998 LOS MÁRTIRES ESPAÑOLES
Los tambores, las cornetas y el ruido del tropel
de gentes que se ponían en movimiento llamaron
la atención de Merino, que ya solo, pues Alfonso
se había alejado, le hizo mirar de nuevo el reloj,
creyendo que se le hacía tarde.
- Pero al ver que aún le faltaba más de una hora,
exclamó:
—Esos madrugaron menos que yo, y, sin em-
bargo, tendrán que esperar. ¡Qué largo se me hace
el tiempo! Siempre lo fué para mí... pero no tanto
como ahora,
Guardó el reloj, puso la mano derecha sobre el
corazón y, al tentar un objeto duro, dijo:
-—SÍ; escribiré con este puñal, tinto en sangre,
la última página de mi vida. Conmigo bajará á la
tumba el secreto... Yo solo... yo solo... Toda la
gloria de mis actos, para mí. ¡Cobardes! Tienen
miedo de que los conozcan. Quizás dudan de mí y
temen que les delate... ¿Para qué? ¿Hay ley que
_ les alcance? Yo quedaría por un miserable calum-
_niador y por un asesino ANIRz: «. Pueden dormir
tranquilos,
Al decir esto, inclinó la cabeza, cruzó las manos
y adeptó tal actitud, que cualquiera hubiera crel-
- do, al verle, que estaba rezando.
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| Un tanto preocupado, llevando tristes presenti-
pe mientos en su alma, subió Alfonso la. Cuesta de la
NN dls da y se dirigió hacia Caballerizas,