Full text: La criolla de la Jamaica

  
  
40 BIBLIOTECA ILUSTRADA DÉ 'TRILLA Y SERRA. 
CAPITULO Y. 
EL NEGRERO. 
El ardiente sol de las Indias Occidentales decli- 
naba hácia el mar de los Caribes, como para ba- 
far su abrasada órbita en las azuladas aguas, 
cuando un buque que habia doblado la Punta 
Pedro, en la isla de la Jamaica, hizo rumbo hácia 
el este de la bahia de Montego. 
Era un buque de tres palos, un bergantin, 
como lo indicaba su mástil de mesana, y á juzgar 
por su aspecto, de unas trescientas á cuatrocien- 
tas toneladas. 
Como en aquel momento le favorecia una fres- 
ca brisa, hablanse cargado todas las velas, cuyo 
aspecto de vetustez, así como el color borrado del 
casco, indicaban que el buque acababa de efectuar 
un largo viaje. 
Además del pabellon sujeto en la verga supe- 
rior, Otro pendia hasta el coronamiento de popa: * 
este último representaba un campo de azur sem- 
brado de estrellas, con rayas rojas y blancas; era 
la bandera de un país libre; mas el buque encer- 
raba no obstante en su interior un cargamento de 
- esclavos. 
Aquel buque era un negrero. 
Despues de penetrar en la bahía, pero hallán- 
dose aun á gran distancia de la ciudad, viró de 
bordo repentinamente, y en vez de seguir ade- 
lante, volvióse al sur, enderezando el rumbo 
hácia un punto desierto de la costa, 
Cuando estuvo á una milla de tierra se carga- 
ron velas, y el raido sonoro de la cadena que se 
deslizaba á través del anillo de hierro del agujero 
del escoben, indicó que el buque anclaba. 
Tratábase ante todo de recontar la mercancía 
viviente, y prepararla para los chalanes. 
Segun la fraseología del negrero, el cargamento 
del buque ascendia á unas doscientas «balas»; 
mercancía recogida en distintos puntos de la cos- 
ta africana. Junto al inteligente Mandingo, de piel 
curtida, vehiase el Jolof de color de ébano; el or- 
gulloso "Toraman codeábase con el Pampar so- 
metido; y el amarillento Ebo, de cara de babuino, 
estaba encadenado con el caribe Moco ó el indi- 
ferente natural de Congo y Angola. 
Los pobres esclavos contemplaban con mirada 
de terror aquella costa desconocida , que ellos to- 
maban por la temible Koomi, país de los caribes; 
mas un poco de reflexion hubiera bastado para 
tranquilizarles sobre las intenciones de los Tobou- 
Doo, esos tiranos blancos que los habian condu- 
cido á través del Océano. 
El arroz coriáceo y el maíz seco, su Único ali- 
mento desde que comenzó el viaje, no eran los 
mas propios para engordarlos á fin de que sir- 
vieran de manjar á los caribes. Sus pieles, sua- 
ves y lustrosas en otro tiempo, estaban ahora 
rugosas, ofreciendo un color agrisado; en todos 
los cuerpos veíanse las señales de las cadenas y 
se reconocian los indicios de los padecimientos 
sufridos durante la travesia. 
- Hombres y mujeres, pues contábanse muchas 
de estas últimas, habian sido evidentemente ob- 
jeto de malos tratamientos, y sus facciones reve- 
laban que les aquejaba el hambre. , 
Apenas hubo anclado el buque, cuando las «ba- 
las» vivientes fueron conducidas á cubierta en 
grupos de tres ó cuatro. Al salir de lá escotilla, 
cada uno de aquellos infelices era cogido ruda- 
mente por un marinero, que provisto de un cepi- 
lio, impregnaba su cuerpo con un líquido ne- 
gruzco, composicion formada con pólvora, jugo 
de limon y aceite de palmera; otro marinero 
practicaba: despues en cada individuo unas frie- 
gas para que el líquido penetrase mejor en la epi- 
  
