Full text: La granja del desierto

  
  
  
LA GRANJA DEE DESIERTO. 15 
direccion sin detenernos. El sol estaba próximo 
" Ponerse, cuando llegamos al pequeño arroyo, 
Junto al cual visteis los carros. Allí hicimos alto 
para establecer nuestro campamento. Yo no os 
CSperaba antes de una hora ó dos, calculando 
que bien necesitariais ese tiempo, para componer 
2 lanza, Encendimos fuego para disponer la cena. 
: ando la hubimos terminado nos sentamos al- 
'ededor de la lumbre, charlando y fumando. 
9Mo no suponiámos que pudiese haber indios 
nn quellos contornos, no habíamos puesto 
Ñn Inelas. En fin, se hizo tarde, y yo empecé á 
ra Uetarre por vos, temiendo que os hubie- 
too Imposible seguir nuestras huellas du- 
Sd e la noche. Dejé á mi esposa y á mi hija 
si o una buena lumbre, y subí 4 una altura 
rm la en frente del camino por donde debiais 
a] ; Pero la oscuridad me impidió distinguir 
a. Permaneci algun tiempo escuchando, cre- 
ado que podria oir el ruido de vuestra galera ó 
SOnido de vuestra voz. De pronto un alarido 
Drolongado resonó en mis oidos, y me volví en 
IYecion al campamento con un sobresalto es- 
Pántoso. Habia reconocido aquel alarido salvaje: 
a el grito de guerra de los arapahos. Distinguia 
e indios cuyas sombras se dibujaban al res- 
Dlandor del fuego. Oia gemidos mezclados con 
Sritos de alegría, con imprecaciones y con llanto, 
o medio del tumulto distinguia la voz de mi 
e que me llamaba por mi nombre. 
del O titubeé un solo instante; descendi corriendo 
En altura de la colina y me precipité en la re- 
ida No tenia mas arma que un gran cuchillo 
em el cual herí en todas direcciones. No habia 
lle Prendido aquella lucha suprema mas que para 
A hasta mi mujer. Busqué por medio de las 
Pre y por todos losrincones del campamento, 
Ya ado: «¡Luisa, Luisa!» ¡Ninguna respuesta! 
frénto, debia verla mas. Me encontraba frente á 
e e de los salvajes y combati todavia como un 
erp erado. La mayor parte de mis compañeros 
it o bien pronto degollados. La lanza de un 
ar hirió en un muslo. Cai al golpe; pero 
de tando conmigo á mi enemigo, y antes de 
era levantarse le clavé mi cuchillo y 
»Yo Sin vida en el sitio. : > 
de e: me puse en pié y consegui sacar el hierro 
de “son herida. El combate habia cesado en torno 
YN S hogueras. Convencido de que mis compañe- 
o asimismo mi mujer y mi hija, habian 
intejabido, me alejé del teatro de la lucha y me 
a entre los matorrales. Apenas habiaandado 
o pasos cuando caí á consecuencia de la 
allabe de sangre y del dolor de mi herida. Me 
Perdi a cerca de las rocas; pero cuando llegué allí 
en e el conocimiento al borde de un precipicio 
Uyo fondo percibí una grieta muy profunda: 
o tuve fuerza suficiente para arrastrarme 
e y me escondi en aquella especie, de ca- 
»m.¿ Bo bien llegué quedé sin sentido. 
Cuan qn eshoras permanecí en aquella situacion. 
Mn recobré el conocimiento, el dia iluminaba 
b a Estaba muy débil y apenas podia 
Anch, rme. Mi herida se presentó á mis ojos. La 
a llaga no estaba curada; pero la sangre no 
Penal ya: rasgué mi camisa y procedi á ven- 
dome. Lao mejor modo posible. Despuesarrastrán- 
atenoj asta la abertura de la caverna escuché con 
Poca e: Creí oir las voces de los indios á muy 
laa IStancia en direccion del campamento. El 
or a tinuó una ó dos horas. De pronto una 
nte € explosion estremeció las rocas: era evi- 
id una bomba que habia estallado. En 
ciPitade oí gritos de terror, luego el galope pre- 
en silo o de muchos caballos, despues todo quedó 
que Acio. Pensé que los indios habian dejado 
Ue le Ugar; pero no podia darme cuenta de lo 
Me, “»b habia obligado á huir tumultuosamente. 
Arde ya supe á qué atenerme. Vuestras con- 
  
