Full text: Tomo IV. (4)

158 EL TRIBUNAL 
—¿Estais ya dispuesto? —preguntó Andrés con 
impaciencia. 
—Testigo sois de que no me ocupo de nada que 
no sea necesario. 
— Vamos, pues... 
—Vamos. 
Salieron de la casa con los ocho alguaciles, que 
llevaban dos linternas. 
¿Llegarian á tiempo? 
Por Raul y Nicasia nada debemos. temer, por- 
que ya sabemos que se habian ido sin encontrar 
ningun inconveniente. 
¿Y Martin? 
En aquellos momentos escribia en el libro la 
partida de casamiento. 
Cuando hubo terminado, se puso en pié y dijo: 
—Ya podemos dejar libre al comendador. 
—Dame la llave, —dijo el sacerdote. 
—Perdonad, padre mio... 
—Ya que te empeñas en quedarte hasta que el 
comendador se haya ido, déjame al ménos que yo 
sea la primera persona que se le presente despues 
de lo que ha sucedido. 
—Nada temais. 
—Aunque nada deba temer, lo quiero asi: no te 
obstines. 
—Tomad,—dijo el mancebo, entregando las lla- 
ves al anciano. :
	        
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