DE LA SANGRE > 423
¡Cuánto sufria-doña Luz cuando esto pensaba!
¿Y.su hijo?
...
¿Se habria perdido para siempre?
¿Quién le daria un nombre, si á su padre le era
ya imposible unirse legítimamente con su madre?
Además de todo esto, y para que ningun dolor
ni temor dejase de experimentar la desdichada, su-
cedia que la salud de-la .reina quebrantábase más
cada dia, presentando su dolencia síntomas de gra-
vedad, 'hasta.el punto de que los médicos empeza-
ban á temer una desgracia.
No eran infundados estos temores, porque doña
Isabel de Valois padecia una de esas enfermedades
que consumen lentamente la existencia, “sin que
haya medio de evitar su horrible término.
No, no debia vivir mucho, y doña Luz queda-
_ ria sin la única proteccion con que podia contar.
Tambien pensó la jóven en el cura de San Jus-
to; pero no queria comprometerlo más de lo que
ya tal vez lo habia comprometido,
Hemos dicho que la abadesa habia concluido
por interesarse vivamente en favor de doña Luz,
pero más que su deseo de hacer hien á aquella des-
graciada, podia en ella lo que ercia su deber, y
sobre todo, espantábale la sola idea de incurrir en
el implacable enojo de Felipe IL
No habia que contar con ella para nada, por-
que nada haria más que compadecer.