jeturas fueron fundadas. Habian arrojado una 
bomba dentro de una de las hogueras; la mecha se 
inflamó y el proyectil estalló matando á muchos 
salvajes. Creyeron reconocer en aquello la mano 
del Gran Espíritu. Así es que recogiendo con pre- 
cipitacion lo que mas tentó su codicia del botin, 
montaron en seguida á caballo y dejaron aquellos 
lugares. Al llegar la noche creí oir ruido por el 
lado del campamento, é imaginé que los indios 
habrian vuelto. 
»Cuando estuvo del todo oscuro, probé á arras- 
trarme; pero no pude, y hube de tener paciencia 
toda la noche, sufriendo mucho por mi herida, y 
oyendo aullar á los lobos. Aquella fué una noche 
terrible. 
»Al despuntarel dia ya nooínada. A la entrada 
de mi caverna, vi un árbol muy conocido de nues- 
tros mineros. Era una especie de pino que los me- 
jicanos designan con el nombre de piñon, y cuyo 
fruto, en forma de cono, alimenta -á millares de 
infelices salvajes que vagan en el gran desierto 
occidental, entre las montañas Pedregosas y la 
California. Si hubiera podido arrastrarme sola- 
mente hasta el pié de aquel árbol, hubiese encon- 
trado sin duda algunos de aquellos frutos en el 
suelo. Esta esperanza me dió la fuerza necesaria 
para salir de mi escondrijo. Solo habia veinte pasos 
para llegar hasta allí; pero estaba tan débil y mi 
herida era tan dolorosa, que gasté mas de media 
hora para hacer aquel trayecto. Con gran alegría 
encontré el suelo cubierto de frutos. Despojé mu- 
chos de ellos de sus cortezas y devoré la pulpa, 
consiguiendo así calmar mi hambre. 
»Pero otra necesidad mas terrible aun me ator- 
mentaba: estaba medio muerto de sed. ¿Podria 
arrastrarme hasta el campamento? La posicion del 
precipicio meindicaba que no habiaagua mas cerca 
Era pues necesario llegar alli ó morir. Con elagui- 
jon de este pensamiento emprendi el corto viaje 
de trescientos pasos, sin saber si podria llegar 
hasta su término. Apenas habia traspuesto seis 
pasos á través de los matorrales, cuando un pe- 
queño grupo de flores blancas llamó mi atencion. 
Eran las flores del árbol de la acedera, el csplén- 
dido lyonta, cuya vista llenó mi corazon de una 
dulce alegría. Me deslicé debajo del árbol, y 
cogiendo una de sus ramas mas bajas, la despojé 
de sus hojas suaves y rayadas que masqué con 
avidez. A esta rama siguió otra, despues otra to- 
davía, de suerte que el arbusto parecia haber sido 
ramoneado por un rebaño de cabras. Por fin mi 
sed quedó aplacada, y me dormí á la sombra re- 
frigerante del /yonia. 
»Cuando desperté, ya habia recobrado fuerzas 
y senti que el apetito me volvia. La calentura que 
habia empezado á apoderarse de mí, se habia casi 
disipado. Debi atribuirlo á la virtud de las hojas 
que comí, pues la sávia del árbol de la acedera no 
es solo un remedio contra la sed, sino tambien 
un poderoso febrifugo. Cogí una gran cantidad 
de hojas frescas, hice un manojo con ellas y volví 
al piñon, Mevándolas conmigo, pues me hubiera 
sido imposible volver á buscar mas antes de la 
noche, pues era para mí un viaje penoso, por 
mas que solo hubiese unos diez pasos de distancia 
de un árbol á otro. El mas leve movimiento. me 
ponia á la muerte. Pasé la noche debajo del puon, 
y despues de haberme desayunado, por la ma- 
ñana, con sus frutos, recogí una pequeña provl- 
sion de ellos y me trasladé junto al árbol de la 
acedera: permaneci allí todo el dia y volví despues 
con una carga de sus hojas al piñon. 
»Por espacio de cuatro dias y cuatro noches 
me estuve trasladando asidel uno al otro deaque- 
llos árboles bienhechores, y viviendo de las sus- 
tancias que ellos me proporcionaban. La fiebre fué 
dichosamente desapareciendo con el uso de las 
hojas del lyonia. Mi herida empezó á cerrarse y 
el dolor desapareció. Los lobos me visitaban de 
 
	        
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