Full text: segunda série, tomo 8 (1866) (1866,8)

  
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mento; nosotros nos encontrábamos todavía 6 
una: legua de la ciudad, y ya nos velamos 
obligados á hablar muy recio para oirnos. Te- 
dos nos mirábamos;, cubierto el rostro de una 
extremada palidez, como para decirnos: 
—Hé ahi lo que se llama una batalla li 
Hl sargento Pinto gritaba: 
-—Esto es mas serio que en Eylau! 
Ni él, ni Zebedé, ni yo, ninadie veia ya; 
pero galopábamos con afan, mientras que los 
oficiales repetian sin cesar: 000 
—Adelante!... adelante]... e 
Esto explica como los hombres pierden la 
esbeza; el amor patrio nos animaba , pero mas 
aun el furor de batirnos. ; : 
A eso de las once descubrimos el campo de 
batalla, 4 una legua mas allá de. Leipzig. 
Veíamos los campanarios de la ciudad cubier- 
tos de gente, y las antiguas murallas ¿por las 
cuales tantas veces me habia paseado pensan- 
do en Catalina. En frente de nosotros , á 1200 
6, 1500 metros, estaban alineados dos regi- 
mientos de lanceros rojos, y un.poco á la iz- 
quierda, dos ó tres regimientos de cazadores 
de á caballo, en las praderas del Partha. Los 
convoyes que venian de Duben desfilaban en- 
tre estos regimientos Mas léjos, á lo :argo de 
una pequeña cuesta, estaban escalonadas, de 
espaldas á la ciudad, las divisiones Ricard, 
Dombrowski, Souham y muchas otras. Habia 
dispuestos para marchar cañones y Cajones, 
las cañoneras y los soldados de la artilleria 
rodada. — En fin, detrás de todo, sobre la 
colina, al rededor de una de esas antiguas 
granjas de techo aplastado y anchos coberti- 
zos, como se encuentran en aquel país, bri- 
llaban los uniformes del estado mayor... 
Era el ejército de reserva, mandado por el 
mariscal Ney; su ala izquierda estaba en eo- 
municacion con Marmont, apostado en el ca- 
mino de Hall, y su ala derecha con el grande 
ejército mandado por el emperador en perso- 
ns. De suerte que nuestras tropas formaban 
por decirlo así un gran circulo, al rededor de 
Leipzig, y los enemigos, que MHegaban de to- 
dos lados, procuraban darse Ja mano para ha- 
cer un circulo mas grande aun al rededor de 
nosotros, y encerrarnos en la ciudad como en 
una ratonera. 
Viientras tanto se daban tres terribles bata- 
llas á un mismo tiempo; una contra los aus- 
triacos y los rusos en Wachau; otra, contra 
los prusianos en Mockern, en la carretera de 
Hall, y la tercera en el camino de Lutzen, 
para defender el puente de Lindenan atacado. 
or el general Giulay... A : 
Estas cosas no las supe hasta mas tarde; 
pero cada uno debe contar lo que han visto 
sus propios ojos: de este modo el mundo lle- 
ga al conocimiento de la verdad. 
EISTORIA 
XVII. 
El batallon empezaba á bajar de la colina. 
en frente de Leipzig para reunirse con nues- 
tra división, cuando vimos que venia á todo- 
escape hácia nosotros atravesando la gran pra- 
dera un oficial de estado mayor. En dos mi- 
nutos estuvo junto 4 nosotros ; el coronel Lo- 
rain corrió á su encuentro, cambiaron algu- 
nas palabras, despues de las cuales el oficiab 
volvió 4 partir. Centenares de oficiales iban 
así por la llanura trasmitiendo órdenes. 
—-Por fila á la derecha ! gritó el coronel, y 
tomamos la direccion de un bosque que estaba. 
5, nuestras espaldas, y que sigue la carretera 
de Duben casi media legua. Este bosque era 
de hayas, pero tambien se encontraban en él 
abedules y algunas encinas. Una vez nes ha- 
“llamos en el lindero, se nos hizo renovar el 
cebo de nuestros fusiles, y el batallon se des- 
plegó por el bosque en guerrillas. Nosotros 
estábamos escalonados Á veinte y cinco pasos 
el uno del otro, y avanzábamos abriendo los 
ojos, como se puede imaginar. El sargento 
Pinto decia 4 cada minuto: 
—Poneos á cubierto! 
Pero no tenia necesidad de prevenirnos, 
pues todos levantábamos las orejas y nOs Aapre- 
surábamos á alcanzar algun corpulento árbol, 
y mirar con cautela antes de ir mas léjos... 
H6 aqui 4 qué pueden estar expuestos los 
hombres en la vida por pacíficos que sean | 
Así marchamos durante diez minutos, des- 
pues de los cuales no viendo cosa alguna 
empezábamos á tranquilizarnos, cuando de 
repente resonó un tiro... luego otro , despues 
dos, tres, seis, por todos lados en fin, 4 lo 
largo de la línea, y €n el mismo instante veo 
caer 4 mi compañero dela izquierda. Esto me 
despertó... Miro del otro lado, y ¡ qué es lo 
que descubro á cincuenta Ó á sesenta pasos 
de mí? un viejo soldado prusiano, con su pe- 
queño morrion cob cadenilla , Y SUS grandes 
bigotes rojos inclinados sobre la llave de su 
fusil, que me apunta cerrando el ojo. Bajéme 
mas veloz que el viento y al mismo tiempo 
vigo la detonacion. Algo eruje en mi cabeza. 
Llevaba en mi chakó el frasco de la pólvora, 
el cepillo, el peine y el pañuelo, y la bala 
de aquel tunante me lo rompió todo. — Un 
frio glacial recorrió todo mi cuerpo. .. 
—Acabas de escapar de una buena! me 
gritó el sargento echando á correr; y YO que 
no queria quedarme solo en semejante sitio, 
le segui bien pronto. o 
El subteniente Bretonville, con su sable 
debajo del brazo, repetia:: 5 
  
, 
A 
e
	        
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