LA GRANJA DEL DESIERTO. 25
lumbre. Maria estaba ocupada, en medio de los
ieeberos las cazuelas y los platos, limpiando y
vando aquellas vasijas en el agua limpida del
arroyo, El polvo de aquellas llanuras tan secas,
evantado por la galera durante la marcha, habia
cubierto todos aquellos utensilios de una espesa
“apa. Por lo demás estábamos perfectamente pro-
Vistos: unas parrillas, un gran caldero, dosfuentes,
Un puchero para la sopa, una cafetera, un moli-
nillo de café, media docena de tazas y de platos
8 estaño, con un surtido completo de cuchillos,
enedores y Cucharas, objetos indispensables para
Un viaje á través del Desierto.
>»No tardé mucho tiempo en cortar la leña, y
Mestro fuego pronto estuvo encendido y levantó
“4Mas brillantes. María tostó el café en una peque-
erion, y se puso á molerle. Yo tomé las par-
las y empecé á asar lonjas de carne, en tanto
ip Cudjo recogia una gran provision de habas
acacia, que asó para que nos sirviesen de pan,
Pues no teniamos ni trigo ni harina. Nuestras
Provisiones se habian agotado hacia muchos dias,
rante los cuales habíamos vivido con carne
pt y café. Estábamos muy acostumbrados á
Ste último artículo, del cual no nos quedaba ya
q de una libra, y era un verdadero lujo para
pos. No teníamos ni azúcar ni manteca; pero
ald era indiferente; pues todos los que viajan por
s pecto, encuentran exquisito el café sin los
Po prontos de azúcar blanco y de manteca espe-
Ns ln embargo, no teníamos precision de tomar
a estro café sin endulzarle, pues para ello nos
AStaba seguir el ejemplo de Frank, el cual des-
Dues de haber extraido los granos de la algarroba,
laspaba la pulpa melosa de las vainas, y ponien-
%áun lado sus residuos habia recogido ya un
en plato de azúcar. ¡Bravo, Frank!
> a grande arca que encerraba las provisiones
0 poo de la galera, y su cubierta, sobre la cual
Eiondimos un mantel, nos sirvió de mesa. Para
Po as, habiamos colocado piedras muy gruesas
derredor del arca. Nos sentamos, pues, para
"Mar aquel delicioso café, y comer sabrosas lon-
8 carne.
» En tanto que nos hallábamos colocados así,
¿"Servé á Cudjo cuyos ojos se movian de un lado
Otro y que gritó de pronto:
ay ¿ran Dios! ¡mi amo... mi amo... mirad hácia
»Cada uno de nosotros se volvió vivamente,
Duesestábamos sentados de espaldasá la montaña,
Ue era la direccion indicada por Cudjo. Enfrente
nan SOÍros, y por los costados de las altas coli-
tal cinco grandes objetos rojizos corrian con
Velocidad que al pronto crei que eran pájaros
A Volaban. Con todo, al cabo de algunos ins-
salt do reconocimos que eran cuadrúpedos; pero
e an con tal ligereza de un repecho á otro que
da era imposible distinguir sus miembros. Pare-
A pertenecer á una de las variedades de los ga-
+ eran algo mayores que las ovejas ó las ca:
ral en vez de mogotes cada uno de ellos
sal mas par de grandes cuernos retorcidos. Como
co an desde lo alto de las plataformas á otras
que ne mucho mas bajas, vimos con admiracion
o an dando volteretas en el aire, como si hu-
cea Nuno arrojados todos á la vez, desde una
» as, cabeza abajo
zan e «en un montecillo que se inclinaba, avan-
Sitio ácia nosotros, á menos de cien pasos del
Picio a que estábamos: terminaba por un precl-
ci Pa pado de sesenta á setenta piés de ele-
e Sobre la llanura. Los animales recorrieron
a toda la pendiente y continuaron su
8 ph asta la escarpadura de la montaña. Al ver
Bicho se detuvieron de repente, como para
nd Ocer le; entonces les descubrimos de lleno,
acándose del cielo con sus miembros gracio-
SYe : y
Y con sus largos cuernos retorcidos casi tan
grandes como todo su cuerpo. Creimos que el
precipicio les impedia ir mas lejos, y calculé si mi
carabina, que acababa de coger, podria alcanzarles
á aquella distancia. De pronto, con gran sorpresa
nuestra, el primero se arrojó de lo alto del preci-
picio y volteando por el aire, le vimos caer sobre
sus cuernos, rebotar á muchos piés de altura , dar
otro salto sobre sí mismo, colocarse sobre sus
piernas y quedarse quieto. Sin el menor recelo, el
resto de la manada hizo otro tanto, saltando uno
despues de otro como verdaderos volatines.
