LOS MÁRTIRES ESPAÑOLES — 961
rraduras, eran elementos bastantes para que sus
temores estuvieran bien fundados.
Por otra parte, como carecía de armas, no le
era posible pensar en la defensa.
Entonces pensó en ir á suplicar hospitalidad en
casa de cualquier español.
Pero ¿en qué fundaba sus temores que escu Ptel
ran justificados y no fueran la verdad?
¿Podía además quedar resuelto el conflicto con
no dormir aquella noche en su casa?
No: el Padre Puñal no tenía intenciones de mar-
Charse tan pronto, puesto que había anunciado en
su último sermón, que en breve daría comienzo á
un septenario de Dolores, «que sería costeado con
las limosnas de los fieles».
Sin tomar resolución alguna iban pasando las
horas y avanzando la noche.
Ya había sonado el toque de ánimas, y Teresa
permanecía en el mismo estado de incertidumbre.
Al cabo exclamó:
— ¡Sea lo que Dios quiera!
Cerró lo mejor que pudo todas las puertas, y no
disponiendo de otra cosa, se armó con un cuchillo
de cocina. ; |
El arraa no podía ser más impropia para defen-
derse de un hombre que de seguro llevaría armas
de fuego.
Pero resuelta á todo, acostó á su hija, y ella se
dispuso á pasar la noche en vela, espiando hasta
el menor ruido que se sintiera.