912 - LOS MÁRTIRES ESPAÑOLES
“fuera de España, y, por lo tanto, tuvo que resig-
narse con el fracaso.
Pero, en cambio, el rey consorte estaba cada vez
más aferrado á su idea, y no había desengaño que
le hiciera desistir.
Y fué en busca de la monja.
Ésta, que sabía lo expuesto que era decirle la
verdad para que desistiese, le aconsejó de este
modo:
—Las frutas no nacen maduras: el tiempo se en-
carga de que lleguen á sazón... Esto mismo suce-
de á todo lo humano, y de aquí que aquello que
un momento parece hasta absurdo, en otro se con-
vierta en lo más natural.
— SÍ; pero...
—Aún faltan algunos días para que sedis padre;
durante este tiempo os conviene guardar silencio...
Y tan luego como conozcamos el resultado del par-
to, haremos cuanto sea posible, que es mucho, pa» )
ra llegar al legítimo término de vuestros deseos.
—S8i vos lo mandáis... |
— Yo no mando; aconsejo.
Don Francisco salió de las Salesas mal impre-
sionado.
Quizás dudaba de la lealtad y del afecto de la
monja.
Pero esto no se atrevió á decírselo á persona al-
guna, como no fuera á su Íntimo amigo Anna
| en el cual no tenía pocrekos: