El BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA.
Nunca podremos remar contra la corriente. ¿No
veis que rápida es en este sitio?
—Verdad es, contesta Gwen con la mayor
calma ; creo tambien que no podríamos.
—Pero ¿qué partido tomar? José estará espe-
rándonos, y la tia lo sabrá todo si no volvemos
á tiempo.
— Tambien es verdad, cuntesta la heredera con
una sangre fria que asombra á Leonor.
- Sucédese un intervalo de silencio, que inter-
rumpe al fin Gwen exclamando :
- —¡Ellos son!..... ¡ Ya lo tengo!
—¿Qué teneis? pregunta alegremente Leonor.
_—El medio de volver, sin mucho trabajo, y
-sin alterar en lo mas mínimo el arreglo que
hemos hecho con el viejo José.
—Explicaos.
—Nos dejaremos llevar por la corriente has
ta la Roca de Weir, donde se quedará el bote,
mientras nosotras volveremos por tierra á Llan-
gorren, distante solo una milla, pues ya sabeis
que por el rio se rodea mucho mas. En Weir
no faltará algun desocupado que se encargue
de conducir el bote á su amarra, y entretanto
llegaremos al embarcadero sin ser observadas. Yo
me encargo de imponer silencio á José para que
no diga nada de lo que ha ocurrido ; medio duro
mas, y nuestro hombre callará.
—Muy bien; supongo que no habrá otro reme-
dio sino hacerlo como decís.
—Claro es que no; ya veis, por lo pronto,
que estamos en una especie de cascada , y que la
corriente arrastra-el bote; de modo que solo un
vigoroso remero podria remontar. Nada, nada,
_nolens volens , es preciso ir á la Roca de Weir,
que no puede distar mas de una milla desde este -
punto. Ahora podeis dejar un poco los remos,
porque no son necesarios; pero yo debo tener
mas cuidado del timon. ¡Ah! recuerdo que cerca
de aquí debe haber una orilla muy fácil de abor-
dar; creo que está detrás de la primera punta que
doblaremos.
Así diciciendo, Gwen coge la caña del timon y
comienza su maniobra.
El Gwendaline se desliza con bastante rapidez
por el impulso de la corriente; las jóvenes no ha-
blan ya, porque las preocupa un poco el peligro.
Muy pronto llegan á la punta de que habló
Gwen; pero en aquel momento comienzan de
nuevo los descuidos de la heredera, cuyas fac-
ciones no expresan ya la inquietud, sino una in-
mensa alegría. Y no es porque se haya pasado
del sitio peligroso , pues aun se hallan en medio
de él, sino porque Gwen acaba de ver á cierta
distancia junto á la orilla, un pequeño bote con
sus tripulantes.
Pero de pronto se nota otro cambio en la fiso-
nomía de la heredera, cambio tan rápido como
el anterior: el bote que cree haber visto no es el
del elegante pescador; es una pesada barca de
cuatro remos, tripulada por otros tantos hom-
bres, los cuales han saltado á la orilla; en el bote
del pescador no debia haber sino dos, el gallardo
jóven de la gorra blanca y su remero.
Y asimismo ve Gwen que los cuatro hombres
son desconocidos, y que ninguno deellos separece
ni remotamente al pescador. Despues hace otra
observacion nada agradable, y es que los cuatro
hombres están bebiendo.
Precisamente en el momento en que las dos
jóvenes fijan en esto su atencion, los de la barca,
oyendo ruido de remos vuelven la cabeza, y
durante unos segundos permanecen silenciosos,
porque examinan el bote.
Los cuatro hombres, algo achispados, creen
estar viendo dos criadillas ó doncellas de labor,
con quienes podrán tomarse algunas libertades;
y sin pensar mas, uno de ellos grita á sus compa- |
ñeros : -Y
riamente en sus cacerías y otras excursiones la
—¡Muchachos! ¡una vela! ¡Criadillas tenemos!
— ¡Hola! contesta otro ¡y son dos mozuelas
de garbo ! Mirad aquella del cabello de oro, tan:
brillante como el mismo sol. ¡ Diablo ! si la bajá-:
semos á un pozo alumbraria tanto como una doce:
na de lámparas de Davy. Y á fé mia que la chica
es guapa. ¡ Vaya! yo soy el predestinado para
obtener un beso de sus rosados labios. 14
—¡No! replica el que primero habló; debe ser.
mia, porque soy quien la descubrió primero; esa
es la ley que rige en el bosque. A
—No importa, Rob, replica el otro, aceptando
como buena la razon; me contentaré con un be:
sito de la morenita; pero vayamos á su encuen:
tro. ¡A la barca, muchachos! |
Todos saltan á la embarcacion, y cogen cada:
cual su remo.
Hasta entonces no habian tenido las dos jóve:
nes la menor inquietud; pero al reconocer que
aquellos hombres están embriagados, pueden es:
perar que se las dirija algunas palabras libres, tal
vez groseras, aunque nada más. Hallándose solo
á una milla de su morada, y aun dentro del lí-
mite de su dominio ¿cómo han de figurarse qué)
ninguno se atreva á faltarles de otro modo? Sim
embargo, no se les oculta que hay peligro, y de
ello se convencen mas á medida que se acercal
los cuatro hombres y los observan mejor.
No es posible equivocarse: son rudos trabaja-
dores del bosque de Dean, ó de algun otro distri“
to minero, hombres groseros, y hasta peligroso$
cuando están borrachos. Harto se sabe esto pol
los diarios de la localidad y por las autoridades;
y aunque así no fuese, el aspecto solo de tal
gente bastaria en aquel instante para desconfia!
Las dos jóvenes no piensan ya en los peligro9
que pueda ofrecer la corriente; ni las cascadas ni
los remolinos les importarian ya, porque mas de
temer son aquellos hombres que el morir ako:,.
gados. : a
Sin embargo, Gwen Wynn no pierde su pre
sencia de ánimo, y permanece tan tranquila como
cuando era arrastrado el bote por la rápida cor”
riente, porque los ejercicios á que se entrega dia”
erre
han acostumbrado á no temer el peligro, y tient
suficiente energía para arrostrarle de frente; pero
su timida compañera tiembla como la hoja en el
árbol. : 1
— Tranquilizaos, Leonor, le dice su compa"
ñera, es preciso que no vean que teneis miedo,
porque de lo contrario, se atreverian mas con
nosotras. -
Este consejo no sirve de nada, pues al ver Leo”:
nor que los cuatro hombres se precipitan en lf
barca, profiere un agudo grito, que apenas li:
permite murmurar: |
— ¡Querida Gwen! ¿Qué haremos?
—Cambiemos de sitio, contesta la hereder?
tranquilamente; dadme los remos pronto. La
Leonor comprende al punto y trasládase al
timon, mientras su compañera empuña lo%
remos. is Ed
Entretanto, la barca avanza hácia la corriente,
y no cabe duda que sus tripulantes-se propone”
interceptar el paso al bote; pero Gwen , remand0
entonces con vigor, abriga la esperanza de po”
nerse fuera de alcance.
A los pocos minutos, sin embargo, las do%
embarcaciones están muy próximas una de otrá,
porque los cuatro hombres reman tambien acti”
vamente. Una sola mirada basta á la herederé
para comprender que seria inútil apelar á su g%
nerosidad; mas no pudiendo contener ya su 10”
dignacion, grita con voz fuerte: ¡|
- —¡Pasad de largo, jóvenes! Si llegais á choca!
con nuestro bote, a costaros muy Caro, y 0%
aseguro que no os librareis del castigo.
—¡Bah! contesta uno, no nos atemorizal
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