Full text: Los merodeadores del bosque

A en 
  
76 
diez minutos que ha pasado por aquí; estas seña- 
les continúan hácia los algodoneros. 
Los tres hombres avanzaron en direccion á los 
arboles; pero el canadense se detuvo de pronto . 
diciendo á.sus compañeros: 
—Dejadme pasar antes, pues tal vez se halle 
oculto el enemigo en esa espesura que vemos. 
Al decir esto apartó el follaje de unos matorra- 
les que formaban como una valla, y comenzó á 
examinar el terreno; pero éste era pedregoso en 
aquel sitio, y no se podia reconocer huella al- 
guna. . 
— Amigo Pepe, dijo el canadense, lo mejor será 
que demos la vuelta 4 esa roca cónica y que Fa- 
bian nos espere aqui. 
Los dos cazadores se alejaron, dejando al jóven 
solo y entregado á sus reflexiones. : 
Fabian pensaba en su singular situacion: él, 
que habia soñado en poseer el Valle, cifrando 
en su riqueza todas sus esperanzas, hallábase 
ahora tocando casi el tesoro; y sin embargo, 
creíase más desgraciado que nunca; la felicidad, 
como sucede muy á menudo, se le escapaba en el 
momento de ir á conseguirla. 
Para Fabian no estaba ya la dicha en el Valle 
del Oro; no estaba en ninguna parte; no tenia ob- 
jeto alguno que proseguir; ninguna encantadora 
imágen le seducia. Hallábase en uno de esos mo- 
mentos, por fortuna muy raros en la vida, du- 
rante los cuales todo lo vemos «oscuro á. nuestro 
, Alrededor, todo lúgubre y tenebroso. 
El jóven se adelantó maquinalmente hácia la 
línea de árboles, que formaban como una barre- 
ra casi impenetrable; mas apenas hubo dado al- 
gunos pasos detuvóse de pronto mudo de sor- 
presa. ! 
La luz de la luna se reflejaba en unos objetos 
brillantes, parecidos á piedras, que despedian 
un brillo deslumbrante. Cualquiera que no fuese 
un buscador de oro podria haber supuesto que 
aquellos cuerpos eran vitrificaciones de algun 
volcan; pero el ojo práctico del jóven acababa de 
reconocer el oro virgen bajo su capa arcillosa. 
Tenia ante sí el más rico tesoro que jámas. fué 
dado al hombre contemplar. 
Entonces, el jóven conde de Mediana evocó el 
recuerdo de Rosario, y pensó que sólo por oir su 
voz renunciaria gustoso á toda aquella riqueza. 
Pero la brisa estaba muda; y el oro tiene tan 
irresistible atractivo, que á pesar de su tristeza, 
Fabian dptaneció algunos momentos inmóvil 
y como fascinado, hasta que al fin llamó á gritos 
á sus compañeros. 
Un momento despues llegaron los cazadores. 
—¿Le habeis encontrado? preguntó Pepe. 
—El tesoro sí, pero no el hombre, contestó 
Fabian. ¡Mirad! 
--¡Cómo! ¿serán esas piedras brillantes?..... 
-—¡Oro puro! dijo el jóven; tesoros que se han 
ido acumulando aquí en el trascurso de los siglos. 
.—¡Dios mio! exclamó Pepe. 
—Ahora, añadió Fabian mirando con tristeza 
aquel rico depósito, que no podia apreciar sin el 
amor de Rosario, comprendo muy bien cómo 
estos dos rios, gracias á su crecida anual, y esos 
torrentes que bajan de las montañas, han arras- 
trado el oro, depositándole en ese reducido valle, 
cuya posicion es tal vez única en todo el mundo. 
¿No es verdad, amigo Pepe, añadió, que jámas 
hubierais esperado ver tanta riqueza reunida en 
un mismo lugar? E Mi 
Pero Pepe no escuchaba ya al jóven condo; 
habiase arrodillado, y parecia sumido en una pro- 
funda meditacion. En su alma luchaban encon- 
trados sentimientos, los de su pasada juventud y 
otros más nobles que habia despertado en él la 
vida del desierto, donde el hombre parece acer- 
carse más á Dios; pero la lucha fué corta; Pepe se 
habia purificado ya por la soledad y el arrepenti- 
É 
BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA, 
  
