14 BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA.
—¡Doscientas libras! interrumpió el israelita
saltando en su silla. ¡Diantre! caballero Vaughan,
no hay en toda la isla una negra que valga ese
dinero. ¡Doscientas libras ! ¡Dios me ampare! ¡ese
sí que es un buen precio! Yo quisiera vender al-
gunos de mis esclavos por una suma tan redon-
da. Daria dos ó tres por doscientas libras.
—¡ Cómo, señor Jeruson ! ¿Pues no acabais de
decir ahora que los esclavos se encarecen mucho?
—Cierto; pero eso es doblemente caro. ¡Oh!
supongo que no hablais en serio al exigir esa can-
tidad.
—Pues os engañais; y aunque me ofrecierais
doscientas libras...
—¡No digais mas, interrumpió el israelita apre-
suradamente, no digais mas! Me avengo á darlas.
¡Doscientas libras! ¡Dios me ampare! ¡Ahora sí
- que voy á quebrar!
—Nada de eso, señor Jeruson, puesto que no
me conviene el negocio.
—¡ Cómo! ¿no aceptais doscientas libras ?
—Ni tampoco el doble de esta suma.
—¡ El cielo me valga ! caballero Vaughan ; sois
terrible; apenas puedo creer lo que oigo. Os ad-
vierto que tengo el dinero en el bolsillo.
—Siento mucho no complaceros, vecino; pero
la verdad es que no podria vender la jóven Yola
por ningun precio, sin el consentimiento de mi
hija, á quien se la he regalado. ;
—¿A la señorita Vaughan ? '
—S1; Yola es su doncella; y sé que mi hija la
estima en mucho. No es probable que consienta
en venderla. y
—Pero, señor Vaughan, seguramente no per-
mitireis que por vuestra hija se malogre el nego-
cio. Doscientas libras son mucho dinero... mucho
dinero. La muchacha no vale la mitad, y en
cuanto á mí, no daria la mitad, si no fuera por-
que deseo complacerá un parroquiano que no
mira mucho en cuanto á precio.
—Ese parroquiano se habra encaprichado por
la muchacha ¿eb? repuso Vaughan, dirigiendo
al israelita una significativa mirada. Nada tiene
de extraño, porque á decir verdad, es muy boni-
ta; pero si desea comprarla por esta razon, por
la misma no me inclino yo á venderla; y en
cuanto á mi hija, si sospechase que tal era el mo-
tivo, todo el dinero que poseeis, señor Jeruson,
no bastaria para pagar el precio de Yola. a
—03 juro por todos los santos del cielo, señor
Vaughan, que estais en un error. El parroquiano
de quien hablo no ha fijado jamás su vista en una
esclava ; y si desea una jóven, solo es para el ser-
vicio de su mesa. Yo pensé en Yola porque reune
precisamente las condiciones que mi comprador
desea. Pero ¿cómo sabeis que la señorita Vau-
ghan no consentiria en cederla? Yo puedo pro-
meteros proporcionarla otra jóven tan buena
como Yola, si no mejor.
—Muy bien, repuso el plantador despues de
reflexionar un momento, y aparentemente sedu-
cido por la generosa oferta del israelita; puesto
que teneis tanto empeño en comprar la mucha-
cha, consultaré con mi hija sobre el particular;
pero tengo poca esperanza de obtener buen re-
sultado. Yo sé que aprecia mucho á la jóven
Yola; y hasta he oido decir que esta era hija de un
rey en su país. Apostaria cualquier cosa á que
- Catalina no consiente en cederla.
—¿Ni aun si vos lo deseais, caballero Vau-
ghan ?
—1 0h ! si yo insistiese en ello, claro es que sí;
pero he prometido no desprenderme de la mu-
chacha, y jamás falto á mi palabra, señor Jeru-
son, niaun tratándose de mi hija.
Así diciendo, el plantador salió de la sala de-
- jando al israelita entregado á sus reflexiones.
