338 LOS MÁRTIRES ESPAÑOLES
mada «iris de paz, madre del pueblo», y otras co-
sas por el estilo.
Pero Cristina confirmó en su puesto á Cea Ber-
múdez, pues habiendo quedado en libertad para
proceder, si bien Fernando le designaba en su úl-
tima voluntad los hombres á quienes debía lla-
mar... Cea Bermúdez creyó, equivocadamente, que
el mejor camino era estacionarse, y puso en labios
de la gobernadora lo siguiente:
«Su majestad se declara enemiga irreconciliable
de toda innovación política ó religiosa que se in-
tente suscitar en el reino.»
Esto era arrojar un guamte á apostólicos y cons-
titucionales.
Y ¡en qué momento!
Cuando, como estaba previsto, don Carlos pro-
vocaría la guerra civil.
Porque no otra cosa podía esperarse desde el
momento en que se negó á reconocer á Isabel como
princesa de Asturias, fundándose en que su con-
ciencia y sus deberes le obligaban á sostener sus
derechos al trono, derechos sancionados por las
leyes. ,
Cea Bermúdez no vió que el trono de Isabel se
hundía por falta de defensores, 6 no quiso verlo. '
Fuera esto ó aquello, lo cierto y verdad es, que
el grito, que no se dió en palacio ante el cadáver
de Fernando, resonó en Cataluña, teniendo eco en
las Provincias Vascongadas. |
El:2 de Octubre de 1833, un empleado de co-