Full text: Tomo IV. (4)

DE LA SANGRE. 631 
Trascurrieron algunos minutos sin queninguno 
de los dos se moviese ni pronunciase una palabra. 
El miedo+del. monarca no podia durar más de 
lo que durase la sorpresa. 
El novicio rompió el silencio. 
—Ignoro, —dijo,—si vuestra majestadme conoce. 
—Si—respondió Felipe IL, que habia recobrado 
su calma habitual. 
Y despues de un momento añadió: 
—No solamente os conozco, sino que adivino el 
objeto que os ha hecho cometer la locura de intro- 
duciros aquí. No temais que.os suceda lo que de- 
biera sucederos, porque-sois un niño y os perdono. 
Además, me interesa vuestra desgracia, que es 
mucho mayor de lo que. podeis imaginaros, y no 
quiero agravar vuestra triste situacion. 
Estas palabras, pronunciadas con un acento 
glacial, produjeron en Raul un efecto enexplicable. 
La infeliz criatura quedó aturdida. 
Toda su audacia desapareció ante la tranqui- 
lidad y la indiferencia del rey. 
Éste desplegó una sonrisa y murmuró: 
—¡Pobre niño! 
Instantáneamente sintió.el jóven afluir á su ca- 
beza toda su sangre, 
Lo peor que podia sucederle, era perder el do- 
Minio sobre sí. 
Esto queria Felipe II, y sucedió.
	        
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