluta, mira en ese monton; apuesto á.-
que no reconoces tu brazo. :
El recluta, perdido el color, sin embargo
de que habia mostrado el mayor valor en la.
operacion, miró 6 inmediatamente perdió el