Full text: segunda série, tomo 8 (1866) (1866,8)

  
62 HIS TOBIA 
socio, y tomaré parte en vuestra empresa 
por los veinte mil francos. » 
Me miró con cara de beatitud, y me contes- 
tó tranquilamente: «Gracias! no os pesará.» 
Volvi 4 Saulnes, desenterré el cofrecillo y 
saqué de él la suma que habia ofrecido, Esta 
bastó apenas para cubrir los gastos de insta- 
lacion; añadi á ella una segunda para aumen. 
tar el material; luego una tercera y cuarta 
para formar un fondo de circulacion y agran- 
dar la fábrica; finalinente empleé en ella to- 
do el capital. Tenia confianza en nuestra em- 
presa, y me hallaba en la situacion de un ju- 
gador siguiendo intrépidamente su martingala. 
«Andad, andad, me decia Neuberg, con 
su buena y honrada fisonomía; no os pesará 
haber seguido mis inspiraciones, yo respondo.» 
Ni siquiera le ocurrió preguntarme de dón- 
de salia todo el dinero que le entregaba. No 
se informó de mi fortuna ni de mis antece- 
dentes. Era su socio capitalista y cumplia 
exactamente mis obligaciones. Esto era todo 
lo. que él deseaba. 
Despues de algunas tentativas poco hábiles, 
de algunos ensayos infructuosos, y de algu- 
nas pérdidas imprevistas, nuestra empresa dió 
resultados, en efecto, que dejaron muy atrás 
todas nuestras previsiones. En algunos años 
realizamos beneficios considerables, y el des- 
arrollo del comercio, favorecido por el aplas- 
tamiento del régimen revolucionario y por el 
vigoroso poder del consulado, nos hizo con- 
cebir todavía mayores esperanzas. 
Regresó á Saulnes. | 
En mi vanidad de jóven , era para mi un 
honor reaparecer rico , allí donde me habian 
visto en una situacion precaria. Compré el ter- 
reno lindante con mi primitiva morada , y en 
lugar de la casita donde mi padre y mi abue- 
lo habian vivido modestamente , hice cons- 
truir un vasto edificio. Luego, me casé con 
la excelente jóven que conocisteis, señor cu- 
ra, y esto eslo mejor que hice en mis tiempos 
de prosperidad. Si Dios hubiera conservado á 
mi lado aquella sencilla y virtuosa criatura, 
probablemente por su benigna influencia me 
hubiera preservado de mi caida. 
Al principio del consulado, un gran núme- 
ro de emigrados regresaron á Francia, Los hi- 
jes de Mme. de Saulnes no volvian y no oí 
hablar mas de ellos, Me figuró que habrian 
muerto , y si esto no era así, si de repente 
les veia reaparecer,..¡Si! decia dirigiéndome 
£ mí mismo esta reflexion, les devolvere lo 
que les pertenece. Pero, es necesario confe- 
sarlo, deseaba mucho que no volvieram 
Cuanto mas dinero ganaba , mas me aficionaba 
al negocio; no por avaricia, antes bien por 
una necesidad de lujo y de ostentacion. 
En el avaro como en el pródigo ¡ qué singu- 
lar efecto produce el amor al dinero! Es co- 
mo esas bebidas que en lugar de apagar la 
sed, la aumentan. Si no se le domina, uno se 
ve dominado por él. Las leyendas de la edad 
media nos presentan frecuentemente este pe- 
ligro por medio de sencillas imágenes. Cuan- 
, do el hombre se abandona á la pasion del di- 
nero, se presenta el diablo bajo la forma de 
un viejecito vestido de negro, á ofrecerle te- 
soros ocultos en las entrañas de la tierra. Si 
el hombre no sabe resistir Ó sustraerse á la 
tentacion, se ve obligado á renegar de Dios, 
de su fe y cae en las garras del espíritu infer- 
nal. 
Trascurrieron todavía algunos años. Nues- 
tra filatura estaba en su apogeo, y hacíamos 
lo que se llama en términos mercantiles so- 
berbios inventarios. —Y bien, os habia ofreci- 
do, me decia frotándose las manos el honrado 
Neuberg, que quedariais contento y esto to- 
davía no ha concluido. Yo, por mi parte, pien- 
so comprar, algun dia, un castillo en las már- 
genes del Rhin, en la comarca mas deliciosa, 
hácia Bingen; ¡y vos, querido Mazerolle? 
—Yo pienso asegurar sólidamente el por- 
venir de mis hijos. 
Mi esposa habia muerto y no queria vol- 
verme á casar. Todo mi cariño, todas mis afec- 
ciones estaban reconcentrados en mis hijitos 
Roberto y María, y me gozaba en la idea de 
formar á cada uno de ellos lo que se llama 
una bonita fortuna. De M. y Mme. de .Saul- 
nes nada se sabia. Evidentemente no exis- 
tian. 
Una mañana, estando yo ocupado en mi 
gabinete de despacho, una de mis criadas me 
anunció que una extranjera deseaba hablarme, 
—¿Quién es esa extranjera? pregunté yo 
con indiferencia continuando en mi trabajo. 
—Dice que se llama Mme. de Saulnes. 
La pluma se me cayó de la mano, y me le- 
vanté tan conmovido que la sirvienta debió 
observarlo, Debo advertir que esta sirvienta 
era muy mala. Yo lo sabia y no la conserva - 
ba mas que por haber cuidado muy bien á mi 
mujer, en su última enfermedad, y estaba 
avergonzado al pensar que en aquel momento 
me veia ruborizarme y palidecer. Pero yo no 
podia hacer otra cosaal recibir una nueva tan 
inesperada. | Mme. de Saulnes en mi casa, la 
emigrada 4 quien creia muerta! ¡ La esposa de 
mi antiguo amo! ¡La esposa del hijo de mi 
protectora! 
¿Cómo no me lanzaba á su encuentro ? ¡Có- 
mo no iba corriendo á prosternarme ante ella, 
á rogarla que me perdonara el temor que me 
habia impedido: contestar á las dos cartas de 
su marido , y á confesarle la deuda que habia 
contraido con eila? ] 
No, Yo no sentia al oir pronunciar su nem.. 
F 
  
 
	        
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