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wersas ocasiones , una sincera deferencia y di-
ciéndole algunas veces: «Yo sé bien que á
vuestro lado, no soy mas que un perezoso y
un ignorante. Pero, valga por lo que valga, es
preciso tomarme tal como soy, porque no
puedo metamorfosearme.» Con María se mos-
traba atento, agasajador y muy solicito. Si
esta se presentaba, mientras empezaba á con-
tarle á Roberto alguna historieta picaresca ,
adoptaba en seguida un aire mas reservado y
una actitud respetuosa. Si queria pasear, la
acompañaba con vigilante solicitud , le tendia
la mano para ayudarla á salvar un mal paso ,
retiraba ys ramas de árboles caidas sobre los
senderos, y, euando queria sentarse, buscaba
con cuidado el mejor sitio sobre el césped. Si
el tiempo no permitia pasear, se dedicaban en-
trambos á la música. Sabia lo bastante para
acompañarla al piano, y cantaba con agrada-
ble voz. Algunas veces, aunque la inmovilidad
no fuera para él una empresa fácil, asistia tran-
quilamente á una larga lectura. Algunas veces
contaba á María diversos episodios de su vida
de estudiante (por supuesto los mas conve-
nicntes ), y la vida de invierno en la buena so-
ciedad de Metz: los espectáculos y los con-
ciertos , las recepciones oficiales, y los bailes
en los salones del prefecto ó del primer presi-
dente. La jóven le escuchaba con sencilla cu-
riosidad, Ella no conocia del mundo mas que
el convento donde se habia educado y su al-
dea de Saulnes. Jamás habia entrado en un
teatro ; jamás habia visto bailar un simple ri-
godon, y todas aquellas descripciones de salas .
iluminadas, de brillantes tocados, y de dan-
zas nocturnas , eran para ella como las extra-
ñas relaciones que refieren los viajeros de las
regiones lejanas, Algunas veces tambien,
cuando Victor debia comer en Saulnes, lleva-
ba consigo su trompa de caza , y se iba con el
hermano y la hermana á posarse en el terra-
plen de la Sauvage, una de las estaciones fa-
voritas de la jóven, y allí tocaba vigorosamen-
te largas y alegres tocatas. María , sentada en
el suelo, con las manos cruzadas sobre las ro-
dillas, inmóvil y muda, se deleitaba oyendo
aquella música que resuena tan armoniosa-
mente, en la profundidad de los bosques, con
el silencio de la noche. Al verla entonces, en
su graciosa actitud, con su casta fisonomía,
su mirada pensativa , sus bucles caidos y mo-
vidos por una acariciadora brisa, se hubiera
dicho que era una hada de las leyendas, en
su mágico reino sorprendida por una nueva
melod:a,
En las constantes atenciones de Victor con
María, nada indicaba lo que se llama un tier-
no sentimiento. El futuro consejero de pre-
fectura no procuraba nunca, como un enamo-
rado, Ade algo apartado con la jóven;
%
no sentia nunca cerca de ella una tímida é in-
quieta turbacion, y jamás le habia dicho em
voz baja una palabra que pudiera turbarla.
Todo el ruido que hacia entonces la poesía ro-
mántica , las Meditaciones de Lamartine, las
Baladas de V. Hugo, los melancólicos en-
sueños de José Delorme , tampoco le conmo-
via. Si hubiera conocido los cuentos de España
y de Italia de Alfredo de Musset, le hubieran:
llamado mas bien hácia el movimiento de la:
nueva escuela. El no podia languidecer ni sus-
pirar y se mofaba 4 veces, con bastante im-
pertinencia, del sentimentalismo de su herma-
na. Lo que sentia por María , era solamente el
placer de contemplar 4 una dulce y amable:
señorita, y una especie de amor fraternal me-
nos profundo seguramente que el de Roberto
y masrespetuoso.
Por esta razon, María estaba contenta 4 su
lado. Cuando se separaba de ella, por la no-
che, leinvitaba sin temor á que volviera al dia.
siguiente. Le reñia cuando iba demasiado tar-
de, y le reprendia algunas veces como un
maestro severo: «Mirad, exclamaba, fruncien-
do sus graciosas cejas para darse un aire ter-
rible , mirad cómo habeis arrugado este cua--
derno de música, y ya habeis manchado este
libro que os presté enteramente nuevo.» «Qui-
tad de ahí, le decia algunas veces ; esta maña-
na al venir aquí, habeis fumado horriblemente:
y estoy segura que el tabaco era malo. Cuan-
do salgamos no os daré el brazo.» El se reia
y hacia el mimon , divirtiéndole que le riñeran
y provocaran de aquel modo , á manera de un:
perrazo que se deja arrastrar suavemente por
un niño gruñendo y luchando.
Sin embargo María sentia la necesidad de
verle sin que en su inocencia se diera cuenta
de ello, Roberto fué el primero que se aperci-
bió. Observó que cuando Víctor no iba, no se
mostraba tan complaciente como de. costum-
bre, y estaba como si le faltara algo. Como
era natural no pudo hacer esta observacion
sin que se alarmara su cariño fraternal. Era:
no solo el único hermano de María, sino su.
tutor, su único apoyo, su único guia. Reem-
plazaba á su lado á sus padres, y por este
motivo tenia que cumplir con ella graves de-
beres. «¡ Le amará ? ¡estará próxima á entre-
garle su corazon? decia para sí un dia que la
vió de nuevo taciturna y preocupada por la
ausencia de Víctor. Yo no sé absolutamente
quién son esas gentes con quienes hemos en-
tablado tan íntimas relaciones, y no sé tampo--
co si al relacionarnos” con ellos habremos co-
metido una imprudencia que deberé remediar:
lo mas pronto posible. »
Recordó entonces que uno de -sus camara-
das de promocion, cuyos padres habitaban en
Metz , debia ballarse en Tolon, y le escribió: