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decorado como lo exigia la oeasion. Banderas,
guirnaldas y letreros adornaban las paredes, y
sobre la puerta de entrada, entre los pabellones
de Inglaterra y de la colonia, se leia en letras tras-
parentes de diez y ocho pulgadas de diámetro:
« BIENVENIDO SEA SMYTHJE. >
A la hora señalada llegó la banda de música,
seguida un momento despues por una línea de
coches que contenian centenares de danzantes.
Recorrer una distancia de veinte millas para asis-
tir á un baile, en Jamaica no era nada.
El carruaje de Loftus Vaughan llegó tambien,
llevando al juez, á su bella hija, y sobre todo, al
que se debia mencionar primero, al héroe de la
fiesta. as
¡Cómo palpitaba el corazon del señor de Mon-
tagu bajo su camisa bordada al descubrir el lison-
jero trasparente ! ¡Qué mirada triunfante lanzó á
a qa para observar el efecto que producia en
ella!
« ¡ Bienvenido sea Smythje! » exclamaron cien
voces al llegar el carruaje á la puerta.
El distinguido forastero fué introducido en el
salon, y despues de permanecer algunos momen-
tos siendo el blanco de doscientos pares de ojos,
el gran hombre dió un ejemplo á los demás, eli-
giendo una pareja.
Los acordes de la música sonaron en los aires,
y comenzó el baile. '
Excusado es decir que la primera pareja que
eligió el elegante caballero, fué Catalina Vau-
ghan. El propietario de Mount Welcome habia
cuidado de que así sucediera.
El dandy tenia un aspecto magnífico. Tomás,
su ayuda de cámara, habia estado con él toda la
tarde, y así es que su pelo color de paja estaba
perfectamente rizado, sus patillas mas huecas que
nunca, sus bigotes muy retorcidos y sus carrillos
cubiertos por una ligerísima capa de bermellon.
Judith Jeruson, que llegó un poco tarde, se
distinguió en el wals. No se hizo notar por su
vestido de terciopelo color de púrpura , ni por la
espléndida diadema de perlas que resaltaba sobre
el fondo negro de su sedosa cabellera, ni por la
blancura de sus dientes que se descubrian entre
sus entreabiertos labios de rosa, ni por la luz que
despedian sus ojos negros; hízose admirar por la
combinacion de todo esto á la vez, que componia
un cuadro perfecto, en el cual se' fijaban muchas
miradas llenas de admiracion.
El caballero que acompañaba á la judía era dig-
no de tanta belleza. Acompañábala un jóven,
desconocido para la mayor parte de los circuns-
tantes; pero las miradas de que era objeto , ya fur-
tivas, ya de franca admiracion , querian decir que
no le seria difícil adquirir otros conocimientos.
Sin embargo, este desconocido no parecia 0b-
servar la admiracion de que era objeto, ni apre-
ciar su fortuna de ser la pareja de una mujer tan |
bella.
Al contrario, sus miradas eran tristes y cubria 3
su frente una nube que no lograban disipar las
excitantes vueltas del wals.
La persona ap danzaba con Judith Jeruson
era Herberto Vaughan. a
Las dos parejas, Smythje y Catalina , Herberto
y Judith Jeruson, se encontraron varias veces
frente á frente.
Hubo un momento en que los cuatro se detu-
vieron para descansar un instante. El elegante
Smytje jinclinóse entonces casi hasta el suelo, y
Judith contestó á su saludo con un movimiento
ingenioso. Herberto saludó á su prima, dirigién-
dola al mismo tiempo una mirada de dudas y su-
plicante ; el movimiento que hizo Catalina en se-
ñal de correspondencia fué tan ligero, que los pe-
BIBLIOTECA ILUSTRABA DE TRILLA Y SERRA.
netrantes ojos de Loftus Vaughan que estaban
vigilándoJa no pudieron percibirlo.
¡ Pobre Catalina ! Sabia bien que su padre la
observaba y no habia olvidado su promesa.
No se cruzó una sola palabra entre las d0S
parejas en el breve instante que permanecierol
juntas. Herberto, herido con el saludo frio é indi-
ferente que le habia dirigido Catalina, rodeó con
un brazo el talle de la judía y se perdió entre la
multitud.
Casi toda la noche bailaron juntos Herberto Y
Judith, el primero sin la tristeza que antes bri-
llaba en sus ojos, aparentando mas bien una gral"
de alegría. Nunca habia recibido la hermosa judía
tantas atenciones deljóven inglés; y por la prime"
ra vez desde que le conocia vió algo que la Col!
venció de que correspondia á su ardiente amol:
En aquel momento su corazon orgulloso Y
cruel se trasformó hasta adquirir una ternul
verdaderamente femenina, y al tiempo que bar
laba, sostenida por el robusto brazo de su parejth
su mejilla se apoyaba en el hombro del jóven 10-
glés, como si quisiera en aquel punto espirar 9
felicidad.
No se paró un instante para indagar la causa |
de aquel cambio ; su corazon cegado por el amo |
se entreabrió para recibir aquella pasion sin exar |
minarla, y sin ver si era real ó aparente. ¿A
Su angustia hubiera sido inmensa si hubiesó
adivinado lo que pasaba en la mente do Herbert
si hubiera sabido que el amor hácia otra era % |
única causa de aquellas apariencias que la engY
ñaban. d
Los danzantes siguieron agitándose por el $ |
lon y á menudo se vieron Catalina y Herbert0
En aquellos, momentos se cambiaba entre elf
una mirada de indiferencia provocadora. Los 08
obraban como si considerasen sin la menor esp?
ranza el amor que se profesaban mútuamente |
Antes de abandonar el salon de baile, recibl%
ron ambos una confirmacion de la idea que 4%
bian concebido; hubo una circunstancia que
darla fuerza, Ja elevó á una conviccion perfel
Se pueden averiguar muchos secretos esc”
chando las conversaciones de un salon muy coM
currido. A última hora, cuando el champaña 0
ambigú ha desatado las lenguas, y los danzantes
empiezan á tener por sordos á los demás, el o
permanece silencioso entre la multitud, pue”.
oir muchas frases que no sedesea dejar oir á todo
y con frecuencia menos á él que á ningun ot” |
En el baile dado en honor del distinguido cab*” |
lero Smythje, tuvo lugar esto mismo en dos -3
tintos casos, respecto á Herberto y Catalina VaY |
ghan. - NE
Herberto se habia quedado solo porque la 1 hb
mosa Judía, para salvar las apariencias, danza en
con otro. Dos hacendados estaban conversalt, p-
cerca del jóven; y hablaban tan alto que este Y |
enteró de lo que decian. só $
El asunto era interesante, no por su singulal” |
' dad, pues no se hablaba de otra cosa en el sal0 +
sino porque al nombre de Smythje, al cual 80 .a
ferian, unian el de Catalina Vaughan. aa
Al oir este nombre cesó :Herberto de escu, |.
involuntariamente, procurando no perder U d'
palabra de lo que decian ; no habia oido el ns
pio del diálogo, pero no le fué difícil adivinar
—¿Cuándo se efectuará? preguntó uno 18 as
plantadores menos informados al que parecia *” |
tarlo mas. %)
—Aun no se ha fijado dia, contestó el otro pa
por lo menos no se ha dicho; mas espero:
será muy pronto. A 120,
—Supongo que habrá gran aparato, almué
gran comida, cena, y sobre todo baile. $105
—¡Oh ! no hay que dudarlo. El señor po to
Vaughan no es hombre que deje pasar semeja”.
ceremonia sin comunicarla el mayor brillo.