Full text: La granja del desierto

  
  
  
  
  
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10 void BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA. 
lo mas extraño era que parecian ser de la misma 
edad. Los muchachos eran tambien de la misma 
estatura entre sí, pero de mucha mas edad que 
sus hermanas. Podrian tener diez y siete años 
próximamente; pero era imposible conocer cuál 
era el mayor. Enrique con sus cabellos mubios y 
rizados, y su rostro expresivo y colorado se ase- 
mejaba á su padre; en tanto que el otro era mo- 
renó y se parecia completamente á su madre. Esta 
no representaba tener mas de treinta y cinco 
años; era todavía muy ágil y su fisonomía respi- 
raba bondad. 
Nuestro huésped era un hombre de cuarenta 
años, alto, bien formado, fresco y colorado; su ca- 
bello que habia sido rubio y rizado empezaba á 
blanquear. No llevaba ni barba ni bigotes, y su 
barbilla revelaba que tenia la costumbre de afei- 
tarse todos los dias. Tenia las manerasde un hom- 
bre que cuidaba con regularidad del aseo de su 
persona, lo cual hacia de él una persona de buena 
sociedad. El buen tono de su conversacion nos 
daba á entender que habíamos encontrado un 
hombre instruido. Los trajes de toda la familia 
tenian un carácter particular. El jefe llevaba una 
blusa de caza y calzones de piel de gamo, pareci- 
dos á los de nuestros cazadores. Los muchachos 
iban vestidos de la misma manera; pero llevaban 
encima una especie de camison du tela grosera. 
Las mujeres llevaban los vestidos parte de la 
misma tela, y parte de una bonita piel de cervati- 
llo, adobada y mas suave que un guante. Muchos 
sombreros se veian tirados por un lado y otro, y 
observé que estaban artísticamente tejidos de 
hojas de palmera. 
Mientras estábamos en la mesa, el negro apare- 
ció en la puerta y penetró en la habitacion fijan- 
do en nosotros sus miradas llenas de curiosidad. 
Era pequeño, robusto, negro como el azabache y 
podria tener cerca de cuarenta años. Su cabeza 
estaba cubierta de un pelo espeso corto y lanudo, 
cuyas vedijas eran perfectamente iguales, lo cual 
daba á su cráneo la apariencia de una pelota re- 
donda. Sus dientes eran grandes y blancos, y los 
enseñaba siempre que sonreia, lo cual hacia con- 
tinuamente. Tenia cierta cosa de agradable en la 
expresion de los ojos que eran de un hermoso 
negro y no estaban nunca quietos, pues giraban 
de continuo.á los dos lados de su aplastada 
nariz. 
—Cudjo, es necesario echar esos animales, dijo 
la mujer, ó la señora, pues merecia positivamen- 
te esta última denominacion. Esta órden, ó mas 
bien esta súplica, hecha en tono dulce, no tuvo 
necesidad de ser repetida. Cudjo se apresuró á 
obedecer; empezó á correr por la sala y en pocos 
momentos consiguió hacer salir los perros, las 
panteras y todos los demás animales de esta es- 
pecie, que se metian entre nuestras piernas y 
sobre nuestros piés, no sin causar cierto temor á 
la mayor parte de nosotros. 
Todo aquello nos parecia tan extraño que no 
procurábamos ocultar el interés y la curiosidad 
que nos causaba. "Terminada la comida, significa 
mos á nuestro huésped el deseo que sentíamos 
de tener una explicacion sobre tanta maravilla. 
—Esperad hasta. la noche, nos dijo; yo os con- 
taré mi historia, cuando estemos todos alrede- 
dor de una buena lumbre; entre tanto teneis ne- 
cesidad de confortaros de otro modo. El sol es 
cálido y todavía está alto; un baño acabará de 
reponeros de las fatigas del viaje. 
Seguimos su consejo: despues algunos volvie- 
ron al pié de la montaña donde habíamos dejado 
las mulas al cuidado de los mejicanos, en tanto 
que los otros recorrimos la casa y los campos, 
encontrando á cada paso un nuevo motivo de 
sorpresa. , 
La noche llegó al fin. Despues de una excelen- 
te cena, nos sentamos en torno de un fuego chis- 
  