dermis, dejándola negra y luciente como una bota 
lustrada. SE 
Para los que no estuvieran iniciados en el pro- 
cedimiento, la operacion podria parecer por de- 
más extraña; pero los espectadores presentes ha" . 
bian visto ejecutarla con demasiada frecuencia 
para que les chocase: ya sabian que las «balas 
negras» se preparaban para la venta. Me 
Las miradas de muchos de aquellos desgracia- 
dos revelaban la misma inquietud que habian 
manifestado en las primeras horas de su cautivi- 
dad, y no pocos pensaban que aquella operacion 
era precursora de algun sangriento sacrificio. — . 
Hasta las mujeres fueron sometidas al repug- 
nante procedimiento, y una despues de otra pa- 
saron por las manos de los rudos operadores, que 
acompañaban el acto con cínicos gestos y repug* 
nantes carcajadas. E. 
En el castillo de popa presenciaba la operacion 
el dueño del buque, hombre de elevada estatura 
y color cetrino; junto á él estaba su segundo, y 
en la cubierta veíanse diseminados unos veinte 
hombres pertenecientes á la tripulacion. 
CAPITULO VL 
JOWLER Y JERUSON. 
Casi en el mismo instante de haber anclado el 
negrero, destacóse de la solitaria y silenciosa ori- 
lla un pequeño bote, y cuando estuvo á cierta 
distancia de tierra, avanzó en línea recta hácia el 
buque. 
Este bote iba tripulado por tres hombres; dos 
de ellos, que eran negros, remaban vigorosamen: 
te; su vestimenta consistia tan solo en un pan 
talon blanco muy súcio, y cubrian sus cabezas 
unos sombreros de anchas alas de hoja de pal- 
| mera. 
El tercer individuo era blanco, ó mas bien ama- 
- rillento : sentado en la popa, delante del timon, 
ocupábase en dirigir el bote, segun lo indicaba el 
movimiento de sus hombros. En nada se parecia 
á los remeros, ni por el color de la piel ni por el 
traje; y á decir verdad, difícil hubiera sido encon- 
trar un tipo análogo en mar ó en tierra. 
Era hombre de unos sesenta años, poco mas Ó 
menos, y pertenecia sin duda á la raza blanca, 
pero su semblante, surcado por profundas arru- 
gas, y curtido por el sol dela India Occidental, te- 
nia el color de la hoja de tabaco. Las facciones, 
muy angulares, se habian estrechado tanto por la 
edad, que los dos perfiles, tocándose casi, apenas 
formaban un rostro; de modo que para examl- 
narle se debia mirarle de lado mas bien que de 
frente. La nariz era ganchuda, como el pico del | 
águila, la barba formaba una gran saliente, y una 
depresion profunda indicaba el sitio de los labios, | 
resultando así un conjunto muy semejante al que - 
ofreceria la cabeza de un loro, ó mas bien el tip0 
exagerado de un israelita. ; 
Cuando la boca se abria para sonreir, cosa muy 
rara en nuestro personaje, veíanse solo dos dien- 
tes, tan distantes uno de otro, como dos centine- 
las que guardan la entrada de una caverna. 
Dos ojos pequeños, muy negros, y brillantes 
como los de la nutria, iluminaban constantemen” 
te este rostro singular, cuando nuestro hombre 
no dormia, acto á que se entregaba pocas veces, 
segun aseguraban algunos. El color negro de 108 
ojos parecia mas intenso aun por el contraste con 
las cejas, que muy espesas y blancas, unianse en” 
el nacimiento de la nariz. En cuanto al cabello, NA 
- era visible, y tal vez no existiese; un gorro de al” 
godon ocultaba en parte la cabeza, cubierta ade”, 
mas por un sombrero de castor calado hasta laS 
orejas, y cuyas mugrientas alas indicaban un pros 
longado servicio. 00 A Aye 
Unos anteojos verdes protegian los ojos de tos 
  
 
	        
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