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26 BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA.
pronderá mas saber que en aquella época no
existia ni el lago ni nada que se le pareciese.
» El terreno que ocupa en el dia, estaba cubier-
to de hermosa verdura con árboles aquí y allá,
unos aislados y otros formando grupos, lo cual.
daba á este espacio el aspecto de un parque. Bien
hubiéramos podido hacernos la ilusion de que
mas abajo existia una casa magnifica de la cual
aquel parque era una dependencia.
» No permanecimos allí mucho mas tiempo del
necesario para examinar el terreno. Sabíamos que
Maria estaria ansiosa por volvernos á ver, y vol-
vimos muy de prisa á la galera. Menos de tres
horas despues, el carruaje cubierto con su toldo
blanco como la nieve se detenia en medio del
claro; el buey y el caballo, aniquilados de fatiga,
devoraban con avidez aquellos ricos pastos. Las
niñas jugaban sobre el verde césped, á la sombra
de una copuda magnolia, en tanto que Maria,
Cudjo, los dos muchachos, y yo mismo, nos ocu-
pábamos de diversos trabajos preparatorios. Los
pájaros revoloteando en torno nuestro, charlaban
y gritaban con gran placer de mi pequeña fami-
lia. Venian muy cerca de nuestro campamento,
posándose en los árboles mas próximos: sin duda
estaban maravillados de ver que criaturas extra-
ñas como nosotros se hubiesen introducido en
sus dominios hasta entonces desocupados. En tal
caso no debíamos temer hallar á ninguno de nues-
tra especie en el valle. ¿No es extraño, que de
todas las criaturas fuese el hombre la única cuya
presencia nos causase temor?Sin embargo esta es
la verdad, pues sabiamos que respecto á séres hu-
manos no podríamos encontrar en aquel sitio mas
que indios, que son enemigos inéxorables.
» El fin del dia se aproximaba. Resolvimos no
hacer nada mas y descansar. Harto nos habíamos
fatigado conduciendo la galera hasta el cauce de
la corriente. Habia sido necesario ir apartando
las piedras, y muchas veces abrirnos paso con el
hacha por medio de la maleza. Pero las dificulta-
des estaban vencidas, y nos hallábamos tan con-
tentos como si hubiésemos encontrado una buena
habitacion. Cudjo encendió lumbre y colocó sobre
ella unos llares de los cuales colgó nuestras ollas
y calderos: los llares consistian en dos palos ahor-
quillados clavados en el suelo y una larga percha
colocada horizontalmente sobre las horquillas.
Así es como los que recorren los bosques forman
sus llares para guisar al aire libre.
» En poco tiempo nuestro caldero de campaña
quedó lleno de agua limpia, que no tardó en her-
vir esperando el aromático café. Los restos del
antílope colgados sobre el fuego fueron asados y
cocidos á la llama. María habia dispuesto la gran
arca cubriéndola con un mantel, lavado el dia an-
terior. Nuestras tazas y nuestros platos de estaño
bien limpios y brillantes como la plata estaban
colocados simétricamente. Terminados estos pre-
parativos nos sentamos en derredor del fuego, es-
perando que el apetitoso tasajo estuviese asado y
cocido del todo. Cudjo habia colgado aquel trozo
de carne al extremo de una larga cuerda, de suer-
te que por medio de un simple movimiento daba
vueltas continuamente sobre sí mismo, como si
hubiese estado sujeto al mejor asador del mundo.
De repente nos llamó la atencion un ruido que sa-
lia de los bosques que rodeaban el claro. Era un
ruido sordo semejante al crujido de las hojas secas
pisadas porlos gruesos cascos de unanimal. Todos
los ojos se volvieron inmediatamente hácia aquel
lado. Pronto tres grandes animales aparecieron
en la entrada del claro con la intencion evidente
de atravesarlo.
