UNA BODA ARISTOCRÁTICA. .
Wingate se dirige presuroso en busca de su bote,
introdúcese en 6l y aléjase á todo remo.
los pocos minutos llega frente al cementerio
de Ferry; y de improviso, como si le ocurriese
Una repentina idea, deja de remar; la corriente
10 es allí violenta, y el bote flota con suavidad.
Wingate fija sus miradas en el cementerio, no
Porque pueda ver cosa alguna, pues la oscuri-
' ad es completa, sino porque se halla entregado
4 profundas reflexiones.
n momento despues, acerca su bote á la ori-
lla, amárrale en una gruesa estaca, salta en tierra
Ep o la pared del cementerio, que es muy
Aunque la noche es tenebrosa, cuéstale poco
Oncontrar lo que busca, pues ya conuce el terreno
palmos; no hay allí muchos sepulcros que pue-
AN Orientarle porque el pequeño cementerio es
Muy reducido, y escaso el número de los monu-
Mentos; pero el barquero no los necesita para
Sllarse, y así como el perro fiel encuentra por
Mstinto la tumba de su amo, así el jóven, esti-
Mulado por su afecto, halla muy pronto el sitio
donde reposan los restos de María Morgan.
Llegado al fin á su tumba, desahoga primero
Su dolor, vertiendo abundantes lágrimas, y cal-
Mándose despues, eleva al cielo una oracion ; es
adre muestro, porque no conoce otra, pero
asta para mitigar un poco su quebranto y su
Drofundo pesar. en Pe
las tranquilo ya, se ha puesto en pié para
Marcharse, cuando piensa de pronto en la «flor
el amor». del y
Sin duda estará creciendo, no la flor, sino la
Planta: ya sabe Wingate que la primera debe ha-
ése marchitado, y que es preciso esperar la
Vuelta de la primavera; la segunda se conserva
“in duda lozana. La oscuridad le impide verla,
Dero la reconocerá por el tacto. :
Aarrodillándose de nuevo, extiende sus manos
SObre la tumba para tocar la planta; mas no la
Acuentra, aunque está seguro de que aquel es
Ol sitio donde deberia hallarse. Nada ha quedado
Ue ella, ni siquiera las raices. Alguna mano sa-
“ilega ha osado arrancarla de allí, como parece
Mdicarlo la tierra removida. ' »
. Y al observar aquello, las palabras que pronun-
“lan los labios del jóven contrastan de un modo
Singular con la oracion que antes murmuró, pues
50 realmente profanas, tanto que no se le po-
“lan dispensar sino fuese tan poderoso el mo-
'VO que le induce á proferirlas.
h “Ese maldito Dick Dempsey es quien lo ha
o, exclama con acento de cólera; no puede
“Y ningun otro. ¡Ah! como llegue á tener una
Drueba de ello, yo le aseguro que se arrepentirá
* esta profanacion. ¡Por Dios vivo que me las
ará todas juntas!» 6 Len
y irmurando estas palabras con ciego enojo,
vi Ingate vuelve á su bote, y comienza á remar
p¿Urosamente; y aun cuando se halla lejos de
Cry, deja escapar maquinalmente exclamacio-
5 amenazadoras que harian temblar á Dick
“Mpsey si las oyese. a ÓN 28.
CAPITULO XXIIL
> UNA "TARDANZA ENOJOSA.
¡aaa viuda Wingate se impacienta de nuevo por
“¿Usencia desu hijo, que parece prolongarse mas
Pi regular. El reloj de pared marca ya las diez y
arto; han trascurrido dos horas desde que pasó
quote, y basta una para ir á Ferry y volver.
“29mo se explicaba pues la tardanza?
qui * impaciencia de la viuda se convierte en in-
A letud cuando al salir á la puerta desu casa ob-
|. “9Eva el color oscuro del cielo; la luna no brilla
e
573)
ya, y reinan las tinieblas, lo cual indica siempre
algun riesgo para los que se hallan en el rio. El '
Wye no es una de aquellas corrientes en que se
pueda tener confianza; bien vaya crecido ó no,
todos los años ocasiona victimas, y la viuda teme
por su hijo.
