62 BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA.
me hasta el fin, os referiré toda la historia de cabo
á rabo, es decir lo ocurrido hasta ahora, pues aun
debe continuar.
—¡ Adelante ! dijo Vaughan; escucharé con pa-
ciencia, y nada temais, capitan Cubina. Decidme
cuanto sepais, con todos sus detalles, y si es cues-
tion de justicia, yo os prometo que se dispensará
debidamente.
Pronunciadas estas palabras con énfasis ma-
gistral, el plantador hizo ademan de que ya es-
cuchaba.
—Nada ocultaré, continuó Cubina, aunque re-
dunde en perjuicio mio ; os lo diré todo, ó por lo
menos cuanto ha llegado.á mi conocimiento.
Hecha esta advertencia, el capitan cimarron co-
menzó á detallar las circunstancias relacionadas
con la.captura del fugitivo; el singular encuentro
del hermano y la hermana, y el mútuo recono-
cimiento que se siguió. Despues repitió las decla-
raciones del fugitivo, de las cuales se desprendia
que era un principe africano, llegado en busca
de su hermana, provisto de un buen rescate; que
al desembarcar fué dirigido por el capitan del bu-
que á Jacobo Jeruson, quien faltando á todas las
leyes, encerró al viajero para robarle su propie-
dad, marcándole despues como á un esclavo or-
dinario; y que aprovechando una ocasion favo-
rable, el principe pudo escapar de la granja. Cu-
bina dió á conocer tambien los detalles de la cap-
tura, manifestando que habia rehusado entregar
el fugitivo, á pesar de los mensajes y amenazas
del israelita.
—i Muy bien! exclamó Loftus Vaughan sal-
tando en su silla, y evidentemente satistecho por
el relato algo dramático del cimarron. Confieso
que ese es todo un melodrama, al que solo falta
un acto para quedar completo. ¡ Pardiez ! Siento
deseos de ser uno de los actores antes que termi-
ne. ¡Ah! añadió el plantador, como si le ocurrie-
se una idea repentina, esto explicará el empe-
ño del viejo zorro en comprar la jóven, aunque
no comprendo bien el fin. No dudo que se acla-
rará.
Y dirigiéndose de nuevo al cimarron, pre-
guntóle:
—¿No habeis dicho que los veinte y cuatro
mandigos pertenecian al príncipe?
—S1 señor, veinte esclayos comunes y cuatro .
servidores particulares. Contábanse mas esclavos,
pero quedaron en poder del capitan como precio
del pasaje. ,
—¿Y fueron conducidos todos á. la propiedad
del israelita?
—Todos; allí fué á parar el cargamento entero,
pues Jacobo Jeruson compró desde el primero
hasta el último negro. Venian varios naturales
de Coromandel; y uno de mis hombres, ¿Cuako,
que tuvo ocasion de hablar con ellos, oyó lo sufi-
ciente para confirmar la historia del fugitivo.
—¡Ah! ¡qué lástima que en tales casos no pueda
servir el testimonio deun negro! Ningun valortiene
lo que ellos dicen ; pero yo veré lo que se puede
hacer en esto. ¿Sabria vuestro príncipe el nombre
del capitan que le trajo? preguntó el juez despues
de reflexionar algunos momentos.
—¡Oh! sí señor; se llama Jowler, y trafica preci-
samente con el país donde reside el padre del
príncipe, quien conoce muy bien al capitan.