«¡El diablo me lleve si ese hombre no está
loco! murmuró Jeruson cuando se vió solo; de-
cididamente está loco, cuando rehusa doscientas
libras por una muchacha de color de nuez. ¡Ni
al demonio se le ocurre otra por el estilo !»
—Segun esperaba, señor Jeruson, dijo el plan-
tador presentándose de nuevo en la sala, mi hija
se muestra inexorable, y por ningun precio quiere
ceder su doncella. 3
—Pues pasadlo bien, señor Vaughan, dijo el 19"
raelita, cogiendo su sombrero y su paraguas Y
dirigiéndose hácia la puerta. Adios, caballero;
nada mas tengo que deciros por hoy.
Y saliendo de la sala con un aire de enojo qué
no podia disimular, Jeruson bajó rápidamente
la escalera, montó en su mula, y alejóse en sl-
lencio.
«Muy generoso se muestra hoy mi vecino,
murmuró el plantador, mientras miraba al israe-
lita alejarse; sin duda trae algun negocio entró
manos ; pero supongo que habré dado al traste
con él. Me alegro que se me haya proporcionado
esta oportunidad de hacer rabiar un poco á est
gamastron. Tambien él lo ha hecho otras veces
conmigo.»
CAPITULO IX.
JUDITH JERUSON.
El israelita salió de la casa del plantador cieg0
de cólera; tan fuera estaba de sí por el resultado
- de su entrevista, que no pensó en abrir su para:
guas para preservarse de los rayos del sol, en
aquel momento abrasadores; muy por el contra-
rio, sirvióse de él como de látigo para hostigar
su montura, cual si quisiera desahogar su enoj0
en el inocente animal, E
Aunque iba solo, no por eso guardaba silencio;
hablaba consigo mismo, dejando escapar frases |:
muy expresivas contra el hombre de cuya casa |
acababa de salir. Tambien se referia á veces á la |
hija de Loftus Vaughan, pronunciando frases |:
amenazadoras. --
«¡Ah! caballerito, yo te aseguro que te pagar |
en la misma moneda. Hubo un tiempo en qué |
hubieras hecho cualquiera cosa por doscientas ls
bras. ¡Hola! ¿conque no quieres ningun dinero
¡Bah! tal vez lo necesites algun dia. ¡La señoritd
Catalina rehusa! Ya se hallará el medio de ablan* |
darla. Afortunadamente, sé cierta cosa que val
mucho, y tal vez llegue un dia en que ella misma |.
se venderá por doscientas libras, ó tal vez meno0*S |
¡Ah! no me importará dar dos veces otro tant0 |
por que se presente“pronto esa ocasion. ¡Pardie% |
ya sabreis quién soy; y os diré alguna cosa qué :
acaso bastará para que me vendais la muchachi
por mucho menos de doscientas libras.»
Al pronunciar estas últimas palabras, el isra6"
lita se irguió sobre los estribos, y haciendo dal
media vuelta á su mula, fijó su vista en la casé |
de Loftus Vaughan, blandiendo su paraguas col |
aire amenazador.
Pocos momentos despues de haber continuad
el israelita su marcha, apareció en el camino un*.
amazona que haciendo caracolear su caballo, Hi”.
zole avanzar rápidamente hácia Jeruson. 5
Era una muchacha, ó mas bien una jóven 4
singular hermosura, que verdaderamente parecié
un ángel junto al israelita. — on EN
Evidentemente habia estado esperándole en * |
camino, y á juzgar por el aire de familiaridad coD
que se dirigió á Jeruson, sin saludarle siquier?»
debia presumirse que le habia visto hacia poc
tiempo. ; é
¿Quién era aquella encantadora amazona? 0
Cualquier extranjero se hubiera hecho esta pr* 1
gunta admirando al mismo tiempo á la descon0
cida, cuya rara hermosura no podia manos
llamar la atencion. E>
Difícil fuera detallar sus encantos : tenia frente