Full text: Gwen Ween, ó, La heredera

  
BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA. 
un criado, que lleva en la mano una bandeja de 
plata con una tarjeta. 
La solterona no puede reprimir su enojo, cuan- 
do al coger la tarjeta lee: 
REVERENDO GUILLERMO MUSGRAVE. 
El hecho de ser interrumpida en la descripcion 
de una escena amorosa es lo suficiente para que 
la solterona se ponga de mal humor. . 
Y no es poca fortuna para su Reverencia que 
antes de penetrar en la casa anuncien á otro 
visitante, que entra al mismos tiempo. A decir 
verdad, el segundo personaje es introducido pri- 
mero, pues aunque Jorge Shenstone llamó á la 
puerta despues que Guillermo Musgrave, no hay 
criado alguno en Llangorren que no conozca la 
diferencia que existe entre el hijo de un rico ba- 
ron y un humilde presbítero, ní que dude sobre 
las atenciones que se merece cada cual. 
Asi pues, á la llegada del caballero Shenstone 
debe agradecer el Reverendo no sufrir las conse- 
cuencias del enojo de la señorita Linton, porque 
concurre la circunstancia de que el hijo del ba- 
ron es muy favorito de la señora de Llangorren 
uien le recibe bien á todas horas. El caballero 
orge, hombre de franco y noble carácter, aunque 
algo brusco, pero de esmerada educacion, es muy 
aficionado á la vida del campo; y antiguo amigo 
de la familía Wynn, era compañero del difunto 
jefe de esta última. Hé aquí por qué los Shenstone 
padre é hijo entran sin cumplimientos en la po- 
sesion de Llangorren y en la casa. 
En cuanto á la visita de Guillermo Musgrave, 
aunque matutina no es importuna, puesto que no 
solo está encargado del curato, sino tambien de 
todos los deberes parroquiales, atendido que el 
rector, hombre de edadavanzada, está siempre au- 
sente, tanto queen la vecindad no se leconoce ape- 
nas. Por este motivo, su representante tiene so- 
bradas excusas para recorrer el dominio, puesto 
que allí está la escuela, la iglesia y el club, sin 
contar que las noticiás que lleva diariamente 
bastan para que le reciba con gusto la señora 
Linton. y 
A pesar de su pasajero enojo, la solterona aco- 
ge con una afable sonrisa al caballero Shenstone. 
—Señora Linton, dice este último, hablando 
el primero, he venido solo á preguntar si las se- 
ñoritas tendrian á bien salir á dar un paseo. El 
dia está tan hermoso que me parece les agra- 
daria. 
—¡Ah! ¿lo creeis asi? pregunta la solterona, 
tocando con la punta de los dedos la mano que 
le presenta su visitante. Sí, en efecto , creo que 
les hubieragustado mucho salir á dar una vuelta. 
Shenstone queda satisfecho con la contestacion; 
pero no tanto elcura, que ni sabe montar ni tiene 
caballo. 
Los dos visitantes han escuchado atentamente, 
esperando oir el roce de vestidos de mujer; mas 
no perciben nada; y como por otra parte les pa- 
recen algo ambiguas las palabras de la solterona, 
quédanse ambos perplejos. 
—Pues sí, continúa la señora Linton con pro- 
vocadora frialdad , seguramente les hubiera agra- 
dado en extremo salir con vos, y no dudo.... 
—Pero ¿por qué no han de hacerlo? interrum- 
pe Shenstone con impaciencia. 
—Porque esto es imposible, puesto que han 
ido á dar una vuelta por el Wye. 
— ¡De veras! exclaman los dos visitantes, al 
parecer contrariados con la noticia. 
—Como lo oís. 
—¡Al rio! repite Shenstone. 
—Ciertamente, contesta la señora Linton con 
sorpresa. ¿Dónde habian de ir con el bote sino 
al rio, amigo Jorge? Supongo que creereis que 
se embarcarian en el estanque.... 
    
