—Despues seguirá el viaje de la luna de miel.
—Por supuesto. El esposo llevará su señora á
Úndres, donde creo que se proponen residir,
Dues al señor Smythje no le agrada mucho nues-
tra Vida colonial. Echa de menos su ópera; y es
Stima, porque se lleva una de las mas hermosas
Mujeres de la isla.
—¡ Bah ! nada tengo que decir á eso, como no
Séa que el señor Loftus Vaughan ha vendido
Muy bien su negra.
—¡Oh! amigo Thorndyke, es vergonzoso que
Weis semejante palabra al hablar de la hermosa
Y apreciable señorita Vaughan; verdaderamente
Me escandalizais. |
Al pronunciar dicha palabra, Thorndyke se
habia expuesto á recibir una severa leccion, no
$ SU amigo, sino de un extranjero que habia allí
Cerca.
Herberto reprimió su indignacion; pues pen-
Saba que era indiferente para Catalina. Tal vez
fSta no le habria aceptado como campeon.
asi en el mismo momento Catalina escuchaba
Un diálogo igualmente penoso, pues Smythje no
Podía bailar con ella toda la noche. Muchas da-
| Masle reclamaban como pareja, y durante una
- Yanda ó dos, Catalina quedó bajo la vigilancia de
SU padre.
¿Quién podra ser? preguntó una de dos ele-
- Santes señoritas que hablaban cerca de la criolla.
-—He oido decir que es un jóven inglés, un pa-
“ente delos Vaughan de Mount Welcome, aun-
| QUe por ciertas razones no se le ha reconocido
Somo tal. o
—Esa atrevida muchacha á quien acompaña
Darece muy deseosa de reconocerle. ¿Quién es ?
.—La señorita Jeruson, la hija del viejo israe-
lta dueño de la granja, que acostumbraba tra-
ficar en negros.
.—¡ Uf! seestá conduciendo como si pertene-
Clese á
La última palabra fué pronunciada en voz
, baja, y Catalina no pudo 0irla.
L-— —Es verdad, repuso la otra dama ; pero como
|-—S0n prometidos, segun parece, á nadie importa
- Pto sino á ellos. El es forastero en la isla, y no
Sabe mucho acerca de la posicion de cierta gente,
Por lo menos lo creo así. ¡ Qué lástima ! parece
| ¿¡Mjóven muy simpático; pero en fin, segun se
| aga la cama, así dormirá él en ella, como dice el
-— TYefran. ¡Ja, ja! si es cierto lo que he oido acerca
E “ela señorita Judith, esejóven no hallará ningun
. | “cho de rosas. ni y
; O que alegra á uno entristece á otro: esto es
Wa gran verdad : lo que habia excitado la hilari-
ad delas dos damas, arrancó á Catalina Vau-
ghan un profundo suspiro de dolor.
alió de la sala con el corazon oprimido y mur-
Murando:
“| Perdido, perdido para siempre !»
“¡ Conquistado ! exclamaba á su vez Judith con
Pa
a 8 triunfante. ¡ Herberto Vaughan es mio!»
“| “¡Perdida para siempre!» decia Herberto al
“trar la puerta de su solitaria habitacion.
$ “Vencida, exclamó el almibarado Smythje al
| Péhetrar en su lujosa alcoba; Catalina Vaughan
- | Me pertenece !> |
s| -CAPIPULO LI.
DESPUES DEL BAILE.
0 bi Acercábase rápidamente la hora en que los am-
comoÑos planes de Loftus Vaughan debian ser
) e rouados por el mejor éxito Ó frustrarse para
“lem pre. hiba
$ ti Poco temia el plantador que sucediera esto úl-
1) ono: Por mas que Smythje, habiendo perdido la
LN Portunidad del eclipse, no se habia declarado
a 0% harto sabia Vaughan que tenia intencion de
LA GRIOLLA DE LA JaMAicA. 69
hacerlo tan pronto como le pareciese oportuno.
A decir verdad, la declaracion se aplazó solo por
consejo de Vaughan, á quien pidió parecer su fu-
turo yerno.
Loftus Vaugan no esperaba que su hija diera
una respuesta negativa; el severo padre sabia
que tenia á su hija dominada y que su deseo se-
ria la voluntad para ella, á lo cual estaba resuelto.
Otras circunstancias le habian decidido no llevar
el asunto á una crisis.
En cuanto al caballero Smythje no se le ocur-
ria que pudiese ser rechazado. La conducta de la
hermosa criolla en el baile le habia confirmado
en la creencia de que era amado, y que sin él su
vida seria un contínuo tormento. El pálido rostro
de la jóven y el aire triste y pensativo con que la
vió á la mañana siguiente, le decian claramente
que nunca seria feliz si no llevaba el nombre de
Mr. Smythje.
Aquella mañana, sele ocurrió al dandy que
podia hacer su proposicion; seria un final adecua-
do á la fiesta de la noche anterior.
En su frente resplandecian aun los laureles que
le habian puesto, y semejante á Marco Antonio
se acercaria á Cleopatra triunfalmente irresistible.
El elegante, despues de haber almorzado, con-
dujo á Loftus Vaughan á un ángulo del comedor,
y le expresó una vez mas el deseo de llegar á ser
su yerno.
Sea que la conducta observada por su hija en
el baile hiciera considerar al plantador aquel mo-
mento oportuno, ó por cualquiera otra razon, es
lo cierto que consintió, reservándose el hablar an-
tes á Catalina, para prepararla á recibir tan dis-
tinguido honor.
La hermosa crioMa estaba en el kiosko ; allí se
dirigió Loftus Vaughan para llevar á cabo la en-
trevista. El elegante Smythje salió tambien al jar-
din, pero en vez de acercarse al cenador paseóse
á cierta distancia de él, ya cogiendo una flor, ya
corriendo tras una mariposa tan brillante y ale-
gre como sus pensamientos.
El aspecto de la hija del plantador continuaba
siendo tan melancólico como antes; la aproxima-
cion de su padre no logró disiparlo ; al contrario,
pareció aumentar en intensidad como si su pre-
senciafuera áextinguirla poca esperanza que con-
cebia su corazon.
Por lo que habia oido aquella mañana, com-
prendia que habia llegado el momento en que de-
bia someterse á los deseos de su padre, y resig-
narse á una suerte desgraciada, ó desobedecer,
desafiando su cólera, y quizás....... otra cosa.
Catalina Vaughan estaba persuadida de que no
amaba al caballero Smythje y que nunca llegaria
este caso. No le odiaba; mostrábale solo indife-
rencia, revestida ligeramente de desprecio. Aun-
que le consideraba como un sér inofensivo, no
era esta la clase de hombre que convenia á la
hermosa criolla. El héroe de su corazon era muy
diferente.
Ni el amante, ni el futuro suegro, podian ha-
ber elegido un momento mas oportuno para ha-
blarla. Aunque en aquel instante experimentaba
la criolla una indiferencia mas grande hácia el
| elegante Smythje, mayor desprecio quizás que
nunca, fluctuaba entonces entre aceptarle y re-
chazarle.
A pesar de que tanto el amante como el padre
habian interpretado equivocadamente su aire de
melancolía, era, sin embargo, á favor de ellos. No
sufria por amor hácia el pulido caballero, estaba
desesperada por su amor hácia otro, y en esta
desesperacion se apoyaba la única esperanza del
aristocrático dueño de Montagu.
Esta desesperacion estaba mezclada con orgu-
llo ofendido, que impulsaba al corazon á las reso-
luciones mas atrevidas, hasta aniquilar toda espe-
ranza fatura, como si la felicidad pudiera obtener-