Full text: Gwen Ween, ó, La heredera

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38 BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA. 
do. No conviene preguntar, porque esto infunda- 
ria sospechas, y además, no ven á nadie que 
pueda darles razon. Sin embargo, de repente 
para junto á ellos una sombra, aparentemente 
la de un hombre; pero avanza con tal rapidez y 
desaparece tan pronto en la oscuridad , que no 
se atreven á llamar. 
No es probable que vean ya á la jóven tan en- 
diabladamente hermosa, por lo menos entonces; 
piensan que tal vez se la encontrará en la capilla 
al dia siguiente, y que será mejor esperar. 
Y prometiéndose visitar el santuario á primera 
hora de la mañana , recuerdan de pronto que no 
han apurado su botella , y vuelven al estableci- 
miento. 
Entretanto , la que ha interesado tan vivamen- 
te á los dos jóvenes dependientes de comercio, 
prosigue su marcha con rapidez por el camino 
que conduce á la morada de la viuda Wingate; 
pero detiénese ¿intervalos y escucha atentamen- 
te, tratando de sondear la oscuridad con su mi- 
rada. Diriase que espera oir pasos, ó alguna voz 
conocida. 
Sin embargo, alguno anda detrás de la jóven; 
pero esta no percibe nada, porque debiendo llegar 
de frente la persona á quien sin duda espera ver, 
no vuelve la cabeza hácia atrás. Por otra parte, 
los pasos del que sigue á María son muy ligeros, 
aunque él es corpulento; seguramente se esfuerza 
para que no se le oiga, porque va cerca de la jó- 
ven, tanto que esta le veria al punto si hubiese 
un poco de luz. Favorecido por la oscuridad y 
por Jos árboles, avanza sin embargo desapercibi- 
do, tanto mas cuanto que María tiene toda su 
atencion concentrada en un punto. 
Cuando la jóven se detiene, el que va detrás 
hace lo mismo, y apenas continúa su marcha, se 
pone otra vez en movimiento, maniobra que se 
repite varias veces. qe 
Llegada frente á la casita de los Wingates, la 
jóven se detiene mas que nunca: en la puerta 
hay una mujer, que no puede verla porque se in- 
terpone un espeso matorral; pero María avanza 
cautelosamente, aparta las hojas espinosas y mira 
á través de ellas, no á la mujer, á quien conoce 
muy bien, sino á la ventana, la única en que se 
ve luz. Al pasar por allí cuando iba á comprar su 
botella se habia detenido tambien; y entonces vió 
dos sombras, la de una mujer y la de un hombre; 
la mujer, que es la señora Wingate, está ahora 
en la puerta; el hombre, su hijo, debe hallarse 
ausente. 
«Debajo del olmo, murmura María Morgan ha- 
blando consigo misma, allí le encontraré.» 
«Debajo del olmo, repite en voz baja el hom- 
ps que la sigue; allí la mataré...; y tal vez á los 
08.» 
María Morgan recorre una distancia de dos- 
cientos pasos, y llega al sitio en que el sendero 
desemboca en el camino; allí hay un poste de 
piedra que lo indica así. . 
La jóven se detiene solo para ver si hay alguna 
persona sentada, y un instante despues prosigue 
ligeramente su marcha por el sendero. 
La sombra hace lo mismo; diríase que es un 
espectro; y entonces, favorecido por la mas densa 
sombra que presta el follaje, el perseguidor se 
acerca cada vez mas, casi hasta tocar á María 
Morgan. Si en aquel instante iluminara la luz su 
rostro, veríase la infernal expresion que le anima, 
observándose tambien que su mano oprime la 
empuñadura de un cuchillo de ancha hoja, desen- 
vainándole á veces en parte, como para hundirle 
en la espalda de aquella que solo se halla á seis 
pasos de él. 
Y amenazada de tan terrible peligro, María 
Morgan avanza siempre por el sendero del bosque, 
sin saber ni temer nada, porque solo piensa en lo 
que debe ver delante, y no espera que ninguno la 
  
