- Y restregándose las manos con aire satisfecho,
Sin fijar su atencion en el aparente asombro de
Catalina, añadió :
' —En fin, esto no importa. "Pal vez no pensaras
fp *d él durante los primeros momentos de la pre-
| Sentacion, porque esto no es comun; pero de todos
| Modos me gusta oir lo que dices. ¿Crees ahora
| Mete agradará?
-— —JOh! os aseguro que sí; mas me agrada que
Mnguno de los que he visto hasta ahora, excep-
Mando vos, querido padre.
—¡Ah! hija mia, son dos sentimientos distintos:
él uno es amor; el otro afecto filial, y ambos es-
A bien en su lugar. Ahora, como eres una buena
Muchacha, voy á comunicarte una noticia agra-
dable.
—¿Cuál es, papá?
¡ —No sé si decirtela ó no, repuso el plantador,
ando un golpecito afectuosamente en la mejilla
€ su hija; casi será mejor dejarlo para mas tarde,
Porque te haria demasiado feliz.
—¡Oh, padre! os he dicho todo cuanto desea-
dais, y veo que Os habeis alegrado, por lo cual no
$ justo me oculteis lo que debe contentarme.
¿Cuál es la noticia?
—¡ Escucha bien, Catalina !
Al decir esto, Vaughan se inclinó como para
e sus palabras produjeran mas efecto, y mur-
-Muró:
—Te corresponde, hija mia... le agradas.
—Padre, temo que no sea asi, contestó la crio-
a con seriedad.
—Pues yo te lo aseguro, hija mia; está perdi-
|. “mente enamorado de ti; lo sé. A decir verdad,
+ “omprendilo desde el primerinstante, y hasta un
| “ego lo hubiera visto; bien es verdad que un
“lego ye mas que una mujer enamorada. ¡Ja, ja, ja!
-——Loftus Vaughan rió durante largo rato de su
Propio chiste, porque en aquel instante estaba
Sla duda muy contento. Su sueño dorado parecia
punto de realizarse. Montagu Smythje se habia
tnamorado de su hija, lo cual echó de ver desde
luego ; y ahora Catalina confesaba casi que le
—Agradaba Smythje, lo cual era en su opinion lo
Mismo que amarle.
- —Si, Catalina, dijo al fin, poniendo término á
SU bilaridad ; estás ciega, tontuela, pues de lo
Contrario, ya habrias echado de ver lo que te
1 UYgo, Su conducta bastaba para demostrarte qué
| Mpresion le has producido.
¡Ah! creo que su conducta indica mas bien
Que le somos indiferentes. Es demasiado orgu-
| loso para cuidarse de nadie.
' —¡ Cómo ! ¿demasiado orgulloso? Nada de eso;
- $8 cosa natural en él. Seguramente no te habrá
ado motivo para formar esa opinion.
-_—No puedo vituperarle, contestó la jóven,
di Slempre con la misma formalidad, pues la culpa
AÑ -1o es suya. Vuestra conducta, padre, y no lleveis
| 4 mal que os lo diga, ahora que ya lo sé todo, le
aba pié para obrar como lo hizo.
—¡ Mi conducta ! exclamó Vaughan con asom-
bro. Tú sueñas, hija mia; no hubiera podido tra-
irle mejor aunque me hubiese preparado muy
8 antemano ; he hecho todo lo posible para que
Se hallase aquí como en su casa. En cuanto á su
Orgullo, no hay tal cosa, ó por lo menos, no le ha
Manifestado con nosotros. Muy por el contrario,
| Seha portado admirablemente, y no creo que
| AMingun hombre pudiera conducirse con mas cor-
- Vesia que el caballero Montagu.
- —¡Él señor Smythje!
La entrada de este caballero en aquel instante
¡WMpidió al plantador observar el efecto que el
Nombre habia producido, efecto inesperado, á
- JúZgar por la expresion que tomó de pronto el
| Semblante de Catalina.