»El sitio en que cayeron no estaba á mas de
cincuenta pasos de nuestro campamento; mas
quedé tan sorprendido de su peligroso salto que
olvidé la carabina que tenia en la mano. Los ani-
males por su parte parecian tambien asombrados
al descubrirnos, pues no nos habian visto en el
primer instante. Los ladridos de los perros que
resonaron entonces, me hicieron volver en mi, y
advirtieron á nuestros visitadores el peligro de tal
vecindad. Se volvieron pues todos á la vez, y cor-
rieron hácia la montaña. Yo disparé á la ventura.
Supusimos que era perder la pólvora en salvas,
pues los cinco ganaron la falda del monte segui-
dos pe los perros. En un momento subieron á la
cumbre como si tuviesen alas; pero observamos
que uno de ellos habia quedado atrás, y parecia
ascender con dificultad. Los otros quedaron pron-
to fuera del alcance de nuestra vista. Pero el que
se habia rezagado, queriendo saltar desde un pun-
to elevado midió mal la distancia y cayó sobre
un lado de la montaña. Un momento despues le
vimos apresado por nuestros mastines.
»Cudjo, Frank y Enrique se precipitaron á la
vez sobre el monte, y volvieron bien pronto tra-
yendo el animal, que los perros habian acabado
de matar. Cudjo habia cargado solo con él: á pri-
mera vista nos pareció un gran gamo. Por sus
grandes cuernos rugosos, y por otras señales, ví
que era un argalí ó carnero salvaje, conocido por
los cazadores con el nombre de bagornia, y desig-
nado algunas veces en los libros con el de carne-
ro de las montañas Pedregosas. En su aspecto
general se aproxima mucho á la cabra ó al gamo
leonado, con un par de cuernos levantados sobre
la cabeza. Sabíamos que este animal no es malo
de comer, particularmente para gentes que se
hallaban en nuestra situacion. En cuanto con-
cluimos de desayunarnos, Cudjo y yo afilamos
nuestros cuchillos y le desollamos, colgándole
| junto á los restos del antílope. Los perros tuvie-
ron, por su trabajo, un desayuno á su gusto, y
nosotros viendo una buena provision de carne
fresca colgada en el árbol, y correr por debajo de
ella el agua límpida del arroyo, creíamos haber-
nos salvado ya del desierto.
»Nos sentamos para deliberar acerca de lo que
ibamos á hacer entre tanto. El bigornia y el antí-
lope nos aseguraban una provision de carne para
una semana lo menos. Pero cuando esta se hubie-
se acabado, ¿qué otros recursos podríamos pro-
porcionarnos? Bien pocos, en nuestra opinion.
En efecto, aunque hubiese en aquellos contornos
otros antílopes y otros bigornias, no podian ser
muchos, pues á juzgar por las apariencias, habia
por allí poca cosa para mantenerlos. Además no
era fácil matar otros, pues los animales que había-
mos cazado parecian haber sido conducidos cerca
de nosotros por la mano de la Providencia. Sabía-
mos que no era ni justo ni prudente seguir con-
tando con ella tan solo, y que nuestro deber nos
mandaba hacer cuanto estuviese de nuestra parte
para huir del peligro. Cuando nuestras provisiones
se hubiesen agotado, ¿qué deberíamos hacer para
reponerlas? Al cabo de una semana nuestro buey
estaria en mejor estado, y podria mantenernos
algun tiempo; despues nuestro caballo... despues
los perros, despues... teniamos la seguridad de
morir de hambre.
ea