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32 BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA.
qui, suponiendo quese haya detenido en La Poza.
Apenas habia pronunciado don Agustin estas
palabras, cuando se presentó en el salon una en-
:santadora jóven: era su hija, la hermosa Rosario.
Y como si los esperados viajeros aguardasen
sólo su presencia, oyóse en el mismo instante el
rudo galopar de varios caballos, y á la luz de ya-
rias hachas se vió al señor de Arechiza y al sena-
dor, que seguidos de su gente se dirigian presuro-
sos.á la entrada de la hacienda.
CAPÍTULO XIV.
ROSARIO.
Durante el viaje á La Poza, habia caido en
suerte á Cuchillo galopar al lado de Tiburcio, pero
habianse cruzado entre ellos pocas palabras, pues
el aventurero no habia renunciado á su proyecto,
aunque le encubria bajo un aparente buen hu-
mor, mientras que el jóven Arellano pensaba sólo
en valerse de todos los medios posibles pará iden-
tificar en Cuchillo al asesino de su padre. No se
habia presentado hasta entonces ninguna buena
oportunidad; pero de aquel espionaje originóse
un instintivo y mútuo rencor entre los dos hom-
bres; y antes de terminar la jornada, mirabánse
ya como los más mortales enemigos.
Cuchillo estaba más que nunca resuelto 4 des-
hacerse de Tiburcio, pues nada era para él un
. Crimen más ó menos; y eljóven Arellano, recor-
dando el juramento que hizo á su madre adopti-
va, esperaba sólo hallar y reconocer al asesino, para
cumplir su proniesa.
Sin embargo, otras ideas absorbian la mente de
Tiburcio; cuanto más se acercaba al objeto de su
amor, más lejos le parecia estar del logro de sus
deseos; en La Poza habia soñado, y en medio de
sus ilusiones no vió dificultades insuperables; pero
ahora que se acercaba á la hacienda, sentiase aba-
tido y perdia las esperanzas. Hé aquí por qué re-
solvió poner término á su penosa incertidumbre
aquella misma noche, á fin de saber cuanto antes
á qué atenerse respecto á Rosario, de quien depen-
dia ser feliz ó desgraciado para toda su vida.
Cuando Tiburcio vió por primera vez á Rosa-
rio en las profundidades del bosque, ignoraba su
rango, y en las horas que estuvo en su compañía
no averiguó cómo se llamaba la hermosa jóven
que le habia inspirado la más ardiente pasion. Por
eso se forjó doradas ilusiones, osando esperar que
su puro amor podia ser correspondido; y sólo
cuando supo que la jóven era hija del opulento
propietario don Agustin de la Peña, reconoció
cuán locas eran sus aspiraciones, y la inmensa
barrera que le separaba del objeto de su amor.
Despues, cuando le fué revelado el secreto
del Valle del Oro, no deseó poseer riquezas por el
afan de sea rico; su aspiración era más noble,
más conforme con su carácter caballeresco: ambi-
cionaba el oro para formar un puente que le per-
mitiera franquear el abismo que le separaba de
Rosario.
Por desgracia, no podia ocultarse ya el hecho
demasiado evidente de que no era el único posee-
dor del secreto.
Y divagando de una en otra “deduccion, ocur-
rióle de pronto que la empresa en que se hallaba
accidentalmente asociado no tenia otro objeto
sino el de explotar el Valle del Oro.
Tambien era posible que el mismo hombre que
conocia el secreto, es decir el asesino de Márcos
. Arellano, se hallase entre los que formaban la ex-
pedicion, cuyo jefe era Arechiza. Las ambiguas
- preguntas de Cuchillo, el defecto de su caballo, y
Otras ligeras indicaciones, arrojaban alguna luz
en las conjeturas de Tiburcio; pero aún no era
esto bastante.