—Me parece que yo tambien sé algo de ese
Jowler. Quisiera ponerle la mano encima por al-
guna cosa mas que por esto. ¡Es un bribon de
marca! Sin embargo, aunque estuviese en nuestro
poder no adelantaríamos nada; no dudo que es
cómplice del israelita, y que los dos han hecho el
negocio. ¡Ah! ¿cómo haríamos para encontrar un
testigo blanco? continuó el juez, hablando consi-
go mismo mas bien que con el cimarron. Temo
que esto sea una dificultad muy enojosa. ¡Espe-
“rad!..... ¿no decís que Ravener, el inspector de
é
0 % E
Jeruson, se hallaba presente en 1 momento del
desembarco? a
—Si señor; ese individuo tomó una parte muy
activa en toda la transaccion; él fué tambien quien
despojó al príncipe de sus ropas y de todas sus 1
Joyas. Mi 1
—¡ Cómo! ¿tenia joyas tambien? l
— MN ¡elo! llevaba muchos objetos de valo;
pero Jowler conservó á bordo la mayor parte del
botin. ; a
—¡Un robo! Esto es un robo en toda la exten-
sion de la palabra. Muy bien, capitan Cubina, 08
prometo que el asunto no queda así; aun no ve0
claramente qué línea de conducta debemos traza!"
nos , pues se ofrecen muchas dificultades, sobre
todo por la falta de testigo, y en particular po!
ser juez el mismo Jeruson; pero ya trataremos
de vencer los obstáculos. Se hará justicia aunque
ese bribon fuera el personaje mas importante del
país; mas no se puede proceder desde luego. Par
sará lo menos un mes antes que se abran los tri:
bunales en Savanah, donde se debe instruir la
causa. Entre tanto no digais una palabra á nadie;
conviene guardar el mas profundo secreto.
—Contad con mi discrecion, señor Vaughan. 3
—Conservareis en vuestro poder al príncipe, sin
entregarle por ningun concepto; ya procuraré y0
que se os dispense proteccion para conseguirlo.
Atendido el caso, no es probable que el israelita
apele á los extremos con vos, pues tiene el tejado
de vidrio y no tirará piedras al de su vecino.
Y ahora, jóven, añadió Loftus Vaughan cam-
biando de tono, y con un acento afectuoso del
cual no se podia dudar, si todo va bien, no 0%
será muy difícil reunir las cien libras que os ful:
tan para comprar vuestra novia. ¡Recordad esi0.
—| Gracias! señor Vaughan, repuso Cubina»,
inclinándose respetuosamente ; confiaré en vues*
tra promesa. de
—Podeis hacerlo; y ahora, volved tranquila-
mente á vuestra casa, y esperad allí hasta que
yo envie á buscaros. Mañana, ó pasado á maS
tardar, procuraré ver á mi abogado, y entonces,
tal vez Os necesitaremos muy pronto,
CAPITULO XLVIL
e EL ECLIPSE DE SMYTHJE,
El célebre eclipse de Cristóbal Colon, del cual
se valió el hábil navegante para engañar á loS
sencillos salvajes, no es el único por el cual debi
ser famosa la isla de Jamaica. Debo hablar de
otro, que si no digno de ser recordado en las págl"
nas de la historia, merece por lo menos un capí-
tulo en nuestra novela.
El eclipse en cuestion, aunque no tan impor
tante en sus resultados como el que favoreció 4
célebre descubridor, fué sin embargo de gran ne
terés para alguno de los personajes de nuestr0
drama. ,
Este eclipse ocurrió dos semanas despues de la
llegada del distinguido Smythje á la isla, y hubié-
rase dicho que el sol se habia eclipsado expresa”
mente, como para terminar de una manera digna
la série de brillantes fiestas y diversiones de que
habia sido objeto el señor de Montagu. Por €s0
nierece designarse con el nombre de «el eclips0
de Smythje.»
El día antes de oscurecerse el sol, el dandy ha-
bia concebido un audaz proyecto, que consistia
en observar el eclipse desde "lo alto de la Roca
Jumbé. '
Algo de original y atrevido tenia esta idea, Y
por eso la adoptó Smythje. Catalina Vaughan de
' bia acompañarle, por supuesto con su consenti-
miento y el de su padre. riolla habia pro
cido mas que nunca que debia considerar com
una ley la voluntad de Loftus Vaughan.