00 EL TRIBUNAL
Su continente era grave, altivo y majestuoso,
verdadero continente régio, el que cuadraba al se-
ñor de dos mundos, el que debia tener el hombre
que era dueño absoluto de un gran pueblo.
Verdadero esclavo de su dignidad, celoso has-
ta la exajeracion de su autoridad sin limite es, no
- dispensaba á nadie, absolutamente ú nadie, la más
pequeña libertad, ni él se la tomaba en ninguna
“ocasion.
Su mirada, aunque dura, tranquila, y la expre-
sion de glacial indiferencia de su rostro, no permi-
tian adivinar si estaba contento ó disgustado. Su
sonrisa era tan leve, que nada significaba, y nun-
ca demostró su enojo, por grande que fuesé, sino
pronunciando algunas palabras con pausado tono
y á media voz; pero que helaban la sangre de la
persona á quien las dirigia, como sucedió á su se=
cretario Santoyo cuando por equivocacion echó so:
bre la firma real la tinta en vez de los polvos.
«Este, le dijo el monarca sin alterarse y señalando
á la escribania; éste es el tintero y ésta la salva-
dera.» Empero algo inexplicable tenia el acento de
Velipe IT, cuando el secretario se sintió impresio-
nado de tal suerte, que perdió el sentido antés de
salir de palacio, y murió pocas horas despues.
El monarca rezó por el alma de su secreta-
rio con la misma tranquilidad que le habia dirigi-
do la fatal advertencia