34 BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA. ;
—No que yo sepa. Cierto que un bote se po:
hace tiempo; y extrañando siempre que Ryecroft
haya querido ir á recorrer el Wye á una hora tan
inusitada, la viuda sale fuera de su casita para ver
si descubre á lo lejos el bote de su hijo. Sin em-
bargo, poca extension de la corriente se puede
divisar allí, porque su curso es tortuoso.
Colocándose en el sitio donde puede abarcar con
la vista mayor espacio, mira con maternal solici-
tud, y hasta cierta ansiedad que reconoce otra
causa. No Je queda ya té ni azúcar, y tambien se
han concluido otros articulos de primera necesi-
dad. Jacobo se disponia á ir á Ferry ácomprárlos
cuando llegó el capitan; y ahora se pregunta la
viuda si vendrá á tiempo para proporcionárselos
antes que cierren la tienda. De lo contrario, la ce-
ha será muy pobre para Jacobo, sin contar que
deberá acostarse sin luz, porque tampoco hay en
casa mas que un cabo de vela.
Cuando hace estas reflexiones con inquietud,
tranquilizase al oir un sonido en que reconoce el
rumor de los remos batiendo el agua; muchas
veces le ha escuchado, é instintivamente sabe
que son los de su hijo, porque los golpes que este
da en las ondas tienen un carácter particular, y
distinguense por su regularidad cadenciosa, á la
que no iguala ningun otro barquero del Wye.
En efecto, pocos minutos despues de oir los
remos, divisa á la luz de la luna el bote, que
avanza ligeramente. A
Y ya solo espera que Jacobo le amarre, y que
venga pronto á decirle á dónde ha ido con el ca-
pitan; tal vez este último entre tambien en la ca-
sita para decir alguna palabra amistosa á la viu-
da, como lo ha hecho otras veces.
Cuando está pensando en esto, recibe un des-
engaño porque el bote pasa por delante de la
casa, sin detenerse un solo momento; pero le
consuela ver á Jacobo saludar con su sombrero,
lo cual indica que su hijo la ha visto, y que tiene
. buénas razones para continuar su viaje. Sin duda
terminará este en Ferry, y el jóven comprará
allí las velas y comestibles, matando de este modo
dos pájaros de una sola pedrada.
Satisfecha con esta reflexion, la viuda entra en
su casa, revuelve el fuego, y espera resignada-
mente la vuelta de su hijo.
CAPITULO XXI.
UNA MANO SACRÍLEGA:
Entre la casita de Wingate y el caserío de
Ferry, el capitan no conoce bien el rio, pues
nunca ha fijado en aquella parte su atencion;
mas al recorrerla ahora con el bote, toma nota
de ciertos detalles, examinando principalmente
el canal, y haciendo un cálculo sobre las distan-
cias ; piensa igualmente en la barca que vió aque-
lla noche de triste memoria. ás >
Sin embargo, nada dice á su compañero: aun
no ha llegado la hora de hacerle la confidencia;
mas no tardará en participarle el secreto.
El capitan, siempre silencioso, acaba de fijar
su vista en un objeto que se eleva en la orilla
izquierda, iluminado en aquel instante por la
luz de la luna: es la cruz de hierro sobrepuesta
en la capilla de Ferry.
—¡Deten aquí el bote, Jacobo! dice el capitan
de improviso.
El barquero obedece sin preguntar la causa
de aquella nueva interrupcion, ni tiene tiempo
para pensar cuál pueda ser, porque Ryecroft le
dice en el.mismo instante:
—¿Ves aquel punto oscuro del rio, frente á la
capilla ?
— Sí, capitan.
—¿Hay allí algun desembarcadero, ó lugar
donde amarrar los botes?
fiero ir por los prados, ya que la luna iluminar
drá amarrar en cualquier punto de la orilla, si
hay roca ó estacada; pero el sitio acostumbrado
para esto se halla mas arriba, en el desembarca:
dero.
cionado á veces en el sitio que te indico?
— Yo me detuve allí una noche, de triste re-
cuerdo; y fué la del dia siguiente al en que pere-
ció la pobre María Morgan, que reposa en est
cementerio; vine á rezar una oracion sobre su
— Pero ¿sabes tú de algun bote que haya esta- |
rice
tumba y á depositar una planta; y como me con:
venia no ser observado, amarré allí mi bote.
Fuera de esto, no sé de nadie que haya seguido :
mi ejemplo.
— Está bien; adelante pues.
Y el esquife sigue avanzando por la corriente,
sin que se crucen mas palabras entre los doS
hombres durante un buen rato.
Es porque el capitan, sumido nuevamente en
sus reflexiones, concentra sus ideas para resolver
un problema, sencillo de por si; pero con mu-
chas complicaciones y ambigúedades: consiste en
averiguar de qué modo murió Gwen Wynn.
Aun sigue absorto en sus conjeturas, cuando
reconoce que se ha detenido de nuevo la embar-
cación, y oye las siguientes palabras:
— ¿Quereis que os desembarque aquí, capitan?
Ahí esta el sendero que atraviesa los prados de
Powell; pero si lo preferís, os conduciré á la ciu-
dad misma. Podeis elegir, bien seguro de que no
hay para mí gran diferencia.
— Gracias, Jacobo; eres muy amable; mas pre-
perfectamente mi camino. Por otra parte, como
necesitaré mañana tu bote, tal vez por todo el
dia, mejor será que te vuelvas á casa á descansar.
Ahora recuerdo tambien que debes ir á la tienda
de Ferry, y si no te das prisa, encontrarás cCer-
rado.
me lo recordeis. He prometido á mi madre mu-
chas cosas, y sentiria no complacerla.
—¡Muy bien! vé cuanto antes; y sobre todo, -
amigo Wingate, no digas á nadie una palabra
sobre lo que hemos hecho. Sea esto un secreto
sagrado para ti.
—Podeis confiar en ello , capitan.
- El bote se acerca á la orilla, Ryecroft salta en
tierra, da las buenas noches y aléjase á buen paso.
Sin perder un minuto, el barquero comienza á
remar vigorosamente en direccion á Ferry, esti-
mulado por el temor de hallar la tienda cerrada:
Sin embargo llega á tiempo, pues aun ve una |
luz y la puerta abierta.
Despues de comprar cuanto necesita su madre,
dirígese presuroso al sitio donde amarró su bote;
pero en el camino encuentra un individuo que
ha ido á Ferry con el mismo objeto: es José, el
barquero de Llangorren, que así como los demás
criados, ha sido despedido.
Aunque sus relaciones con Wingate son en
cierto modo recientes, se ha producido una sin-
cera amistad entre los dos hombres, sobre todo
desde que se ven con mas frecuencia. En el des-
empeño de su respectivo oficio tienen muchas
oportunidades de reunirse, y ya fueron cofrades
en el desembarcadero de Llangorren.
Como hace dias que no se han visto, hay.
mucho que hablar, y José es de aquellos e
cuando toman la palabra no saben dejarla. Ln
cuanto á Wingate, provisto ya de comestibles,
impórtale poco llegar un momento mas tarde a
casa, porque su madre le ha visto pasar y n0
estará inquieta. peon :
Hé aquí por qué escucha sin impaciencia á Jos6,
— ¡Ah! ya se me olvidaba, y os agradezco que
A
el cual habla de todas las noticias del dia, em”
pleando para ello una media hora. y
Despues, sepáranse los dos compañeros, Y