Full text: La criolla de la Jamaica

  
50 BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA. 
der, es de tu nacion, y tengo mucha curiosidad 
por oir lo que dice acerca de su persona. 
—¿ Crees que es fulah ? preguntó Yola, cuyos 
ojos expresaron una intensa alegría al pensar que 
iba á ver un individuo de su raza. 
—Si, estoy seguro de ello, ó por lo menos ha 
repetido varias veces la palabra fulah, aunque no 
puedo comprender lo que dice. Si es de tu tribu, 
podras hablar con él. Ahí está. 
Cubina habia conducido á la jóven al otro lado 
del árbol, donde se hallaba oculto el fugitivo en- 
tre las dos raíces. 
El jóven estaba inmóvil en su escondite; mas 
apenas su mirada se fijó en el semblante de Yola, 
púsose en pié, profiriendo un grito de salvaje 
alegría. 
La jóven le repitió con un eco, y entonces, pro- 
nunciando ambos algunas frases en una lengua 
desconocida, abrazáronse estrechamente. 
Cubina permaneció inmóvil en el sitio, mudo 
de sorpresa; solo pudo pensar, y se dijo: 
«¡ Le conoce! Tal vez fuera su amante en su 
propio país.» 
La pasion de los celos hizo estremecer al cimar- 
ron, pero muy pronto Yola, desasiéndose de los 
brazos del fugitivo, y señalándosele á Cubina, 
murmuró estas tranquilizadoras palabras: 
— ¡Mi hermano! 
CAPITULO XXXVI. 
SMYTHJE EN TRAJE DE CAZA. 
Habian trascurrido varios dias desde aquel en 
que el señor de Montagu llegó á la morada de 
Mount Welcome, y durante este tiempo no se 
omitieron molestias ni gastos para entretenerle. 
Tenia á su disposicion caballos para montar y 
un elegante coche; dábanse en su obsequio co- 
midas, á las cuales asistian muchos amigos de la 
casa; fué presentado así á la mas escogida socie- 
dad de la isla, que le conocia ya como propietario 
de una gran plantacion, presumiendo que muy 
pronto llegaria á ser dueño de otra, pues así lo 
aseguraban los que se creian mejor enterados. 
Los proyectos matrimoniales del señor de 
Mount Welcome, de los cuales se habia sospe- 
- chado desde un principio, comenzaron á ser muy 
pronto asunto de animados debates. 
Debe advertirse, aunque no parezca necesario, 
que en sus designios respecto al señor de Monta- 
gu no tenia Loftus Vaughan el campo libre; otros 
padres que tambien podian presentar hijas boni- 
tas habíanse fijado en Mr. Smythje, considerándole 
como un yerno digno de aceptacion. Cada cual 
dió una comida para presentar sus inocentes cor- 
deros al dandy británico. 
El petimetre sonreia con amabilidad al obser- 
var estos esfuerzos, creyéndolos muy naturales 
atendida su elevada posicion. 
Así habian transcurrido quince dias desde la lle- 
gada de Mr. Smythje á la isla. 
Una hermosa mañana hallábase el elegante en 
su habitacion de Mount Welcome; ante un gran 
espejo, ocupado en vestirse, ó mejor dicho, deján- 
dose vestir por su criado. 
En su bien provisto guarda ropa tenia elegan= 
tes trajes adecuados á todos los propósitos y oca- 
siones; habíalos de mañana, para la comida, y de 
sociedad : para montar ó ir de caza; hasta tenia 
uno á la marinera para las excursiones acuáticas; 
y por último un magnífico traje de baile. 
m En la ocasion de que hablamos, la augusta per- 
- sona del señor Smythje vestia un traje de caza 
extravagante, mas no lo creia así el hijo de Albion, 
pues mirábase al espejo con mucha complacencia. 
Consistia en una casaca de terciopelo verde ri- 
- beteada de pieles, una gorra en figura de yelmo y 
  