»Al pronto creimos que eran gamos. Cada uno
de aquellos cuadrúpedos ostentaba un par de
astas ramosas; pero al propio tiempo su gran
tamaño los diferenciaba de todas las especies que
habíamos encontrado ya. Uno de ellos era casi
tan grande como un caballo, y las prolongadas
astas que se elevaban muchos piés sobre su Ca-
beza le hacian parecer mayor todavia. ¡Pero
qué diferencia entre ellos y los gamos de los pat-
ques y de nuestros bosques! Eran dantas, 108
dantas de las montañas Pedregosas.
»Cuando hubieron salido del bosque, marcha-
ron de frente uno al lado del otro con paso segu:
ro que denotaba la confianza que tenian en SU
fuerza y en su gran tamaño, como asimismo €N
las formidables armas que llevaban en la cabeza
y cuyos efectos debian ser terribles para sus ené-
migos. :
»Al fin vieron nuestra carreta y el fuego, obje"
tos desconocidos para ellos hasta aquel dia. P%
detuvieron de pronto, sacudieron la cabeza, 25"
pirando el aire, y siguieron examinándonos du-
rante algunos instantes con expresion de Sol"
presa. '
—>»Ahora van á huir, murmuré al oido de MI
amigo Cudjo; dentro de un momento correrál
velozmente y pronto se verán á salvo de la bala
de mi carabina.
» Yo habia empuñado el arma desde que se pré"
sentaron y la tenia dispuesta entre mis pierna$
Enrique y Frank habian cogido tambien sus €5
copetas.
—»¡Qué lástima, amo Roff! dijo Cudjo, todos
estar gordos como cerdos.
»Me pregunté á mí mismo si haria bien PM
aproximarme un poco á ellos; cuando con gral
sorpresa nuestra, en vez de retroceder hácia 108
bosques, dieron aun algunos pasos adelante, Y
se detuvieron de nuevo, sacudiendo la cabeza Y
olfateando el aire como habian hecho poco antes:
He dicho que aquello nos sorprendió á todof,
porque habiamos oido referir que el danta era 0l
extremo prudente. Esto era cierto cuando cono”:
cieran el peligro; pero la mayor parte delo$
animales de la especie de los antílopes y 4%
los gamos, no dejaban nunca de aproximarse.
un objeto nuevo para ellos. Su curiosidad habil
disminuido la distancia que nos separaba, y esp”
ré que aun vendrian mas cerca de nosotros. PO
eso encargué á mis compañeros que permant”
ciesen quietos y que no hiciesen ningun ruido.
»La galera con su gran toldo blanco parecia
ser el objeto que mas habia llamado la atencion 4
nuestros extraños visitantes. La miraban con ojo?
asombrados. Despues dieron aun algunos pasó
hácia adelante, deteniéndose de nuevo: avanzY
ron por tercera vez y volvieron á pararse. | 1
»Como la galera estaba á alguna distancia an
sitio en que nos hallábamos sentados cerca de
fuego, sus movimientos para aproximarse la “* A
locaban algunas veces entre ellos y nosotros. Pel ¡
el jefe de la manada se puso de lleno á tiro de M
carabina. No quise esperar mas, y apuntándole Y
sitio que creí mas cerca del corazon apreté el En
tillo. ¡Le erré! grité viendo que los tres animale”
volvian atrás yéndose como si nada hubiese o
rido. Lo que nos pareció extraño fué que no g2 ó
paban como hacen los gamos, y que marchaba
al trote con tanta velocidad como un caballo
escape. de
» Los perros, que Cudjo habia sujetado uaso
entonces por el cuello, fueron soltados y 108 pe 5
siguieron ladrando. Dantas y perros se perdierós
bien pronto de vista; pero durante algun temp
oimos el ruido de las er que pisaban y la pe
secucion de los perros por entre la maleza. 15
»No creí que nuestros mastines tuviesen 15
suerte de alcanzarlos y no estaba muy dispuet.
á seguirles. Mas de pronto oí la voz de los no.
que pasó de los ladridos á los aullidos de fur a
como si estuviesen empeñados en un gran 00
bate. do
—»Tal vez he herido á la res, y habrán acabade
4 » qué
por alcanzarla... Vamos, Cudjo, corramos á ver 4