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mento; nosotros nos encontrábamos todavía 6
una: legua de la ciudad, y ya nos velamos
obligados á hablar muy recio para oirnos. Te-
dos nos mirábamos;, cubierto el rostro de una
extremada palidez, como para decirnos:
—Hé ahi lo que se llama una batalla li
Hl sargento Pinto gritaba:
-—Esto es mas serio que en Eylau!
Ni él, ni Zebedé, ni yo, ninadie veia ya;
pero galopábamos con afan, mientras que los
oficiales repetian sin cesar: 000
—Adelante!... adelante]... e
Esto explica como los hombres pierden la
esbeza; el amor patrio nos animaba , pero mas
aun el furor de batirnos. ; :
A eso de las once descubrimos el campo de
batalla, 4 una legua mas allá de. Leipzig.
Veíamos los campanarios de la ciudad cubier-
tos de gente, y las antiguas murallas ¿por las
cuales tantas veces me habia paseado pensan-
do en Catalina. En frente de nosotros , á 1200
6, 1500 metros, estaban alineados dos regi-
mientos de lanceros rojos, y un.poco á la iz-
quierda, dos ó tres regimientos de cazadores
de á caballo, en las praderas del Partha. Los
convoyes que venian de Duben desfilaban en-
tre estos regimientos Mas léjos, á lo :argo de
una pequeña cuesta, estaban escalonadas, de
espaldas á la ciudad, las divisiones Ricard,
Dombrowski, Souham y muchas otras. Habia
dispuestos para marchar cañones y Cajones,
las cañoneras y los soldados de la artilleria
rodada. — En fin, detrás de todo, sobre la
colina, al rededor de una de esas antiguas
granjas de techo aplastado y anchos coberti-
zos, como se encuentran en aquel país, bri-
llaban los uniformes del estado mayor...
Era el ejército de reserva, mandado por el
mariscal Ney; su ala izquierda estaba en eo-
municacion con Marmont, apostado en el ca-
mino de Hall, y su ala derecha con el grande
ejército mandado por el emperador en perso-
ns. De suerte que nuestras tropas formaban
por decirlo así un gran circulo, al rededor de
Leipzig, y los enemigos, que MHegaban de to-
dos lados, procuraban darse Ja mano para ha-
cer un circulo mas grande aun al rededor de
nosotros, y encerrarnos en la ciudad como en
una ratonera.
Viientras tanto se daban tres terribles bata-
llas á un mismo tiempo; una contra los aus-
triacos y los rusos en Wachau; otra, contra
los prusianos en Mockern, en la carretera de
Hall, y la tercera en el camino de Lutzen,
para defender el puente de Lindenan atacado.
or el general Giulay... A :
Estas cosas no las supe hasta mas tarde;
pero cada uno debe contar lo que han visto
sus propios ojos: de este modo el mundo lle-
ga al conocimiento de la verdad.
EISTORIA
XVII.
El batallon empezaba á bajar de la colina.
en frente de Leipzig para reunirse con nues-
tra división, cuando vimos que venia á todo-
escape hácia nosotros atravesando la gran pra-
dera un oficial de estado mayor. En dos mi-
nutos estuvo junto 4 nosotros ; el coronel Lo-
rain corrió á su encuentro, cambiaron algu-
nas palabras, despues de las cuales el oficiab
volvió 4 partir. Centenares de oficiales iban
así por la llanura trasmitiendo órdenes.
—-Por fila á la derecha ! gritó el coronel, y
tomamos la direccion de un bosque que estaba.
5, nuestras espaldas, y que sigue la carretera
de Duben casi media legua. Este bosque era
de hayas, pero tambien se encontraban en él
abedules y algunas encinas. Una vez nes ha-
“llamos en el lindero, se nos hizo renovar el
cebo de nuestros fusiles, y el batallon se des-
plegó por el bosque en guerrillas. Nosotros
estábamos escalonados Á veinte y cinco pasos
el uno del otro, y avanzábamos abriendo los
ojos, como se puede imaginar. El sargento
Pinto decia 4 cada minuto:
—Poneos á cubierto!
Pero no tenia necesidad de prevenirnos,
pues todos levantábamos las orejas y nOs Aapre-
surábamos á alcanzar algun corpulento árbol,
y mirar con cautela antes de ir mas léjos...
H6 aqui 4 qué pueden estar expuestos los
hombres en la vida por pacíficos que sean |
Así marchamos durante diez minutos, des-
pues de los cuales no viendo cosa alguna
empezábamos á tranquilizarnos, cuando de
repente resonó un tiro... luego otro , despues
dos, tres, seis, por todos lados en fin, 4 lo
largo de la línea, y €n el mismo instante veo
caer 4 mi compañero dela izquierda. Esto me
despertó... Miro del otro lado, y ¡ qué es lo
que descubro á cincuenta Ó á sesenta pasos
de mí? un viejo soldado prusiano, con su pe-
queño morrion cob cadenilla , Y SUS grandes
bigotes rojos inclinados sobre la llave de su
fusil, que me apunta cerrando el ojo. Bajéme
mas veloz que el viento y al mismo tiempo
vigo la detonacion. Algo eruje en mi cabeza.
Llevaba en mi chakó el frasco de la pólvora,
el cepillo, el peine y el pañuelo, y la bala
de aquel tunante me lo rompió todo. — Un
frio glacial recorrió todo mi cuerpo. ..
—Acabas de escapar de una buena! me
gritó el sargento echando á correr; y YO que
no queria quedarme solo en semejante sitio,
le segui bien pronto. o
El subteniente Bretonville, con su sable
debajo del brazo, repetia:: 5
,
A
e