Full text: La criolla de la Jamaica

  
  
  
LA CRIOLLA DE LA JAMAICA. 31 
CAPITULO XXVII 
LOS CIMARRONES. 
_ Tan pronto como Ravener y sus dos compa- 
eros se hubieron perdido de vista, el cazador se 
Volvió hácia Herberto, fijando en él una mirada 
e gratitud. 
—Caballero, le dijo, inclinándose profunda- 
Mente, despues de lo que ha pasado no puedo en- 
contrar palabras bastante expresivas para mani- 
estaros todo mi agradecimiento. Si el valeroso 
anco que ha expuesto su vida para defender á 
un hombre de color quiere decirme su nombre, 
Jamás le olvidará Cubina el cimarron. 
—¡ Gubina el cimarron ! 
El jóven inglés repitió la frase maquinalmente, 
Sin saber por qué, ó fal vez por parecerle el nom- 
Ye y el titulo tan extraños como el aspecto y 
“onducta del hombre que tenia delante. 
E dijo el cazador; ese es mi nombre, caba- 
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Herberto habia recibido una educacion dema- 
siado esmerada para hacer en aquel momento 
preguntas inoportunas. 
—Dispensadme, si no os he contestado antes. 
Yo soy inglés, y me llamo Herberto Vaughan. 
—Atendido vuestro nombre, repuso el cazador, 
supongo que teneis parientes en la isla. El pro- 
pietario de Mount Welcome..... 
—Es mi tio. : 
—¡Ah! pues entonces, caballero, todo cuanto 
pueda hacer por vos un cazador cimarron, será 
poco. Por ahora me limito á daros las mas since- 
ras gracias; y si....; pero decidme, ¿me dispensareis 
si os pregunto por qué os hallais aquí tan de ma- 
drugada ? 
Al decir esto, el cazador habia cambiado de 
tono, y parecia dominado por la curiosidad. 
—El sol, añadió, no ha iluminado aun del todo 
las copas de los árboles, y Mount Welcome dista 
tres millas. Debeis haber llegado hasta aquí en 
medio de la oscuridad, lo cual no es cosa facil en 
estos bosques. 
—He pasado la noche aquí, replicó el inglés 
  
Cazador de esclavos fugitivos en Jamaica. 
Sonriendo ; en ese lecho donde ahora yace el ja- 
alí he dormido yo. 
—¿Entonces, será vuestra esa carabina, y no 
Suya ? 
Al hacer esta pregunta, el cazador miró al fu- 
gitivo, que inmóvil á pocos pasos, dirigia á los 
dos hombres miradasde profundo agradecimiento, 
aunque con mezcla de marcada inquietud. 
—Si, mia es el arma, contestó Herberto, y mu: 
cho me alegro que haya servido para matar á uno 
8 esos feroces perros que hubieran mutilado tal 
vez al fugitivo. He observado que el infeliz em- 
Puñaba la carabina bastante bien, y mucho me 
alegraria saber quién es y qué le han hecho. 
—¡Ah! caballero Vaughan, por esas preguntas 
Se reconoce que sois extranjero en la isla ; y creo 
que podria contestaros aunque no conozca á ese 
ombre. ¡ Pobre infeliz ! La contestacion está es- 
Crita en gu piel con caracteres que no son nada 
difíciles de leer. Los que ese desgraciado tiene 
marcados en el pecho indican que es esclavo de 
- 3, ó sea de Jacobo Jeruson. 
un Qué os han heckro, pobre hombre? preguntó 
verto al fugitivo, impulsado por su compa- 
D, y sin pensar en pedir explicaciones á Cubina. 
di Al ver el esclavo que se le dirigia la palabra, 
ló una larga contestacion, pero en un lenguaje 
  
tan desconocido del cazador como para Herberto. 
Este último no comprendió sino las palabras 
Fulah y Alá, pronunciadas repetidas veces. 
—Es inútil preguntarle, caballero Vaughan, 
dijo el cazador, pues asi como VOS, €8 extranjero 
en la isla, aunque segun veis, ya le han iniciado 
en algunas de sus costumbres. Esa marca que tie- 
ne en el pecho es reciente, como se puede recono- 
cer por el color rojizo de la carne junto á las letras. 
Apostaria 4 que ha desembarcado hace poco; y 
en cuanto á las señales que he visto en su espal- 
da, habrán sido hechas seguramente con un ju- 
guete que los plantadores de la isla y sus capata- 
ces usan con frecuencia, con un látigo. 
Bien se conoce que han vapuleado al infeliz en 
grande y vigorosamente. 
Al decir estas palabras, el cimarron levantó la 
camisa manchada de sangre, para enseñar á Her- 
berto la espalda del fugitivo, terriblemente reti- 
culada; pero el jóven apartó la vista, dominado 
por la repugnancia y la compasion. 
—Decis que habrá llegado de Africa, dijo Her- 
berto; pero sus facciones no son del tipo negro. 
—¡Oh! repuso el cazador, eso no significa nada, 
pues hay muchas tribus africanas, cuyos indi- 
viduos no son del tipo mas general. Apuesto 
cualquier cosa á que ese infeliz- es fulah, pues 
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