DE LA SANGRE. 631
Trascurrieron algunos minutos sin queninguno
de los dos se moviese ni pronunciase una palabra.
El miedo+del. monarca no podia durar más de
lo que durase la sorpresa.
El novicio rompió el silencio.
—Ignoro, —dijo,—si vuestra majestadme conoce.
—Si—respondió Felipe IL, que habia recobrado
su calma habitual.
Y despues de un momento añadió:
—No solamente os conozco, sino que adivino el
objeto que os ha hecho cometer la locura de intro-
duciros aquí. No temais que.os suceda lo que de-
biera sucederos, porque-sois un niño y os perdono.
Además, me interesa vuestra desgracia, que es
mucho mayor de lo que. podeis imaginaros, y no
quiero agravar vuestra triste situacion.
Estas palabras, pronunciadas con un acento
glacial, produjeron en Raul un efecto enexplicable.
La infeliz criatura quedó aturdida.
Toda su audacia desapareció ante la tranqui-
lidad y la indiferencia del rey.
Éste desplegó una sonrisa y murmuró:
—¡Pobre niño!
Instantáneamente sintió.el jóven afluir á su ca-
beza toda su sangre,
Lo peor que podia sucederle, era perder el do-
Minio sobre sí.
Esto queria Felipe II, y sucedió.