e LOS MÁRTIRES ESPAÑOLES
—El rey no quiso tomar venganza por su mano,
y entregó al seductor á las Cortes.
—¿Qué resultó?
—Que el conde fué sentenciado á encierro per-
petuo, y á que le sacaran los ojos, como en efecto
se hizo.
—¿Y la her mana del rey?
—Esa fué encerrada en un convento.
—¿Y el fruto de esos amores?
—Fué criado en Asturias, como sobrino del mo-
narca. |
—:¡Pobre don Alfonso II!
—Aún falta algo. Los nobles se levantaron con-
tra él; y el rey, valiente para luchar contra los
- moros, sentía grande pena cuando se miraba obli-
gado á derramar la sangre de su pueblo... y por
segunda vez dejó el cetro, retirándose al monas-
terio de Avilés. De allí le sacaron á viva fuerza
sus parciales, y tuvo que emprender la lucha con-
tra los rebeldes, logrando vencerles. Por entonces
se encontró el cuerpo santo del Apóstol Santiago,
y el rey, lleno de alegría, dispuso la edificación de
un hermoso templo donde se conservan tan precia-
dos restos. |
—El cielo le compensaba de tanto como había
sufrido. |
—Sin duda alguna. Poco después, supo don Al-
fonso que Carlomagno deseaba abatir al agaro-
no, y concertó con él la sucesión de la corona,
pues no tenía hijos, á cambio de su apoyo y pro-