LOS MÁRTIRES ESPAÑOLES
—De este modo.
—Ya escucho.
—En primer lugar, aquellos bandos no ataca-
ban al rey, sino que codiciaban el poder; y en se-
gundo que, entretenidos en destruirse los unos á
los otros, la monarquía se iba salvando. Además,
brotaban por todas partes bandoleros que, enemi-
gos de todos, tenían en cuidado y en peligro á los
cartas litera los unos y los otros estar
defendiendo lo mismo que tanto empeño tenían en
combatir. Vamos ahora á decir algo respecto á su
reinado.
—$Í, vamos.
—Tan luego como fué declarado mayor de edad,
puso en práctica una persecución tan activa contra
los bandoleros, que limpió su reino de ladrones en
cuadrilla. |
—¡Buen principio!
—A esto siguieron grandes actos de justicia, no
exentos de otros de crueldad, pero que, siendo en
mucho menor número, dejaron paso, dieron lugar
á que el pueblo le apellidara el Justiciero. Y pare-
- Cía que la paz interior se iba asegurando, en los
- momentos en los cuales don Juan Manuel, que se
había escapado de las prisiones, se unía á los re-.
yes de Navarra y Aragón, y declaraba la guerra'
sin cuartel á don Alfonso, en favor del otro Alfon-
so llamado de la Cerda. Don Alfonso XI se apoderó
- Ae la hija de don Juan Manuel, y la encerró en el
castillo de Toro, en tanto que se casaba con una