20 LOS MÁRTIRES ESPAÑOLES
diente de la cuerda, no faltaron piedras por los
aires, que iban á herir á los alegres especta-
dores.
Llegada la hora de la mayor brutalidad, la del
descuartizamiento, los balcones, las ventanas, las
azoteas y aun los tejados, parecían hormigueros
humanos.
Tal y tanto era el entusiasmo por presenciar
aquella horrible mutilación.
El espectáculo era digno de verse.
Él solo bastaba para odiar con toda el alma al
rey, á las instituciones absolutistas, y á cuantos las
defendieran directa ó indirectamente.
El cadáver fué despojado de sus ropas, sin repa-
ro al pudor.
e - Y hombres y mujeres de todas edades, fijaron sus.
“ojos en aquel hombre desnudo.
Acto seguido, el verdugo, buen anatómico, se-
paró la cabeza del tronco, y la arrojó en una es-
puerta. |
Después dividió el pecho con un hacha, y el es--
tómago y vientre con una cuchilla de ancha, pesa-
da y afilada hoja.
Entonces pudieron verse los estragos causados
por el golpe dado por el fraile.
La gritería atronaba los ámbitos de la plaza.
Por último, se dió el corte trasversal, y los peda-
zos fueron colocados en espuertas.
Sobre el tablado quedó un charco de sangre y
restos informes de intestinos. ;