78 LOS MÁRTIRES ESPAÑOLES
dó que le siguiera. Ya en el convento, me sujetó á
un largo interrogatorio, al cual contesté con la ver-
dad que debemos hacerlo ante los ministros del Se-
ñor... Y resulté contrabandista.
—¿Cómo?
—Recibiendo el encargo de ir á Gibraltar dos
veces por semana, para traer géneros de contraban-
do á España.
—Pero...
—Allí no había peligro. Como se había restable -
cido la Inquisición, las galeras que hacían el corto
trayecto, -levaban grandes rótulos que decían:
«Santo Oficio».
— ¡Ya!
—Desgraciado de aquel que intentara ver lo que
iba allí dentro! Ya en España, se encargaban otros -
de conducir las galeras por el interior. Si yo hu-
biera sabido entonces lo que sé ahora, de seguro
que soy un potentado.
—Pero no me explico...
—Pues ahora os lo explicaréis: entre los náufra-
gossalvados estaba un sobrino de una alta dignidad
de la Iglesia, que por fortuna mía llegó á-saber
_que yo era el protagonista de la salvación de los
jóvenes. Y quiso premiarme, pero sin darse á co-
nocer. i
—Eso es otra Cosa. )
—Hasta el año en que se proclamó la Constitu-
ción lo ignoré yo. Entonces cambiaron las cosas:
no había Santo Oficio, y se acabó el contrabando en