Full text: segunda série, tomo 8 (1866) (1866,8)

  
  
DE UN HEREDERO. ! : 67 
Un lindo sendero que segui cierto dia al re- 
gresar de la caza, el cual no conoces toda- 
Via, y al volver nos sentaremos en nuestra ro- 
Ca predilecta, 
—i Pero no has almorzado todavía 1 
—No tengo gana de almorzar. Así comeré 
Con mas apetito. : 
—¿No me engañas ? ¿Estás enfermo acaso? 
—No, tontilla, 
—i¡ Me lo juras 1 
—SI á fe. ¡ Vamos! 
María le miró otra vez para asegurarse de 
Que no la engañaba en realidad, y como su 
Crmano se sonriera de nuevo, fué en busca 
€ Su sombrilla y salieron á paseo. 
Anduvieron de un lado para otro, por su 
Camino habitual, álo largo del Moulaine, por 
Su valle favorito hasta llegar al lindero de la 
majestuosa selva que lo rodea. 
A pesar de los esfuerzos que hizo Roberto 
Para mostrarse alegre no pudo conseguirlo por 
Completo. Maria tambien se esforzaba en dis- 
trasrle , pero sin éxito; le relataba alguno de 
aquellos cuentos sencillos á merced de los 
Cuales le divertia con frecuencia. Le dirigia 
algunas preguntas á las que ordinariamente 
Se apresuraba á contestar. Pero ahora esta- 
1 pensativo y preocupado, escuchaba con 
fire distraido , y algunas veces se paraba á 
0 mejor de la conversacion cortando la frase, 
Como si se viera asaltado de repente por una 
idea que no podia dominar. Cada vez mas, 
María tenia el convencimiento de que le ago- 
iaba alguna pena y esto la afligia. Tambien 
a entristecia el no poderle consolar con su 
Cariño, con aquel franco, puro y expansivo ca- 
Yio de hermana, que tiene un carácter de 
duizura particular, que no se parece al de la 
amiga ; nial de la amante, nial de la madre. 
. Despues de haber andado errantes algun 
tiempo por silenciosos senderos, Roberto y 
María se dirigieron de comun acuerdo hácia 
2 plataforma del peñasco donde habian pa- 
Sado horas tan deliciosas. Se sentaron al lle- 
Sar á ella como lo habian hecho recientemen- 
*, uno despues de otro, pero no con la mis- 
Ma tranquilidad. 
“or una inclinacion natural, el hombre 
Vuelve 4 los sitios que le han agradado, espe- 
“2ndo encontrar en ellos la dicha que ha sen- 
Uo Otras yeces, Estos sitios son todavía los 
Mismos, y con frecuencia la memoria que con= 
Serva hace mas sensible el cambio que se ha 
Operado en él. 
| pié de la roca, el pequeño manantial 
“ontinuaba en silencio su obra de petrifica - 
"9n. Un poco mas abajo, el activo Moulaine 
EMpujaba sus laboriosas aguas sobre las gran- 
$S ruedas de las fábricas , y despues de ha- 
€r llenado este rudo trabajo , marchaba de- 
- fectuosamente con indolencia por en medio de 
los prados á adormecerse, como una princesa, 
en un lecho sembrado de nenúfares, deco- 
rado con ramilletes de vergis mein nicht, em- 
balsamado por el aroma de una espesa yerba 
buena. El césped del valle estaba ya marchi- 
to por la frialdad del otoño; pero la retama 
florecia todavía en los terrenos pedregosos, 
la madreselva en las colinas, y la vincapervin- 
, ca al pié de los mazorrales, la fiel vincaper- 
vinca que en invierno regocija al campesino 
con su verdor, como el petirrojo con su can- 
to. Por un lado y otro se distinguian tambien 
los frutos silvestres que reemplazan á las flo- 
res de estio, las ciruelitas ácidas del ciruelo 
silvestre , los granos de coral del agavanzo y 
del serbal, y por todas partes los bosques os- 
tentaban la variedad y el esplendor de su nue- 
vo traje: follaje de color de naranja en las 
hojas . follaje de púrpura en las encinas, fo- 
llaje de color de fuego en los abedules y en 
los cornizoz, : 
—¡Qué riqueza y al mismo tiempo qué ar- 
monía nos presentan esos distintos matices ! 
exclamó María, despues de haber paseado su 
mirada por el cinto de bosques que la rodea- 
ban, 
—Si, contestó Roberto; cualquiera diria 
que al terminar el estío, la naturaleza, al 
igual de un pintor que va á interrumpir su 
trabajo, esparrama á la vez todos los colores 
de su paleta, pero la naturaleza no los espar- 
ce al azar, los coordina y matiza hábilmen- 
te, y de este último retoño , hace todavía una 
obra sublime. 
— ¡Qué placer, añadió María, contemplar el 
espectáculo que presenta ante nuestros ojos 
el otoño, y qué tristeza pensar que todo esto 
desaparecerá en breve, que esos árboles se 
- desnudarán de sus hojas, que esas plantas, 
lozanas todavía , se inclinarán lánguidamente 
hácia el suelo, que la tierra se envolverá, co- 
mo un cadáver, en un blanco sudario, que el 
cielo estará cubierto de espesas nubes , y que 
en lugar del alegre murmullo de los insectos, 
del canto de la alondra y de la curruca, no 
oiremo mas que los lúgubres graznidos de los : - 
cuervos y los mugidos del viento! 
—Si , replicó Roberto. Pero dentro de al- 
gunos meses, todo renacerá y se avivará. Ca- 
da año, las flores y los pájaros tienen su in- 
vierno; cada año tambien su primavera. Pero 
en el hombre no sucede así ; cuando la pri- 
mavera-de su vida ha pasado, la invoca en 
vano, y no la reconquistará jamás. 
—Eso es muy sencillo. Las flores y los pá- 
jaros de que al parecer envidias la suerte no 
tienen mas que Una existencia efímera y ter- 
renal, en tanto que nosotros tenemos un al- 
ma que no puede morir, y nuestra vida en 
 
	        
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