LOS MÁRTIRES ESPAÑOLES ay
do no exponer la vida; llevaréis cuatro acémilas,
que abandonaréis al enemigo, desde luego, si bien
sin dejar de hacer disparos en retirada.
—¿Y luego?
—Esperaréis nuestro aviso.
Aunque Julio no comprendía aquello, por serle
inexplicable el abandono de las acémilas, siguió al
pic de la letra las órdenes que recibió.
Desde que rompió el fuego, hubo de notar que
no oía silbar las balas; y luego se persuadió de
que los suyos hacían una puntería tan alta, que
era imposible que hirieran á los contrarios.
Pasada la hora de haber comenzado el tiroteo,
suspendió el fuego, y esperó.
Cerca del alba, le avisaron para que se corriera
hacia la derecha, y realizase lo mismo que antes,
con las fuerzas de la Real Hacienda española.
Aquel otro simulacro tuvo el mismo resultado
que el anterior.
¡Pólvora en salvas!
Ya bien de día, todos juntos tornaron á la casa
del viejo.
Julio vió con asombro, no caballerías cargadas
de géneros, sino galeras rellenas de fardos hasta
los toldos.
Y más le sorprendió aún, que al medio día se
presentaran dos frailes montados en magníficas
_mulas, y que con ellos se faeran las galeras.
- Tan extraño era para él todo aquello, que hasta
temió preguntar para descubrir la verdad.