Full text: Una boda aristocrática

  
  
60 BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA. 
pido movimiento ha evitado que la jóven caiga 
en tierra. 
—La causa es el repentino cambio de aire, dice 
Ryecroft; es preciso llevárnosla cuanto antes, 
mayor. Id delante con la escalera, y yo me encar- 
garé de la jóven. 
Mientras habla así, levanta su preciosa carga; 
nO es nada ligero el peso, pero en cambio el brazo 
del capitan es robusto. 
Mahon rompe la marcha cargado con la esca- 
lera, sirviendo de guia á Ryecroft, y á los pocos 
segundos llegan á la pared exterior. 
En el mismo momento, Mahon produce un li- 
gero silbido, y casi al punto es contestado por 
otro desde la parte de afuera. 
La jóven se halla todavía en brazos del capi- 
tan, y Wingate quiere relevarle, angustiado al 
pensar que su novia, despues de haber pasado 
por las puertas de la muerte, acaso haya espirado 
ya por efecto del desmayo. y 
El barquero insta, pues, para que se le confie 
la carga; pero Mahon, que no quiere perder un 
segundo, prohibe que así se haga, ordenando á 
Wingate que coja de nuevo la escalera y les siga 
como antes. 
El mayor rompe la marcha; síguele el capitan, 
siempre con la jóven en brazos, y detrás va Win- 
gate, avanzando los tres á buen paso en direccion 
á la calle de las ()uincallerías. 
Si el capitan supiera quién es la persona que 
conduce, la llevaria, si no mas tiernamente, con 
muy distintas emociones, y seria mayor su afan 
por que se recobrase de su desmayo. 
Solo cuando la ha depositado en un lecho, en 
casa del mayor, y cuando la luz ilumina sus fac- 
ciones, cae el velo de los ojos del capitan. 
Jamás hombre alguno se estremeció tan pro- 
fandamente, ni experimentó mas honda impre- 
sion. 
La mujer que está contemplando es Gwen 
Wynn. 
— ¡Gwen! exclama el capitan en un éxtasis de 
inefable alegría. 
La heredera, que ha vuelto ya en sí, y acaba 
de abrir los ojos, murmura á su vez: 
—¡Bibiano! 
Y los labios de los dos jóvenes, delirantes de 
- AmOr, se unen tiernamente en delicioso contacto. 
¡Pobre Jacobo Wingate! 
CAPITULO XL. 
CONVENIENCIA DE UN VIAJE CONTINENTAL, 
Lewin Murdock ha muerto y está ya enterrado 
hace cuatro dias; pero no en el panteon de los 
Wyunns, aunque tenia derecho á reposar allí. Su 
viuda ha dispuesto otra cosa, temiendo que en 
la mansion de los muertos se descubra un secreto 
que le conviene guardar á toda costa. 
No se practicaron muchas averiguaciones en 
la causa de aquella muerte, pues no se creyó ne- 
cesario. Cierto que el juez evacuó las diligencias, 
ero solo por pura fórmula. Las costumbres del 
ifunto; el testimonio de los que estuvieron be- 
biendo en su compañía aquella noche en el Arpa 
Irlandesa hasta la Eon avanzada en que se ahogó; 
el aserto del dueño del establecimiento, que dijo 
haber conducido á Murdock completamente ébrio 
hasta el bote; y las declaraciones de Coracle, 
quien refirió todas las circunstancias, verdaderas 
unas y ficticias otras, alegando que Murdock 
despues de estar tendido en el fondo del bote, se 
puso de pronto en pié y le volcó, por haberse 
apoyado con demasiada fuerza en la extremidad 
de la proa, fueron datos mas que suficientes para 
explicar el caso. 
En confirmacion de lo dicho por Coracle, en- 
contróse efectivamente la embarcacion flotando 
en las aguas en sentido inverso; y varios criados 
  