-guirsi eran indios ó blancos. 
  
miento; por sus mejillas se deslizó una furtiva 
lágrima, y levantándose al fin, dijo 4 Fabian con 
acento solemne: de 
—Señor conde de Mediana, ahora sois rico y 
poderoso , porque todo ese tesoro os pertenece á 
vos solo. e. 
—No lo permita Dios, repuso Fabian algo - 
sorprendido de la gravedad de Pepe; justo es que 
participe el que ha compartido los peligros. ¿Qué 
decis á esto, amigo mio? añadió el jóven dirigién- 
dose al canadense. 
El cazador, impasible ante aquellas riquezas, 
movia la cabeza, mirando á Fabian con cariñosa 
sonrisa. 
—Yo creo como Pepe, dijo despues de una pausa 
¿Qué podria hacer yo con ese oro que el mundo 
codicia? Si para nosotros tiene un valor inesti- 
timable es sólo porque os pertenece; la posesion 
de la más pequeña de esas piedras rebajaria ú 
nuestros ojos el valor del servicio que os hemos 
prestado. Pero creo que lo más urgente ahora es 
resolver lo que ha de hacerse, pues seguramente 
no estamos solos en este desierto. 
Pepe comenzó á separar el ramaje de la espe- 
sura, mas apenas hubo penetrado en el valle, re- 
sonó una detonacion. 
—¡No es nada, amigos, no es nada! gritó Pepe 
al observar la inquietud de sus compañeros, el 
diablo se opone sin duda á que invadan sus do- 
minios; pero segun vemos, su puntería no es ¡n- 
falible. 
Antes de entrar en el valle, el canadense y Far 
bian dirigieron la vista á la cima de las colinas, 
pues de allí debia haber partido el tiro, así como 
el grito que oyeron antes; y despues de consul- 
tarse con la mirada, precipitáronse todos hácia 
aquel punto donde esperaban encontrar al inyisi- 
ble enemigo. Las pendientes eran escabrosas; pero 
gracias á las plantas y raíces se podia trepar sin 
dificultad, aunque no dejaba de ser peligroso, 
porque la densa niebla que ocultaba la cima no 
permitia ver si habia allí alguien. 
Fabian quiso ir delante, mas el canadense le 
contuvo, y mientras ellos discutian, Pepe se 
adelantó á los dos sin decir una palabra, seguido 
despues por sus dos compañeros. 
El antiguo guardacostas, sin temor á los ene- - 
migos que podrian ocultarse entre aquella nube 
de vapor, perdióse muy pronto de vista; pero 
ES 
poco despues un grito de triunfo anunció 4 sus. 
amigos que habia llegado sin novedad. 
El canadense y Fabian se presentaron muy 
pronto, y sólo vieron á Pepe, admirado aún de no 
haber encontrado ningun sér viviente en la roca. 
En aquel instante, una fuerte ráfaga de viento 
disipando la niebla les permitió ver todo el paisa- 
je á gran distancia. 
A derecha é izquierda, la llanura no era más 
que un órido desierto, en aquellas inmensas este- 
pas levantábanse nubes de arena, y por doquie- 
ra reinaba un silencio, lúgubre. 
De repente, los cazadores divisaron dos jinetes 
que al parecer avanzaban hácia la colina; pero ha- 
llábanse aún tan lejos, que no se podia distin- 
—¿Habremos de sostener aquí un nuevo sitio? 
exclamó el canadense. ¿(Qué gente seráesa? 
—Sean blancos ó rojos, repuso Pepe, debemos 
considerarlos como enemigos. ' 
Mientras los cazadores y Fabian se agachaban 
para no ser observados, un hombre que habia 
permanecido hasta entonces invisible, penetró en 
el lago, y levantando las anchas hojas de algu- 
- has plantas acuáticas, ocultóse debajo, permane- 
e 
ciendo inmóvil. 
Aquel hombre era Cuchillo, el sanguinario cha- 
cal, que conducido por su mala estrella, se atre- 
via á invadir el terreno del leon, 
   
  
      
  
   
   
   
   
   
   
    
   
  
  
  
  
  
  
  
  
   
     
	        
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.