GWEN WEEN Ó LA HEREDERA.
Su alma que la de la parisiense. Harto conece la
historia de aquella mujer, y tambien su carácter,
para no dudar que es capaz de cualquier cosa,
hasta del crimen.
Aun no se atreve á pronunciar esta palabra;
pero dia por dia, segun aumentan los apuros de
Su crítica situacion, familiarizase con la idea, con
un tenebroso designio, vago todavía aunque con
Muy poca cosa llegaria á ser una realidad.
Y no se le oculta á Murdock que tiene á su lado
el demonio tentador, pues no es la primera vez
que ha oido de sus bonitos labios ciertas alusio-
hes muy directas sobre el asunto que le preocupa.
Aquel dia no parece Murdock dispuesto á tratar
de una cosa tan grave y delicada, porque ha esta-
do una parte de la noche anterior en el estableci-
miento de bebidas de que hablaba Wingate, y aun
parecen estar excitados sus nervios. Hé aquí por
qué, en vez de pedir explicacion de las palabras
á la parisiense, limítase á decirle con marcada in-
diferencia:
—Es verdad, Olimpia, á menos de ocurrir
algun accidente, no nos queda otro remedio sino
armarnos de paciencia y vivir á la espectativa.
—Decid mas bien morirnos de hambre.
Y Olimpia pronuncia estas palabras con un
tono que parece encubrir una censura contra la
debilidad de su esposo.
—¡Cómo ha de ser! amiga mia, replica Murdock.
or lo menos nos es dado recrear nuestra vista en
la fuente de donde puede manar nuestra fortuna,
y á fé que el panorama es encantador.
- Así diciendo, Murdock vuelve á mirar hácia
langorren, como lo hace su esposa, y ambos
Permanecen silenciosos algunos momentos.
El dominio de Gwen parece tener mas atracti-
VOs aquel dia, porque los rayos del sol no ilumi-
han solamente los verdes prados, sino tambien
Una inmensa tienda de blanca lona en cuyo centro
flota una bandera. Los dos esposos no saben qué
Puede significar aquello, puesto que la sociedad
de Hereford ha cerrado sus puertas á Murdock y
Su mujer; pero suponen que se trata de una
fiesta campestre, ó de alguna cosa por el estilo.
.Lo que ven poco despues confirma esta supo-
Sicion: por el prado avanzan varias persdnas,
que van á formar grupos delante de la tienda de
campaña. Los señoras, vestidas con el mayor
UjO, parecen desde lejos brillantes mariposas; al-
Suinas ostentan el traje de Diana cazadora, y
levan bonitos adornos de plumas. Los caballeros
Yvalizan tambien en lujo, y muchos lacayos cir-
Sulan de un lado á otro afanosamente.
. Poco le importan 4 Murdock estas COSAS, por-
ue ya está completamente hastiado de ellas,
¿Spues de apurar sus dulzuras y contratiempos.
Al fijar su vista en Llangorren, piensa en otra
“osa mas positiva que semejantes frivolidades.
h cuanto á Olimpia, al ver aquello se contris-
ta Su corazon, porque recuerda sus pasados pla-
Ceres y sus glorias, y experimenta un profundo
*Specho al verse alejada de esos goces della vida.
Y eso mira á Llangorren como Satan debió
Nuar el jardin del Eden cuando fué expulsado.
o gun jardin de París, ni aun el bosque de Bo-
a Mia tuvo para ella tantos atractivos como en
e momento la posesion de Llangorren, visi-
a por una sociedad aristocrática con que no
Podía alternar ninguna mujer de su clase.
vi dia eos de mirar largo tiempo con ojos de en-
Ya a, y dejándose llevar al fin de su enojo, vuél-
550 á Murdock murmurando :
no por decís que entre todo aquello y nosotros
a2y mas que una vida? E
¡Dos! murmuró una voz detrás de los es-
osos
Volvi A . . A
: iéronse estremecidos, y vieron con sorpré-
$ un hombre. PE
Ta el escribano Rogerio.
A
CAPITULO XII.
UN AUXILIAR TEMIBLE.
El escribano Rogerio, francés de nacimiento, es
uno de esos tipos que á primera vista inspiran una
inexplicable antipatia. De escasa estatura, y en-
juto de carnes, tiene los labios muy delgados,
la nariz acaballada, y el color cetrino, casi cada-
vérico.
Rara vez mira cara á cara á los que le hablan;
siempre dirige la vista al suelo, ó procura obser-
var ásus interlocutores de reojo, cual pudiera
hacerlo un culpable; y hay en todos sus ademanes
y movimientos cierta cosa que infunde á primera
vista recelo y desconfianza.
Residente en; el país hace apenas un año, no
parece dedicarse á los asuntos de su profesion; y
nadie sabe á punto fijo en qué se ocupa; pero sí
se ha observado que á veces se reune con gente
sospechosa, lo cual no impide que tenga rela-
ciones en todas partes.
Una de las personas con quienes parece tratar
mas intimamente es Lewin Murdock; pero no debe
solo esto á la casualidad, sino á la circunstancia
de haber conocido en otro tiempo en París á Olim-
pia. Por eso sabe que esta última, hija de un obre-
ro llamado Regnault y de una lavandera, habia
brillado por sus gracias en los bailes, antes de dar
su mano á Lewin Murdock, que regresaba á Ingla-
terra despues de perder grandes sumas en el jue-
go. No ignora tampoco que si Olimpia se resignó
á casarse, fué solo en la creencia de que su marido
debia heredar al cabo de cierto tiempo el dominio
de Llangorren; solo el interés la habia seducido,
pues su corazon no fué nunca de Murdock. Al
conocimiento de estos pormenores debe principal-
mente el escribano su intimidad con los esposos,
y la franqueza con que algunas veces los trata.
_En el momento en que le presentamos en esce-
na, se ha acercado cautelosamente, segun su cos-
tumbre, á Murdock y Olimpia, sorprendiéndoles
en medio de su conversacion. |
Lewin se ha puesto en pié al punto con cierto
aire de enojo, pues á pesar de su depravada vida
no ha perdido del todo los sentimientos del caba=
llero, que de vez en cuando predominan en él.
pero procura disimular la mala impresion que
Ss
pS
le causa la sorpresa, y despues de los saludos
costumbre, manda traer una silla para el escriba:
no y entabla con él la conversacion. PA
—¿Qué habeis querido decir, le pregunta, con
vuestra inesperada contestacion? Habeis pronun-
ciado la palabra dos, y deseo que os expliqueis.
He querido decir, caballero, que entre vosotros
y aquello de allá hay dos personas, que dentro de
algun tiempo podrian llegar á diez. ¡Magnífico es
aquel paisaje, es un Paraiso, un Jardin de las Hes-
pérides! ¡Pardiez! jamás hubiera creido que vues-
tra Inglaterra fuese tan encantadora.
Y mirando mas atentamente el risueño domi.-
nio, añade:
—Pero ¿qué ocurre en Llangorren? ¿Qué signi-
fica aquella tienda de campaña con bandera, y tan
lujosa sociedad? ¡Ah! será una fiesta campestre.
Supongo que la heredera celebra anticipadamente
su futuro cambio de estado.
—Cada vez comprendo menos, dice Murdock,
mirando á su interlocutor con asombro; estais ho y
por demás enigmático , amigo mio.
— ¡Oh! mis enigmas no son difíciles de desci-
frar; del que os hablo ahora hallareis la interpre-
tacion ahí.
Asi diciendo, el escribano señala un anillo de
oro que ostenta la señora Murdock en la mano
izquierda, el mismo que la puso su esposo el dia
de su enlace.
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E