“LOS abras: ESPAÑOLES. 399
tel Real» dispusieron que el apósito fuese levan-
tado. j
El médico de cabecera se opuso, por juzgarlo
expuesto. |
—Dentro de cuatro días—dijo —no encuentro in-
conveniente en ello; por hoy...
No le dejaron terminar.
Ellos mismos, y con la autoridad de médicos de
Cámara al lado de don Carlos, quitaron los venda-
jes y descubrieron la herida.
Para cualquier profano, el color era bueno, y
el estado general del paciente satisfactorio; pero
para aquellos hombres «de ciencia», la situación
del enfermo era. desesperada.
- Puestos los vendajes nuevamente, los emisarios
se dirigieron al aposento donde estaba la esposa
de Zumalacárregui, y la dijeron:
—No creemos, por el momento, que se trata de
un caso desesperado; pero tampoco somos tan op-
timistas como el médico de cabecera: al proceder A
así, cumplimos con un deber.
La desdichada doña Pancracia Ollo, que así se
llamaba aquella señora, predispuesta como la ma-
yoría de la humanidad á ponerse siempre en lo i
A Peor. contestó anegada en lllanto:
- —¡Sea todo por Dios! ¡Yo viuda! ¡Huérfanas
mis hijas!... ¡Y como si i fuera poco esto, sin pan
- Que darles!
- —Resignación, señora. El rey nuestro señor don
Carlos Y tendrá presente vuestra desgracia,