Full text: segunda série, tomo 8 (1866) (1866,8)

  
  
  
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contestó Roberto con aire de humildad y ar- 
repentimiento, me he rebelado contra la vo- 
luntad de mi graciosa soberana , y para man- 
tenerme en mi culpable rebelion , he recla- 
mado el apoyo de un hombre implacable , que 
habla en nombre de la ciencia y quiere ser 
obedecido. Entrambos deseamos tener cauti- 
va á nuestra castellana entre cuatro paredes, 
privarla del placer de exponerse á la maléfica 
influencia del frio cierzo y de la lluvia y de 
que arrastre sus piececitos por los caminos 
.lHenos de lodo. Para persistir mas en mi re- 
belion , he seducido 4 los guardas del edificio, 
y en caso de necesidad puedo dar vuelta á 
la llave y cerrar la puerta. Este es mi crí- 
men, lo confieso. Como tú dices, debo su- 
frir el castigo á que me he hecho acreedor, 
lo acepto con cristiana resignacion, y mientras 
dure este cruel secuestro , permaneceré á tu 
lado. 
—Hipócrita, repuso María en el mismo to- 
no de cáustica gravedad , eres tan valiente 
porque no tienes ningun objeto que te llame 
la atencion fuera de casa, Si la señorita Flora 
estuviese todavía en Longlaville, aguardando 
para leerte una traduccion de algun soneto 
del Petrarca, Ó para recitarte, levantando los 
ojos al cielo, una meditacionade Lamartine, ó 
hablarté-de la union de las almas en las re- 
giones etéreas... Pero perdona, querido Ro- 
berto, yo no debiera hacer objeto de mis bur- 
las nuestras relaciones con. los habitantes de 
Longlaville... Cuando recuerdo que he sido... 
Dios mio |! ¡qué cosa tan extraña!... ¡Es posi- 
ble que yo haya podido llegar á sentir un ver- 
dadero amor por- el hermano de la señorita 
Flora, y regocijarme por haber pedido mi ma- 
no! Es preciosoque el corazon de una jóven 
inocente sea, cemo una fruta sin defensa que 
pende del extremo de una rama , fácil de co- 
ger, para que se hayan apoderado con tanta 
prontitud del mio 6 4 lo menos que yo lo ha- 
ya creido así. ¡Ay de mí! 4 qué peligros nos 
vemos Xpuestos! Ahora me parece que des-. 
- pierto despues de haber tenido un sueño, y 
rocopilando mis recuerdos, no puedo com- 
prender de qué alucinacion he sido víctima. 
Sin embargo no conservo ningun rencor res- 
pecto á Victor. No, al contrario. Le deseo to- 
da clase de prosperidades, y anhelo saber que 
es feliz, en lo que tendré una satisfaccion. 
— Victor no es malo, replicó Roberto. Ten- 
go la seguridad de que hay emél un fondo de 
honradez, de cualidades naturales y tenden- 
cias generosas que se hubieran desarrollado con 
facilidad, si hubiera vivido rodeado de otra 
clase de personas , que le, hub 
mejor. Pero su hermana es medio loca, y su 
padre , perdóneme el cielo si me equivoco, es 
un viejo bribon. Mi amigo Pablo, á quien es- 
Ss 
ieran inclinado - 
- HISTORIA 
cribí para adquirir noticias sobre esa familia. 
cuando entabló relaciones con nosotros, me- 
prevenia que desconfiara de M. Fliteau, di- 
ciéndome que era un viejo pillo; pero ese: 
viejo habia interesado mi corazon en su pri- 
mera visita, por la cordialidad con que me ha- 
bló de nuestro padre; yo queria creer en su 
bondad, y á pesar de algunas observaciones. 
que le favorecian poco, he procurado ser cré- 
dulo hasta el dia en... 
—Hasta el dia en que fuiste á anunciarle 
que yo no tenia una gran dote que ofrecer á. 
su hijo, Pobre Roberto! Tu conferencia con 
él ha debido ser muy desagradable. 
- —Sí, se ha mostrado conmigo un poco du- 
ro, y me reveló entonces en toda su desnudez 
lo que yo ya habia sospechado, su pasion do- 
minante, su amor al dinero. ¿Por qué los hom - 
bres han de ser tan aficionados al dinero? 
Comprendo lo que se cuenta de los antiguos 
reyes de Oriente, que se hacian enterrar con 
sus tesoros, y de los antiguos lapones que 
ocultaban con mucho cuidado los dalers que 
podian economizar. Creian que despues de su 
muerte iban á un mundo poco mas ó menos 
como este y querian sostener en él su lujo, ó 
cuando menos procurarse para allí un recur- 
so pecuniario, Pero los que saben que al mo- 
rir lo dejan todo en este valle de lágrimas, que 
de nada les sirve atesorar, y los que no ven 
detrás de sí mas que ávidos é ingratos here- 
deros, ¡4 qué tienen tanto apego al dinero co- 
mo si debieran gozar de él eternamente 1 La 
vida es muy corta, y,el que la prolonga al- 
gunos años mas allá de los límites ordinarios, 
¿tiene realmente motivo de regocijarse? No 
soy de esa opinion. Cuando me paro á hacer 
esta reflexion , recuerdo la filosófica leyenda 
del castillo de La Sarraz. ¡La sabes? 
—No, cuéntamela. 
—Escucha: mientras tenemos ocasion de 
ocuparnos nuevamente en nuestros importan- 
tes negocios , quisiera distraerte del fastidio 
de verte aprisionada. Esta leyenda nos entre- 
tendrá un rato. : 
$ 
LA LEYENDA DE LA SARRAZ, 
En un gótico castillo de Suiza vivia en otro 
tiempo un señor bueno y arrogante al que 
llamaban el baron de La Sarraz. Jóven , rico, 
respetado por sus vecinos y querido por sus 
vasallos, contrajo matrimonio con una jóven 
bella y noble á la que amaba y de la cual era 
amado, Entonces, no tenia mas que un deseo, 
y un año despues de su casamiento , este de- 
seo se vió realizado. Su esposa dió á luz un 
hijo. | 
Una noche de invierno, estaba sentado in- 
mediato á su mujer, con el alma regocijada, 
  
  
 
	        
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