Full text: Los merodeadores del bosque

  
  
A ERE 
  
  
  
LOS MERODEADORES DEL BOSQUE. 
de chaqueton de piel, pantalon ancho, de lo mis- 
mo, abierto desde la rodilla al pié, grandes botas 
de cuero fuerte, y un ancho sombrero de fieltro, 
adornado con una cinta de perlas de Venecia. Por 
únicas armas llevaba un largo cuchillo de ancha 
hoja y una carabina. El conjunto del traje no de- 
jaba de ser pintoresco, y sus colores armonizaban 
con los de la manta en que reposaba el viajero. 
El desconocido debia ser seguramente uno de 
esos hombres que recorren de contínuo las desier- 
á tos estepas de Méjico, y que durante sus expedi- 
ciones contra los indios ú otros enemigos, duer- 
  
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men indistintamente en el llano ó en la espesura 
del bosque. 
En las facciones de este viajero observábase 
una expresion de brutal ferocidad á la vez que de 
desdeñosa indiferencia, un aspecto siniestro, que 
apenas podia modificar el gracioso contorno de la 
boca. En una palabra, el conjunto debia inspirar 
á cualquiera, á primera vista, un sentimiento de 
repulsion á la vez que de temor; seguramente que 
á ninguno le hubiera agradado tener por compa- 
ñero á semejante hombre en el desierto, cuando 
menos si juzgaba por las apariencias. 
« Decid de mi parte á quien os envia que seré puntual á la cita. 
. 
A pesar de su calma y tranquilidad, era eviden- 
te que aquel hombre esperaba algo; pero como en 
este país se ejerce mucho la virtud de la cg q 
cia, el viajero la practicaba sin duda tambien; y 
como habia caminado tres dias para llegar al pun- 
to donde se hallaba, pensaba tal vez que algunas 
horas más ó menos no significaban nada. Para el 
que ha recorrido en este desierto cien leguas €s 
una bagatela esperar unas cuantas horas, suce- 
diendo lo contrario que en el centro de una ciudad 
donde no se sufre con paciencia una tardanza de 
quince minutos. 
Tal sucedia con el solitario viajero; y así es que 
al oir resonar las herraduras de un caballo á cierta 
distancia, no hizo más que variar de posicion, 
  
   
  
  
  
  
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A 
mientras que su corcel, percibiendo tambien el 
ruido, enderezó las orejas y relinchó alegre- 
mente. ' 
El galope se oia cada vez más próximo, y no 
cabia duda que el jinete avánzaba con toda rapi- 
dez en direccion á la solitaria ranchería. 
Reconocióse luego que habia hecho cambiar el 
paso á su montura, y que se adelantaba con cier- 
ta precaucion. 
Algunos segundos despues apareció al fin el 
jinete en la senda que conducia á Arispe, y al ver 
al viajero, detuvo de pronto su caballo para exa- 
«minar al desconocido. 
 
	        
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