dd BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA.
sargar su carabina; pero su sed de venganza le
impulsó á precipitarse hácia adelante sin tomar
precaucion alguna, á fin de que no se le escapara
su víctima. En el caso de que esta tuviese compa-
ñeros, confiaba en su fuerza hercúlea para salir
del paso.
Al acercarse al sitio, vió un caballo que se agi-
taba furiosamente, tratando de atravesar la espe-
sura; y como tenia puesta la silla y la brida pen-
diente, el cazador supuso que el jinete habria
caido.
En el mismo instante resonó un silbido; el ca-
ballo relinchó cual si con testara, y comenzó á ga-
lopar hácia el sendero. El cazador, siguiéndole
con toda la ligereza que le era posible, vió de pron-
to al cuadrúpedo detenerse, doblar las rodillas jun-
to á un hombre tendido en tierra, y á este último
coger el pomo de la silla y montar, produciendo
un segundo silbido que bastó para que el caballo
emprendiera un precipitado galope. Todo esto
pasó en menos tiempo del que se necesita para
decirlo, de modo que al llegar el canadense al si-
tio, el jinete habia desaparecido ya entre los ár-
boles.
El cazador profirió una espantosa blasfemia, y
volviendo á cargar $u carabina, disparó en la mis-
ma direccion; pero el galopar del caballo le hizo
comprender que el tiro no habia causado daño al-
guno. ;
Entonces, siguiendo opuesta direccion, imitó
tres veces el aullido del lobo de la Pradera, señal
convenida con Pepe, y sin detenerse más, dirigio-
se al sitio en que habia divisado la chaqueta ama-
rilla.
Alli vió la yerba aplastada en el espacio que
ocuparia el cuerpo de un hombre, y que á la altu-
ra que este podia alcanzar, hallándose á caballo,
estaban rotas las ramas de un árbol, como si el
Jinete las hubiese cogido al caer. No aparecia nin-
guna señal de sangre, pero en cambio halló el ca-
nadense una carabina, lo cual indicaba que el
hombre habia abandonado el arma en su precipi-
tacion. ? d
— ¡Pobre Fabian! murmuró:el cazador, esta ca-
rabina servirá para ti; siempre te será más útil que
tu cuchillo, que de nada sirve en estos bosques.
Algo consolado con esta reflexion, el cazador se
dirigió de nuevo hácia el campamento; mas aún
no habia andado doce pasos, cuando resonó un
tiro. A
—Es de mi compañero, exclamó el canadense,
¡Dios quiera que haya sido más afortunado
que yo! ' >
A los dos pasos oyó una segunda detonacion,
que hizo arrugar cl ceño al cazador, pues compren-
dió que no procedia de Pepe, y poseido de la ma-
yor inquietud, precipitóse hácia adelante.
Un tercer tiro aumentó su angustia; pero casi
en el mismo instante oyó la voz de Pepe que gri-
taba: '
— Venid acá, Fabian, venid acá; es inútil que
Os canseis.
El canadense corrió como un loco, detúvose
Inego, á riesgo de ser sorprendido por algun ene-
migo oculto, y sin poder contenerse ya, gritó con
voz estentórea: :
.—¡Hola! Pepe, ¿dónde estais?
— Aquí, contestó la voz del ex-carabinero, aquí
estamos don Fabian y yo.
El canadense lanzó un grito de alegría, y un
momento despues estrechaba con efusion las ma-
nos de sus amigos.
«—¡El diablo me lleve, dijo, si ese tunante no.
ha rodado por tierra herido por la bala de mi' ca-
rabina! 'Tal vez habreis sido más afortunado
—queyo. p ES
Pepe hizo una señal negativa. ,
—Si os referís, dijo, á un jinete con chaqueton
amarillo, pienso que es el mismo diablo en perso-
na, pues le apunté con el mayor cuidado, y no
he podido tocarle. Lo que os aseguro es que no
vasolo; acompáñanle otros cuatro jinetes, en uno
de los cuales he reconocido al que llaman don Es-
téban de Arechiza, y que no es otro sino...
— Yo no he visto sino al del chaqueton amari-
llo, interrumpió el canadense, y aqui.está su cara-
bina, que servirá para Fabian.
Al pronunciar estas palabras acercóse al jóven
y le preguntó con el mayor interés:
— ¿No estais herido, amigo mio?
—No, no, exclamó Fabian, abrazando al cana-
dense, como si se vieran despues de una larga se-
paracion.
—¡Oh amigo Pepe! exclamó el cazador con los
ojos arrasados en lágrimas y estrechando al jóven
contra su pecho, soy el más feliz de los hombres.
¡Mirad qué gallardo y qué hermoso es ahora mi
querido Fabian!
—Padre mio, dijo el jóven, Pepe melo ha con-
tado todo; ya sé que entreesos hombres está el
asesino de ani madre.
—Si; por la Virgen de Atocha, no perdamos el
tiempo, porque es preciso que ese infame no se
nos escape de las manos. Demasiado tiempo ha
pasado sin que se cumpla la justicia divina.
Los tres amigos celebraron consejo rápidaman-
te, para acordar la conducta que deberian seguir,
y al fin resolvieron ir en persecucion de los jine-
tes con toda la rapidez posible por el camino que
seguian, que era el de Tubaco.
CAPÍTULO XX VHL
LA SANGRE DE LOS MEDIANAS.
Despues de haber descargado inútilmente sus
carabinas, á demasiada distancia para que los
proyectiles pudieran ser peligrosos, Oroche y Ba-
raja fueron á reunirse con Cuchillo.
El aventurero estaba pálido como un difunto;
la bala del cazador le habia rozado la cabeza, ha-
ciéndole caer aturdido al suelo; y á no ser por su
noble caballo, perfectamente adiestrado, que vien-
do á su amo en peligro se inclinó para que pudie-
se montar de nuevo, es indudable que al llegar el
canadense al sitio, habria aplastado á Cuchillo
como á un reptil venenoso.
No fué este el único peligro que amenazó al
aventurero: cuando se hubo reunido con sus
cómplices y marcharon todos tres al encuentro de
Arechiza, este no necesitó interrogar 4 Cuchillo
para comprender que Fabian habia escapado: har-
to se lo decia la palidez del asesino y el aire con-
fuso de sus dos compañeros.
Entonces no tuvo ya límites la rabia de Arechi-
za; adelantóse furioso hácia Cuchillo y gritó con
voz de trueno:
—¡Miserable! ¡4un acabarias por comprome-
terme con tus torpezas!
Y ciego de cólera, sin reflexionar que Cuchillo
era el único que poseia el secreto del Valle del
Oro, apuntóle con una pistola é hizo fuego.
Afortunadamente para el aventurero, Pedro
Diaz desvió rápidamente el brazo de don Estéban.,
y la bala fué á perderse en el espacio.
— ¿Y quiénes son esos hombres que acompañan
aijóven? preguntó Arechiza á Cuchillo y Baraja.
—Los dos cazadores de tigres, contestó el se-
gundo.
Don Estéban y Pedro Diaz conferenciaron un
momeñto en voz baja, y algunos momentos des-
pues dijo el primero en alta voz:
—Es preciso destruir el puente del Salto de
Agua, y el diablo ha de andar en ello si nosalcan-
zan antes de llegar á Tubaco.
Fabian habia oido decir á don Estéban la noche
anterior que sólo pasaria dos horas en la hacien-
da: pero como los últimos acontecimientos acor-