ÓN e incidente evitó la aclaracion que hubiera
a
ho la criolla seguramente, y que sin duda ha-
:N
LA CRIOLLA DE LA JAMAICA. 47
bria trocado en enojo el buen humor de Vaughan.
El plantador no se cuidó ya sino de atender á
su huésped, y parecia no haber oido la repeticion
del nombre de Smytbje, ni las palabras murmu-
radas por Catalina en voz baja al dirigirse hácia
la mesa.
«¡Pensé que hablaba de Herberto!»
CAPITULO XXXIV.
VACILACIONES.
La marcha del jóven inglés, conducido por
Quaco, fué la señal para que los negros se dis-
persasen.
A una palabra del jefe, dividiéronse en grupos
de dos ó tresindivíduos y se alejaron en distin-
tas direcciones, desapareciendo muy pronto en-
tre la espesura, tan silenciosamente como habian
salido de ella.
Solo quedaron en el claro Cubina y su prisio-
nero, que se habia sentado en un tronco.
El capitan cimarron permaneció durante algu-
nos minutos apoyado en su escopeta, que le ha-
bia traido uno de sus hombres, con la vista fija
en el cautivo : parecia reflexionar lo que debia
hacer con el infeliz esclavo, y á juzgar por la ex-
presion de su rostro, hubiérase dicho que le in-
quietaba alguna cosa.
El cimarron se veia apurado : su deber estaba
en oposicion con sus deseos. Desde un principio
le habia interesado el fugitivo, y ahora que po-
dia examinarle mas detenidamente y observar la
noble expresion de sus facciones, la idea de entre-
garle á un amo tan cruel como Jacobo Jeruson,
cuyas iniciales llevaba en su pecho, repugnábale
mas que antes. ¿
El deber se lo imponia, pues era la ley del país,
uno de cuyos preceptos obligaba á obrar así á.to-
dos los cimarrones; y faltar á él era exponerse á
un castigo severo. :
Hubo sin embargo un tiempo en que el cimar-
ron no hubiera hecho gran aprecio de esa ley;
pero esto era antes de la conquista de la ciudad
de Trelacony, ó mas bien de su vergonzosa trai-
cion, seguida del mayor envilecimiento que re-
cuerdan los hombres.
El cimarron se veia pues en la necesidad de
entregar el fugitivo, en cumplimiento de su de-
ber; si dejaba de hacerlo, peligraria su propia li-
bertad, y harto lo sabia, sin que Ravener le ame-
nezase. en
Tambien estaba en su interés devolver el pri-
sionero, porque apenas lo hiciese recibiria la re-
compensa.
Sin embargo, esta última consideracion no le
hubiera hecho gran fuerza á no ser por una
circunstancia particular ; Cubina necesitaba dine-
ro para un proyecto que tenia.
El cimarron dió á conocer su propósito en el
monólogo á que se entregó en aquel momento.
«¡ Pardiez! murmuró, si no fuera porque debo
reunir la cantidad para comprar á Yola..... ¡ Dia-
blo ! ¡cómo se parece á ella el fugitivo! Diríase
que es su hermano. No me cabe duda que perte-
nece á la misma nacion, y tal vez á la misma tri-
bu. Ha pronunciado dos ó tres veces la palabra
fulah, y además, por el color, las formas y el ca-
bello se parece en un todo. No hay que darle
vueltas, es un fulah.»
El cazador habia pronunciado esta palabra bas-
tante alto para que lo oyera el fugitivo. Lc
—¡Si, sí, fulah, fulah! exclamó el prisionero diri-
giendo 4 Cubina una mirada suplicante. ¡ No es-
clavo, no esclavo ! añadió, poniendo una mano
sobre su pecho. :
—¡ Esclavo, no esclavo ! repitió el cimarron, di-
rigiendo al fugitivo una mirada de sorpresa ; lo