peante, para oir la extraña historia de Roberto 
Rolfe. Este era el nombre de nuestro huésped. 
Vv 
ROLFE EMPIEZA SU HISTORIA. 
Comenzó asi: A 
— «Amigos mios, aunque no he nacido en Amé: 
rica, pertenezco á vuestra raza: yo soy inglés: he 
visto la luz primera en la parte meridional de la 
Gran Bretaña hace mas de cuarenta años. Mi pa- 
dre era labrador, dueño de las tierras que culti: 
vaba: así es que solia decir de sí que era un noble 
campesino. Desgraciadamente era demasiado am" 
bicioso para su condicion. Habia resuelto que SU 
hijo único fuese hombre de pro, en toda la extel- 
sion de la palabra, es decir que se elevase, SÍ" 
guiendo las costumbres dispendiosas y elegantes 
que conducen inevitablemente á la ruina á la 
gentes de mediana fortuna. Esto no era prudenté 
por parte de mi padre; pero yo haria mal en que: 
jarme de una falta que revelaba el gran cariño 
que me tenia. Yo creo que esta es la única qué 
mi excelente padre tuvo que echarse en cara. SU 
carácter no tenia pero. Fuí enviado á escuelaS 
donde pudiese encontrarme con los retoños de l2 
aristocracia. Aprendí el baile, la equitacion, ll 
juego. Se me permitia derrochar el dinero á mi 
albedrío, convidando á mis compañeros. 
Terminados mis estudios de colegio me en: 
viaron á hacer un viaje. Visité las orillas de 
Rhin, la Francia, la Italia, y despues de alguno$ 
años volvi á Inglaterra, donde llegué para asistil 
a la muerte de mi padre. 
» Yo era el único heredero de sus bienes, qué 
eran bastante considerables para un hombre de 
su condicion. Pronto los realicé. No podia dis- 
pensarme de vivir en Lóndres, para disfrutar la 
sociedad de mis antiguos compañeros de colegio, 
y fuí bien recibido en tanto que mi bolsillo estu- 
vo lleno. Pronto me ví en peligro de caer en la 
ruina, pero ella me salvó.» 
Al pronunciar esa palabra, nuestro huésped $0 
volvió hácia su mujer, que estaba rodeada de toda 
la familia y sentada en un rincon del anchuros0 
hogar. Aquella señora levantó los ojos y sonrió; 
en tanto que los muchachos que prestaban la mas 
viva atencion á aquel relato la miraban con amo!: 
—«Sí, continuó, María me salvó. Habíamo%S 
sido compañeros de juego en nuestra infancia, Y 
volvimos á encontrarnos en aquella época. Nues" 
tro antiguo afecto se cambió en mútuo amor Y 
concluimos por casarnos. 
»Afortunadamente la disipacion de mi vida 10 
habia extinguido en mi todos los gérmenes de 12 
virtud, como sucede á la mayor parte de los hom" 
bres. Los que mi madre me "habia inculcado pe! 
manecieron grabados en mi espíritu y en mi C0- 
razon. 
»Desde que me casé resolvi cambiar de mod0 
de vivir. Pero esto no es tan fácil como parece. ES 
necesario un esfuerzo supremo para desembara- 
razarse de los malos amigos que tienen empeño 
en mantenernos con ellos en el desórden. Pero yO 
lo resolví, y gracias á los consejos de mi querida 
María, emprendí, sin perder un instante, el cur” 
plimiento de mi determinacion. 
»Me vi obligado, para pagar mis deudas, á ven" 
der la propiedad que mi padre me habia dejado- E 
Hecho esto, y pagados todos mis créditos, me el |. 
contré dueño de 12,500 francos próximamente. 
» Mi jóven esposa me habia traido en dote 
suma de 62,500 francos, para entrar en el mundo- 
Aquello no era suficiente para vivir en Inglaterra; 
y menos entre las gentes que habian formado Mi 
sociedad. 
» Pasé muchos años ensayando infructuosa” 
mente los medios de aumentar mi fortuna, y £U” 
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