LA CRIOLLA DE LA JAMAICA. 49
cien libras. En su consecuencia, no me repren-
a8 mi proceder, querida Yola, pues te aseguro
que es muy opuesto á mis ideas dedicarme A ca-
Zar hombres. £n cuanto al jóven de que meapo-
deré esta mañana, arriesgaria mucho por no de-
Volverle; si le entrego es solamente para obtener
tu libertad. Necesito las cien libras, que segun
“reo serán suficientes para satisfacer á tu amo.
—¡Ah Cubina! replicó Yola suspirando; he
aquí la mala noticia. Cien libras no son ya sufi-
“lentes ; solo hace dos dias que le ofrecieron el
Oble por la pobre esclava Yola .
—i Doscientas libras por tí! exclamó el cimar-
ton con ademan de sorpresa y frunciendo el
“eno. ¿Es eso lo que quieres decir, Yola?
—Si, repuso la esclava suspirando de nuevo.
¿ Y quién..... quién es el comprador ? pregun-
tó Cubina con tono severo, mientras sus negros
0JOS dirigian á la jóven una mirada celosa, bri-
eo como el relámpago que surca una oscura
e,
. Harto sabia el cazador que ningun hombre da-
Ma doscientas libras por una esclava, ni aun por
ola, sino con alguna perversa intencion : la be-
éza de la jóven, á la vez quela exagerada oferta,
Podía indicar el motivo á la persona mas desin-
teresada ; y ¿cómo no habia de excitar sospechas
én un enamorado ?
—¿ Es por ventura un hombre blanco ? volvió
Preguntar sin esperar á que le contestasen. Esto
L0 me parece dudoso ; pero dime, Yola, ¿quién
—
8 el que tanto desea ser tu amo? Supongo que
0 sabrás.
La señorita Catalina me lo ha dicho; es el is-
laélita, aquel blanco tan malo ; el mismo que me
sacó del buque grande para venderme al señor
aughan.
. ¡Ah! exclamó Cubina con tono incisivo,
| Mal hombre blanco puedes llamarle en efecto !
Arto conozco á ese miserable. .¡ Diablo! ¿para
qué te querrá? Algun proyecto vil ha concebido.
¡On! no me cabe duda.
El cazador permaneció un momento silencioso,
Y volvió á preguntar á Yola:
¿Estas segura de que el israelita es quien ha
hecho la oferta ?
—Así me lo ha dicho la señorita.
—i Doscientas libras ! ¿ Y el señor Vaughan ha
"ehusado ?
—La señorita no consiente en la venta, y con-
testó al punto: «¡Jamás!» ¡Ah! es buena y gene-
Y'0sa. Por mucho dinero que den, no permitirá
que me separe de ella; así lo ha dicho por repeti-
AS veces. E
—En ese caso, yo tambien diré que es buena y
Sónerosa, y reconozco que debe haber intérveni-
0, pues Vaughan no hubiera rehusado nunca
tan seductora oferta. ¡ Doscientas libras ! Es una
Sima muy considerable. En fin, deberé comenzar
de huevo; será preciso trabajar noche y dia para
*eunir la cantidad ; y sientonces se niegan....¡ Ah,
Ya veriamos !
l cazador hizo una pausa, no para esperar
“Ontestacion de la jóven, sino como si esperase
"espuesta de sus propios pensamientos.
trNo importa, continuó, con expresion mas
'anquila, no temas el futuro, Yola; suceda lo
sl Quiera, tú serás mia; tú compartirás mi vi-
lénda en la montaña, por mas que sea la de un
Proscrito. :
serv ¿Oh ! exclamó la jóven, atemorizada al ob-
“IVar lag nriradas de cólera de Cubina y oir sus
Palabras, mientras fijaba su vista en la mancha
de que habian dejado los perros en la tierra.
ingre, Cubina ! ó
jabalí O te asustes, es de algunos animales, de un
deb y dos perros muertos aquí hace poco. "l'ú
lo 15 Ser valerosa, querida Yola, como ha de ser-
4 Mujer de un cimarron, teniendo presente que
en nuestro género de vida estamos expuestos
continuamente á los peligros.
