DE LA SANGRE. 185
—¿Hemos de entrar todos?—preguntó don Juan.
—No,—respondió Jorge, —porque ni es menester,
ni debe tampoco llamarse la atencion de Jos vecinos.
Si quereis seguir mi consejo, yo me quedaré con
vuestro criado, y despues, cuando lo juzguemoscon-
veniente, subiremos. Entre tanto conferenciaremos.
— ¿Y cómo entrarels? |
—Os abriremos la puerta y hos quedaremos con
la llave, llevándoos vosotros la que ha de serviros
para entrar en el cuarto de esa buena señora. e
—Pero vos, —dijo Santisteban á Martin,—no de-
- beis presentaros repentinamente á vuestra madre.
—Me quedaré en la escalera y vos me avisareis
cuando lo creais oportuno.
Hiciéronlo así despues de mirar á todos lados y
convencerse de que nadie los observaba.
A fayor de la luz de la linterna subieron la em-
Pinada escalerilla y don Juan abrió, entrando con
Raul, que subió hasta los ojos el embozo de su capa.
—Soy yo,—dijo en voz bastante alta el caballero.
Y atravesando un estrecho pasillo, vieron á Ni-
casia, que les salia al encuentro sin sorprenderse,
porque no era la primera vez que habia recibido
aquella visita en el trascurso de la noche...
Don Juan, que comprendia perfectamente la si-
tuacion y las consecuencias qne podia tener, quiso
Quitar, en cuanto fuese posible, importancia á la
escena que en breve debia tener lugar; así que, con