516
Ya perdiamos la esperanza de encontrar á
los viajeros, cuando mas arriba de donde es-
tábamos vimos un mulo que bajaba de las al-
turas. ¿e
Para no espantarle nos ocultamos detrás de
una peña, y cuando pasó junto á nosotros,
mi compañero le impidió el paso, mientras yo
le cogia de las riendas,
Era el mismo en que iba montada Emilia
or la mañana ; bien le reconocia.
Este encuentro nos sumió á los dos en un
océano de temores á cual mas siniestros.
Pero sin perder tiempo en lamentos inúti-
les, el francés monta el mulo mientras lo ar-
reaba yo para que nos sirviese de guia.
Al llegar á lo alto de una meseta descu-
bierta , arrojóse el animal hácia la izquierda
siguiendo una pendiente rápida, al par que se
esforzaba en derribar á su ginete, pero es-
te se aguantó firme en la silla , y poco tar-
dé 'en perderlos de vista.
Me quedé pues solo, presa de la mas viva
inquietud y no sabiendo á dónde dirigirme.
Por fin me resolví á seguir las huellas que
dejara el animal cuando lo encontramos,
Acertada fué la idea, pues luego me encon-
tré cara á cara con un hombre que bajaba por
la cuesta.
Era el guia que iba en busca de su cabal-
gadura. ;
—Ya tenemos el mulo, le dije, pero ¿en
dónde se han quedado los viajeros 1
—¡ Acaso lo sé ? la nieve, el viento, los re-
l£mpagos nos han cegado á todos. Cada uno
de los guias llevaba del cabestro un mulo, sin
cuidarse de los demás ; por lo tanto no sé lo
que habrá sido de mis compañeros. Por for-
tuna he podido dar con una cueva ahí cerca;
en ella se ha refugiado la señorita. ¡ Pobre ni-
ña | está muy angustiada! teme por sus pa-
dres, y yo temo por ella, pues hace un frio
de mil demonios y de la cueva no la puedo
sacar sino á caballo, pues eso de andar á pié
por los hielos... ¡ ca! ni daria veinte pasos.
Las palabras del arriero me hicieron pasar
de la mayor angustia á los trasportes de la
mos viva alegría.
No solamente no corria peligro Emilia, sino
que se hallaba no léjos de mi.
—Amigo, le dije al guia, váyase V. en
busca de la caravana , que yo 4 la cueva me
voy y le estaré esperando allí. ¡ En donde
está la cueva ?
—Ahí cerca, me contestó, señalándome una
peña negruzca; siga V. esa hilera de pedrus-
cos y llegará sin peligro de extraviarse.
Allí pues me fui volando, el amor me daba
alas.
Al verme, un vivísimo rubor coloreó las
mejillas de la jóven ; abandonó el fondo de la
INGLESRS
gruta en donde se habia refugiado sin duda
para estar mas al abrigo del frio, y acudió
presurosa á la entrada como para colocarse
bajo el amparo de la luz del cielo y de Dios..
Aquel movimiento de recelo, por mas na-
tural que fuese de parte de una jóven recata-
da y pura, me lastimó el orgullo, pues el
sentimiento que me habia inspirado era para
ella mejor salvaguardia que otra ninguna..
¿Acaso no queria hacer de ella mi esposa y
la madre sin tacha de mis hijos ?
Empero, sin dejar que nada trasluciese de
mi despecho, muy al contrario, aparentando-
cuanta tranquilidad me era dable tener em
medio de mi turbacion, conté 4 Emilia á qué-
série de circunstancias era deudor de la ventu-
ra de hallarme á su lado.
- Le participó las providencias que acababz
de tomar para que cuanto antes se juntara com
sus padres, quienes sin duda alguna se ha-
llarian tranquilos en este momento respecto £.
su hija querida,
Alentado por la viva satisfaccion que le da-
ban estas nuevas tan buenas para ella, le ha-
blé de modo que no le quedase ningun rece-
lo por hallarse á solas conmigo en un sitio
tan desierto.
Completo fué mi éxito, pues no tardé em:
werla confiada y tranquila cual si estuviese al.
lado de un hermano.
Esta confianza que me demostraba la niña
fué para mi uno de los goces mas grandes de:
que haya disfrutado en la vida,
En aquel momento dejaba de nevar, y el
viento que reinaba cual soberano en las altu-—
ras, sostenia muy arriba en el cielo las pe-
sadas nubes que hacia poco iban arrastrándo-
se por la falda de los montes. -
Una luz triste y lúgubre alumbraba las c?-
mas cubiertas de nieve, mientras una oscuri -
dad húmieda reinaba en el fondo de los valles:
y gargantas.
“Ambos nos sentamos en la entrada de la:
gruta, y fija la mirada sobre aquel imponente
cuadro , hablamos de las aventuras de la jor-
nada, de los furores de la tempestad , de los.
magníficos contrastes que habiamos presencia-
do en el trascurso de algunas horas.
Despues poco á poco, insensiblemente, fué
la plática deslizándose hácia cosas mas Ínti-
mas: hablamos de las impresiones que mu-
tuamente habíamos sentido ; yo le hablé del
miedo que habia tenido por ella, de las crueles
angustias que habia padecido al pensar que 88-
taba en la montaña, con una tempéstad tam.
horrible. z ER
“ Confesóme ella, que despues de hallarse»
reunida con sus padres, contaria aquel dia en
el número de los mas placenteros de su vida ,,