lid 
  
  
—¡Oh! no; dispensadme ; he sido un torpe al 
hacer semejante pregunta. Solo extrañaba que la 
señorita Gwen no...; pero tal vez me tacheis de 
impertinente si os hago otra pregunta. 
— ¿Por qué? Hablad con franqueza. 
—Extrañaba, pues, que la señorita Gwen no 
hubiese hablado antes de su excursion de hoy. 
—En efecto, á mí no me ha dicho una palabra. 
—¿Y será indiscrecion preguntaros si hace 
mucho que están fuera? ; 
— ¡Oh! ya hace algunas horas; se fueron des- 
pues de almorzar; yo no habia salido aun de mi 
habitacion, porque no me sentia muy bien; pero 
la doncella de Gwen me dijo que se dirigieron 
desde luego al rio. 
—¿Oreeis que tarden en volver? vuelve á pre- 
guntar Shenstone con marcada gravedad. ; 
—Espero que no, replica la solterona con Cier- 
ta indiferencia, porque aun está pensando en su 
novela; mas no puedo asegurar nada, porque la 
señorita Gwen tiene costumbre de entrar y salir 
sin consultarme mucho. 
La señora Linton pronuncia estas palabras con 
cierta acritud, tal vez porque reflexiona que el 
plazo de su tutoría está próximo á terminarse, y 
que muy pronto no será tan importante perso- 
naje en Llangorren. 
—Seguramente no estarán fuera todo el dia, 
observa con timidez el cura. ; 
La solterona no contesta; pero Shenstone repl- 
te las palabras en forma de pregunta, diciendo: 
—¿Lo creeis probable, señora Linton? 
—Me inclino á creer que no, tanto mas cuanto: 
que ya deben tener gana de comer, lo cual basta 
para traerlas á casa. ¿Qué hora es? He estado le- 
dc un libro tan interesante, que me olvida- 
a de todo. / 
¿Es posible? añade, mirando el antiguo reloj 
que hay sobre la consola. ¡La una menos diez! 
¡Cómo vuela el tiempo! ¿No me hareis compañía, 
caballeros? En cuanto á las muchachas, si no 
vuelven á tiempo tanto peor para ellas. La pun- 
tualidad es la regla de esta casa, y siempre lo fué 
para mí. No las esperaré ni un minuto. 
—Pero, señora Linton, dice Shenstone, adver- 
tid que pueden haber vuelto ya del rio, y que tal 
vez se hallen en los alrededores. ¿Quereis que 
vaya en un instante al embarcadero á ver sl 
están alli? 
—Con mucho gusto; si no teneis en ello incon- 
veniente, os lo agradeceré infinito. ¡Vergonzoso 
es para Gwen ocasionar tanta molestia! Harto 
sabe á qué hora comemos, y debia haber vuelto 
ya. De todas maneras os doy las gracias, amigo 
JOrge.. 
El caballero Shenstone se dirige ya hácia la 
puerta, cuando la señora Linton le detiene di- 
ciéndole: 
—Amigo mio, no vayais á quedaros allí tam- 
bien, porque entonces no probareis ni un bocado. 
El Reverendo y yo no esperaremos á ninguno, 
¿no es cierto, señor Musgraye? á 
Shenstone no se ha detenido para escuchar la 
pregunta ni la respuesta, porque en aquel mo- 
mento nada le importa la comida tan poco como 
al cura, que aunque se queda, preferiria marchar 
tambien. No porque exista entre él y el hijo del 
baron ninguna rivalidad ni envidia, pues ambos 
giran en diferentes órbitas, sin peligro de chotar, 
sino porque desea ver cierta persona. No se atre- 
ve á ello, pues la señora Linton estará esperando 
se la dé cuenta de las noticias del dia. 
En esto se engañaba: la señora Linton no desea 
saber por entonces cosa alguna; solo para no 
faltar á las conveniencias sociales ha cerrado la 
novela; pero cuéstale mucho no fijar en ella los 
ojos, y arde en deseos de saber cómo terminaria 
el diálogo amoroso entre el gran señor y la cam- 
pesina. 
— rm 
 
	        
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