  
  
un chaleco de color púrpura con bordados de oro. 
En lugar de calzon corto y botas altas, el caba- 
llero Smythje creyó que mejoraria su traje po- 
niéndose unos largos pantalones de piel de ante 
muy ceñidos á pesar de que sus piernas eran mas 
delgadas que gruesas ; llevaba además trabillas 
que los sujetaban á unas botas brillantes, extra- 
vagancia propia para excitar la hilaridad de un 
verdadero cazador. 
El señor de Montagu, sin embargo, estaba muy 
satisfecho del traje, á juzgar por su conversacion 
con su criado Tomás, mientras este le daba la 
última mano. 
—A fé mia, exclamó, mirándose de piés á cabe- 
za, que este traje es magnífico. ¿No te parece así, 
Tomás ? 
—Espléndido, repuso el servidor con marcado 
acento irlandés. 
Smythje se acicalaba así para emprender una 
excursion por las montañas, á fin de variar un 
poco sus recreos, haciendo un destrozo entre las 
palomas torcaces y gallinas de Guinea, que le 
habian dicho abundaban tanto en aquellos alre- 
dedores. : 
La proyectada expedicion no era de aparato, 
sino improvisada ; el cazador se proponia ir solo, 
pues Loftus Vaughan debia evacuar aquel dia al- 
gunas diligencias importantes en Montego; Y 
Smythje pensó que podia matar el tiempo agra- 
dablemente desde la hora de almorzar á la de co- 
mer. Este era su único objeto y solo debia acom- 
pañarle un negro. 
—;¡Perfectamente ! exclamó de nuevo Smythje, 
despues de admirar con entusiasmo su persona; 
estoy muy bien. Y á propósito, Tomás, ¿no te pa- 
rece que esas criollas son encantadoras? No he 
visto en los teatros ninguna mujer que pueda 
compararse con ellas. ¡Qué ojos tan hermosos, 
qué rostros tan divinos y sobre todo, qué mucha- 
chachas tan fáciles de conquistar ! ¡ Por Júpiter | 
ya cuento una docena. ¡ Ja, ja! es muy natural. 
¿No te parece así, Tomás ? 
—¡Oh ! muy natural, señor, atendida vuestra 
buena presencia. 
—¡ Ah! tú lo has dicho, 'Pomás, no pueden ré- 
sistir. ' 
El gran seductor, sin embargo, no debia esta! 
satisfecho con sus doce conquistas y proponias0 
llegar á la docena del fraile; ó bien ponia en duda 
una de sus victorias, á juzgar por el diálogo qué 
entabló con su servidor. 
—Escucha, Tomás, dijo, hablando con ma$ 
formalidad, yo sé que tú eres un mozo muy inte" 
ligente; lo he reconocido. : 
—¡Gracias, señor! lo debo á vuestra compañía 
—Eso no importa; de todos modos, yo he 0b” 
servado tu inteligencia. 
—La pongo á vuestro servicio, señor. 
—Muy bien, Tomás, muy bien. Ahora la necé" 
sitaré. 
—¿De $e modo, señor? Haré cuanto pueda. 
-—¿No conoces á esa muchacha negra, Ó mejo! 
dicho, cobriza ? 
—¿ La doncella de la señorita Vaughan? 
—Precisamente; esa que se llama Yola, Ó cosa 
parecida. 
—Sí señor, Yola ; este es su nombre. | 
—Bien, Tomás; presumo que tendrás muy but” 
nas oportunidades de hablar con ella. % 
—Tantas como pueda querer. qpás ñ 
—Bueno; pues la primera vez que hableis sel 
necesario que la sonsaques. 
—¡ Que la sonsaque ! ¿ Qué quiere decir eso? 
—Que averigúes algo de ella. 
—No comprendo aun. 
—¡Vamos ! eres muy estúpido, Tomás. 
—En vuestra compañía..... 4 en 
—¡ Cómo, muchacho ! ¿Quieres decir que 
mi compañía te has vuelto estúpido ? 
  
  
  
 
	        
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