—Contigo no teme Yola nada, contigo irá á las
montañas, y aunque sea á la roca Jumbé, á don-
de se te antoje, Cubina.
—¡ Gracias, amor mio! Algun dia deberemos
internarnos mucho en las montañas, y tal vez
huir; pero procuraremos evitarlo. Si tu amo pro-
cede como es justo, no habrá necesidad de ello;
pero de lo contrario, te fagarás conmigo, ¿no es
así, Yola ?
—Yola hará lo que Cubina quiera ; yo iré don-
de él vaya.
Al pronunciar la jóven estas palabras, el caza -
dor selló con un beso los labios de su amada, y
añadió despues de un instante de silencio :
—Te he dicho lo que haríamos en último caso;
mas espero que no será preciso recurrir á este
medio. Mis compañeros son fieles y me auxilia-
rán ; mas por desgracia se hallan reducidos como
yo á la triste condicion de cazadores; de modo
que pasará algun tiempo antes que yo pueda lla-
marte mia á la faz del mundo, tal vez mas de lo
que yo esperaba. Pero no importa ; nos veremos
con frecuencia; y ahora, amor mio, escucha lo
que voy á decirte, escúchalo bien y nunca lo ol-
vides. Si alguna vez llegase á ultrajarte un hom-
bre..... ya sabes lo que quiero decir; si te hallases
en peligro de tal cosa, como sucederia si el viejo
israelita llegase á ser tu amo..... entonces corre á
este mismo sitio y espérame, pues aunque yo no
viniese, encontrarias á uno de mis compañeros.
Todos los dias enviaré alguno; no temas esca-
par. Aunque yo me cuido de no faltar á la ley
cuando se trata de un esclavo ordinario, todo lo
arriesgaré para protegerte, queridísima Yola.
—¡Oh, Cubina ! exclamó lajóven con acento
apasionado. ¡Oh ! valeroso Cubina, tú no temes
el peligro.
—No hay mucho, repuso el cimarron con tono
confiado; si yo me hubiera propuesto huir con-
tigo, muy pronto habrias estado fuera de alcance;
allá en las Tierras Negras podíamos vivir sin te-
mer la tiranía de los blancos; pero no quiero que
se me dé caza como á un jabalí. Prefiero que lle-
gues á ser mia por medios honrados, es decir,
quisiera comprarte, y mi intencion es hacerlo,
pues así nos estableceremos donde nos parezca
sin temer ninguna inquietud. Despues de todo,
tal vez el señor Vaughan no se muestre tan duro
conmigo como con el israelita. ¿ Quién sabe ? Ade-
mas, tu señorita es bondadosa, segun me has di-
cho, y tal vez influya para favorecer nuestros
planes.
—Es verdad, Cubina ; la señorita me ama; pero
dice que no me separaré nunca de ella.
—HEstá bien ; pero con eso quiere indicar que
no te apartarás de su lado contra tu voluntad; si
yo ofrezco comprarte, será distinto. Entre tanto
puedes decirla lo que hay entre nosotros; mas
antes debo averiguar alguna cosa, y hasta enton-
ces no quiero que la indiques nada. Por lo tanto,
querida Yola, guardemos el secreto un poco mas.
Sucedióse una pausa, y el cimarron añadió,
cambiando de tono, y volviéndose hácia el algo-
donero: N
—Ahora quiero enseñarte una cosa. ¿Has visto
alguna vez un esclavo fugitivo ? y
—¡ Fugitivo! repuso la jóven, no, Cubina,
nunca.
—Pues bien, amor mio, aquí cerca tenemos
uno, el mismo de que me apoderé esta mañana,
hace poco tiempo, y te diré por qué le he conser-
vado hasta ahora: es porque se me figuró que se
parecia á tí, Yola. :
—¿A mi?
—Si; y por lo mismo me inspiró algo parecido
á la compasion, puesto que el fugitivo pertenece
al cruel israelita. Por lo que he podido compren-