siga. No hay nadie que murmure á su oido la pa- 
labra: ¡Alerta! 
CAPITULO XX. 
DEBAJO DEL OLMO. 
De dos modos ha procurado el jóven barquero 
desorientar á su madre, primeramente diciéndola 
que va á comprar un poco de cuerda para hacer 
una reparacion en su bote, lo cual no es exacto; 
y despues, siguiendo una direccion enteramente 
opuesta á la que deberia tomar si fuese á Ferry. 
Tan pronto como ha llegado al camino, retrocede 
una corta distancia y dirigese por el sendero que 
conduce al 0/mo grande. 
La oscuridad le ha favorecido para no ser visto 
de su madre, y congratulándose de ello, el jóven 
Wingate avanza rápidamente. 
De pronto se detiene y murmura para sí: 
«Seguro estoy que vendrá; pero daria alguna 
cosa por saber qué camino ha tomado. Como la 
noche está oscura, y aquel puentecillo de tablones 
parece qa seguro y algo peligroso, segun yo 
mismo he visto, tal vez haya elegido la via prin- 
cipal; pero el punto de la cita es el olmo grande, 
y para llegar allí será preciso tomar luego el sen- 
dero. Si viene por el camino, habré de esperar mas 
tiempo. » E 
Wingate continúa en sus reflexiones, pues des- 
"de que la jóven le dió la cita ha encontrado medio 
de anunciarle que aquella noche irá á Ferry: esto 
explica su incertidumbre. 
«Es muy posible, continúa despues de breves 
instantes, que María haya ido y vuelto ya. ¡No lo 
quiera Dios! Siento que el capitan me haya entre- 
tenido tanto; la lluvia nos ha hecho perder lo me- 
nos media hora, y al volver á casa no debí dete- 
nerme ni un momento; pero era tan apetitosa la 
cena, que no pude resistir al deseo de tomar algo. 
Por otra parte, mi madre se habria enojado si 
no lo hubiese hecho así. Lo que me ha. puesto 
de mal humor es lo del sueño sobre el ataud y 
las hachas encendidas. ¡Mal haya las visiones! 
Aunque no soy supersticioso, me estremezco al 
oir estas cosas. ¡Extraño sueño! Quisiera que no 
me hubiese dicho nada sobre el particular; y en 
cuanto á mí, me guardaré muy bien de inquietar 
á María con semejantes paparruchas. Pero ¿qué 
haré? Si ha ido á Ferry y está de vuelta ya, se ha 
-frustrado la cita; y temo que así sea. Sin embargo, 
ella aseguró que estaria junto al olmo, y nunca 
faltó á su promesa cuando pudo cumplirla. En 
fin, María señaló el sitio, y lo mas seguro es ir allí 
y esperar. ¡Pardiez! ¡acaso esté ya aguardán- 
dome! » - 
Wingate no se detiene á reflexionar mas, y dirí- 
gese hácia el sitio donde se eleva el olmo. 
A pesar de la oscuridad de la noche, de la estre- 
chez del sendero, y del ramaje que obstruye en 
algunos sitios el paso, Wingate avanza rápida- 
mente, pues conoce el terreno palmo á palmo por 
lo menos hasta el sitio en que se halla el olmo, 
bajo cuyas espesas ramas deben verse los dos jó- 
venes clandestinamente. . 
Aquel árbol es un anciano patriarca del bosque; 
su tronco está en parte hueco, y por lo mismo le 
ha respetado el hacha del leñador, que derribó 
tantos otros. Semejante á una torre, elévase á 
pocos pasos del sendero, del cual le separa una 
espesura de acebos silvestres; de su enorme tron- 
co sobresale horizontalmente, cerca del suelo, una 
gruesa rama, que podria muy bien servir de 
asiento. 
Llegado al olmo, Jacobo Wingate experimenta 
cierto enojo al no encontrar allí á su adorada. 
Llámala en voz baja, por si acaso se halla en la 
espesura, y grita despues; pero no recibe contes- 
 
	        
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