«¿Dónde estará ahora? murmura la buena mu-
jer cada vez mas inquieta. Si ha conducido al ca-
pitan hasta la ciudad, todavía tardará mucho en
volver.»
Esta última reflexion entristece á la viuda
Wingate, pues recuerda aquella noche en que
esperaba tambien á su hijo, cuando éste le ase-
guró que debia ir á Ferry á comprar cuerda á fiu
de reparar una avería de su bote.
«¡Pobre muchacho! murmura, al pensar en
aquel inocente engaño que tan fácilmente le per-
donó ; ya no necesita valerse de esos subterfugios
con su pobre madre. ¡Ojalá que no fuese asi!
» (Qué negro está ese cielo; paréceme que ame-
naza tormenta. Por fortuna, facobo conoce muy
bien el rio, sobre todo desde Ferry hasta aquí. A
Dios gracias, el muchacho no es dado á la bebi-
da, y por esta parte no tengo el menor cuidado.
¡Bah! tal vez no haya motivo para que yo esté
inquieta; pero de todos modos me disgusta que
tarde tanto. ¡Dios mio! ¡Van á dar las once!
Pero ¡ah!.. ¿Qué es eso? Tal vez haya llegado ya.»
La viuda Wingate sale presurosa al camino, y
apenas ha dado algunos pasos oye un ruido de
remos, que cesa al punto; parécele que acaban
de sacarlos del agua, y percibe como el choque
de un esquife contra la orilla.
En efecto, la María acaba de atracar en su
amarre; y pocos minutos despues, la viuda ve á
su hijo avanzar hácia la casa. Lleva en los brazos
dos ó tres envoltorios de papel, y tambien los
remos, precaucion que el jóven cree necesaria,
para evitar el peligro de que algunos muchachos
se lleven por broma el esquife.
La viuda ha salido al encuentro de su hijo, y
despues de aligerarle un poco del peso, los dos
entran en la casa, donde la buena mujer procura
averiguar la causa de la tardanza.
—¿Qué te ha ocurrido, Jacobo? pregunta á su
hijo; has tardado muchísimo tiempo para ir á
Ferry y volver.
—¡A Ferry! Sabed , madre, que he pasado del
“sendero de los prados de Powell, donde he des-
embarcado al capitan.
La contestacion parece satisfactoria á la viuda,
que no pregunta ya mas, porque está muy afa-
nada con sus preparativos para hacer el té; y
como esto es lo único que falta para completar
la cena, aplazada hasta entonces porla intem-
pestiva llegada del capitan, el jóven barquero
puede sentarse ya á la mesa, bien iluminada por
la nueva vela que la viuda acaba de poner en el
candelero. o de
Muy entretenida con estas cosas, la señora
Wingate no ha observado la expresion del sem-
blante de su hijo, ni le mira tampoco mientras
llena de té las dos tazas; pero despues, cuando
la luz brilla con toda su claridad,la viuda se
sobresalta al fijar la vista en el rostro del jóven
. barquero. De sus facciones ha desaparecido ya la
expresion melancólica que notaba hace dias;
ahora tiene el ceño fruncido, y diríase que le do-
mina la cólera, cual si acabara de recibir algun
agravio.
—¿Qué significa ese gesto? pregunta la madre
con inquietud. ¿'Te ha ocurrido algun percance,
Jacobo? A
—¡0h! no gran cosa, madre mia. )
—¡No gran cosa! Pues entonces ¿á qué viene
ese gesto de enfado?
—¿De enfado? ¿Por qué lo creeis asi?
—No lo creo, sino que lo veo; tienes. fruncido
el entrecejo, y parece que tu faz se nubla como