dieron testimonio de haber visto á Ricardo Demp- 
sey llegar á Llangorren empapado en agua. Este 
testimonio se confirmó mas por el hecho de ha- 
berse visto el ex-cazador obligado á guardar cama, 
donde está ahora en situacion bastante grave, 
presa de una fiebre que puede ser fatal. 
El dictámen final en el informe del jurado es 
por demás sencillo, reduciéndose á. las dos pala- 
bras: «Ahogado accidentalmente.» 
En nadie han recaido sospechas; y la viuda, 
vestida de luto, afecta un profundo pesar, aunque 
solamente á los ojos del público y de los criados 
de Llangorren. 
Cuando la señora Murdock está sola en su ha- 
bitacion, no se notan ya en su rostro señales de 
tristeza, sino por el contrario, de una intensa 
alegría, sobre todo cuando está en compañía de - 
lo cual sucede ahora con mucha mas 
Rogerio, 
frecuencia que antes. 
Si el escribano pasaba en Llangorren la mitad 
de su tiempo cuando vivia Lewin Murdock, aho- * 
ra se le vé allí casi constantemente, no ya como 
un huésped, sino mas bien como un amo; tanto 
que parece serlo él y no la viuda. 
De la respectiva situacion de ambos se podria 
deducir alguna cosa por el siguiente diálogo que 
media entre los dos poco tiempo despues de la 
muerte de Lewin Murdock. 
Hállanse en la biblioteca donde se vé una arca 
de hierro destinada á guardar los valores, los do- 
cumentos legales, recibos, y todos cuantos pape- 
á la administracion del 
les de interés se refieren 
dominio. 
Rogerio está sentado á una mesa, teniendo de- | 
lante de sí varios documentos, tintero y plumas; 
ha cogido una hoja de papel en blanco, y acaba 
de escribir un anunció que debe ser remitido á 
varios periódicos. : 
Sl 
—UÚreo que esto bastará, dice á la viuda, que 
apura una. 
sentada en un sillon junto al fuego 
copita de licor y fuma un cigarrillo de papel. 
¿Quereis que lea el contenido? 
—No; es inútil; no me molesteis con vuestros 
detalles; resumid en dos palabras. 
—Pues bien; escuchad: 
«La propiedad de Llangorren se venderá en 
pública subasta, con todas sus pertenencias, casa, 
parque, bosques, etc. etc.» 
Tí Basta, basta! dice la señora Murdock. ¿Ha- 
beis puesto la fecha? Me parece que es necesaria. 
—No solo necesaria, sino indispensable. Me pa- 
rece que no realizaremos las tres cuartas. partes 
del valor; pero no hay otro remedio; mas vale 
eso que no tener suspendida sobre la cebeza otra 
espada de Damocles. 
—¿Aludis á la lengua del ex-cazador? pregunta 
la viuda , que tiene sobrada razon para tenerla. 
—No; nada me inspira recelo por esa parte, 
porque el pobre diablo se halla postrado en su 
lecho, y no saldrá ya de él por su pié. 
—¿Está muriéndose acaso? pregunta la señora 
Murdock con un acento que revela regocijo en 
vez de compasion. 
—Si, contesta Rogerio con tono de fingido pesar; 
ahora mismo me separo de la gabecera de su 
lecho. 
—Supongo, dice la viuda, que su mal ha sido 
ocasionado por el baño que tomó aquella noche... 
—Sí, interrumpe Rogerio, esa es en parte la 
causa. 
Y sonriendo con expresion siniestra, añade: 
—Y tambien ha contribuido la medicina que se 
le ha dado para curarse. 
—4 Qué quereis decir con eso, Rogerio? 
—Nada mas sino que el bueno de Dick se ha 
permitido deliberar, diciendo tales cosas, que he 
visto un grave peligro en ellas. : 
—¿Y le habeis dado algo para reducirle al si- 
lencio? 
—Precisamente. 
Y $ 
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FE 
 
	        
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