LOS MÁRTIRES ESPAÑOLES
—¿Y le salvásteis?
—Salvé á los otros también.
—¡Ah!...
—La lancha estaba llena de agua, pero no se
hundía: yo no sospechaba siquiera que aquel joven
sesoltara, y acudí en socorro de los otros dos. Cuan-
do llegaron á prestarnos auxilios, ya tenía yo á
otro agarrado también á la lancha zozobrada...
Cuando llegamos todos á la orilla, media población
estaba esperándonos.
— ¡Bien os recompensarían!
—Tan bien, que aquel día sólo pude comer la so-
pa... ni una safdina tuve para cenar. Las familias
de los náufragos ni siquiera me habían visto, y col-
maron de obsequios y agasajos á los que cuando
llegaron no tuvieron otra casa que hacer más que
recoger en sus lanchas á los que me debían la vida.
—¿Pero no reclamásteis? |
—¿Para qué? ¿Quién había de creerme? Los mis-
mos á quienes libré de una muerte segura, no ha-
bían de reconocerme.
—Pero las gentes de tierra... |
-. —Abhora veréis, pues aun cuando os parezca in-
verosímil y absurdo, á lo ocurrido allí le debo ser
contrabandista hoy.
—Hablad, os escucho. cd
—Tres días después, cuando hasta me había ol-.
vidado de aquel suceso, se me acercó un fraile y me
preguntó si sabía leer y escribir. «Poco y mal» le.
contesté. Titubeó unos instantes, y luego me man- he