Oprimiósele sobre todo el corazon al pensar
»
que Rosario podria no recibirle como él deseaba,
pues al fin y al cabo, no pasaba de ser un pobre
gambucino, sin recursos, sin familia, y pobremen-
te vestido.
Tristes eran los presentimientos que agitaban
al pobre jóven al acercarse á la hacienda la cara-
vana, en la cual figuraba sólo como uno de tan-
tos aventureros.
Pronto se abrieron las puertas para recibir á
los expedicionarios, á cuyo jefe cumplimentó don
Agustin afectuosamente, con esa cortesía y ele-
gante desenvoltura propia del caballero espa-
nol. Tambien dió la bienvenida al senador, y
tuvo algunas afectuosas palabras para Tiburcio,
quien creyó ver en esto un presagio feliz.
Apeados ya todos los viajeros, Cuchillo perma-
neció fuera por respeto á su jefe; pero Tiburcio
que no tenia los mismos motivos para obrar así,
entró con Arechiza y el senador, quienes fueron
introducidos en la sala que ya sabemos.
Tiburcio no reparó en el lujo de la habitacion:
sus ojos se fijaron sólo en una hermosa jóven, en
la encantadora Rosario, que le pareció más her-
mosa que nunca. Una redecilla contenia á duras
penas las negras trenzas de su cabello; vestia
una falda de seda gris que realzaba la esbeltez
de sus formas, y á guisa de cinturon oprimia lige-
ramente su cintura un chal de gasa, cuyas pun-
tas pendian á un lado; y una trasparente mante-
leta de tul dejaba ver sus redondos hombros, del
más puro perfil. En una palabra, Rosario habia
sabido elegir un traje caprichoso que realzase sus
gracias.
A pesar de la sonrisa que se deslizó en sus lá-
bios al fijar la mirada en Tiburcio, parecióle á
este.notar cierto aire de altivez, como si 0
quisiera demostrar sólo que no habia olvidado €
servicio prestado por el jóven.
Y entonces miró con abatimiento su desali-
nada y mísera vestimenta, comparándola con
los elegantes trajes de Arechiza y el senador.
Mientras el primero referia á don Agustin los
incidentes del viaje, el senador no tenia ojos más
que para la encantadora Rosario, contra la cual
dirigia un nutrido fuego de frivolos cumplidos.
Parecióle á Tiburcio que la jóven escuchaba
con gusto y con sonrisas muy diferentes de la
que se le habian concedido á él; y no pudo menos.
de observar la desenvoltura con que el senador
hablaba á Rosario, y el vivido carmin que hermo-
seó sus mejillas. En una palabra, la hija de don
Agustin parecia muy satisfecha de la galantería
del senador, como la campesina que escucha las
Iisonjas de un apuesto caballero.
No pasaba desapercibido para Arechiza aquel
juego de miradas y de gestos; pronto adivinó en
Tiburcio el secreto de su corazon, é involuntaria-
mente hubo de comparar la varonil belleza del jó-
yen con las vulgares facciones de su compañero
de viaje; y como si presintiera que Tiburcio podia
ser un obstáculo para la realizacion de sus secre-
tos planes, dirigióle dos ó tres veces una mirada
sombria.
Poco á poco, dejando de tomar parte enla con-
versacion, quedó absorto en sus reflexiones; Ro-
sario parecia estar tambien meditabunda; y en
cuanto á don Agustin y el senador, conversaban
animosamente pareciendo estar en la mejor inte-
ligencia.
De pronto entró Cuchillo enla'sala acompañado
de Baraja para ofrecer sus respetos al dueño de
la hacienda; esto produjo algun cambio en la es-
cena, y aprovechando Tiburcio una oportunidad,
despues de tomar una resolucion esesperada,
acercóse á Rosario y la dijo en voz muy baja:
—Daria mi vida, señorita por poder deciros á
solas dos palabras; es asunto de la mayor impor-
tancia.
La jóven miró un momento á Tiburcio con