Full text: La granja del desierto

  
  
  
€s eso. Muchachos, vosotros quedad al lado de 
Vuestra madre, y cuidad de ella. E 
»Cogí la carabina de Enrique, y acompañado de 
Cudjo, atravesé el claro y seguí la pista del danta 
y de los perros. Al penetrar en el bosque obser- 
Vé que las hojas estaban manchadas de sangre. Cor- 
Timos entonces con mas velocidad á través de los. 
CSpesos matorrales. Yo adelantaba á mi compa- 
llero que era menos ligero que yo, y guiado por 
2 VOZ enronquecida de los dogos llegué muy 
Pronto al sitio del combate. El danta estaba arro- 
lllado y se defendia con sus cuernos, en tanto 
QUe uno de los perros tendido en tierra aullaba de 
Olor. El otro aun seguia luchando, y se esforza- 
da Por coger al animal por detrás, pero este gira- 
2. en redondo sobre sus rodillas, como sobre un 
eJe, y le presentaba sus cuernosamenazantes por 
el ado por donde queria atacarle. 
hi > Temí que el danta acabase por coger á mi va- 
lente perro, y disparando apresuradamente corrí 
IN esperar mas á rematar al animal con la cula- 
€ mi carabina. Le dirigí con todas mis fuerzas 
Un culatazo á la cabeza; pero erré el golpe, y á:im- 
Ulso del esfuerzo que habia hecho caí precisa- 
sente en medio de sus ramosos cuernos. Solté al 
Astante la carabina, y agarrando las astas del 
ata por sus extremos traté de escapar; pero no 
ve tiempo para ello. El animal se levantó sobre 
US piés y con un vigoroso golpe de cabeza me 
ojó por el aire á una gran altura. Caí sobre una 
Spesa red de malezas y de ramas; pero pude 
ABarrarme á una de ellas y ya no me solté, de- 
endo á esto mi salvacion. AA 
*El animal furioso saltaba debajo de mí, admi- 
Ci de no poder alcanzarme. Positivamente si 
pubiese caido en tierra en vez de sostenerme en- 
"e las ramas me hubiera hecho pedazos. 
E vi Durante algunos momentos permanecí inmó- 
Ml en el sitio á que habia sido arrojado, mirando 
0 que pasaba debajo de mí. El perro continuaba 
1 ataque; pero indudablemente intimidado por 
A falta de su compañero se concretaba á morder 
danta cuando podia cogerle de lado. El otro 
Derro tendido sobre la maleza continuaba lan- 
“Ando aullidos. 
»a 
trech 
tar O en su carrera, apareció entonces. Le ví gi- 
0 
on admiracion el blanco de sus ojos cuando 
CScubrió la carabina en el suelo sin verme en 
guna parte. Apenas tuve tiempo de lanzar un 
e para advertirle; el danta acababa de aper- 
ta irle, y bajando la cabeza se lanzó sobre él sol- 
do un mugido prolongado de furor. 
0 > Temblé por mi fiel servidor y amigo. Llevaba 
Ste una fuerte lanzaindiana que habia encontrado 
0 el campamento, despues de la matanza de mis 
OMpañeros, pero no esperaba que fuese capaz 
$ rechazar un ataque tan impetuoso: le crei pa- 
apizado or el terror, y esperaba verle sucumbir 
'avesado por los agudos cuernos del danta. Pero 
a abia equivocado completamente respecto á 
an tevision de mi valiente Cudjo. Cuando los 
MacOS estuvieron á dos piés de su pecho, saltó 
1 poramente detrás de un árbol y el danta pasó ade- 
po con furia. Aquel movimiento habia sido tan 
é Uco que creí atravesado á Cudjo; pero pronto 
Ni Vi hundir su lanza en el costado del animal. 
- "gun torero hubiera podido dar en toda Espa- 
Un golpe semejante con mas destreza. 
era O lancé un grito de alegría, viendo aquella 
A res rodar por el suelo, y bajando del sitio 
le que habia quedado colgando corrí á ella. Al 
pe E encontré al danta qe de las convulsio- 
Victi e la muerte y á Cudjo contemplando á su 
X e con un aire alegre y triunfante. 
Se br, mo, dijo Cudjo con una gravedad en que 
ó raslucia el orgullo del vencedor: amo Roff, 
ba2:0 ha dado buena cuenta de la bestia, por de- 
10. de su quinta costilla: ella no maltratar mas 
udjo, á quien yo habia adelantado un gran 
  
LA GRANJA DEL DESIERTO. 27 
al pobre Castor.» Y Cudjo acariciaba al perro que 
habia sufrido mas por las cornadas del danta. 
» Enrique que habia oido el ruido de la lucha 
no tardó en reunirsenos. No habia podido per- 
, manecer mas en el campamento. Afortunadamen- 
te encontró su carabina en buen estado. Entre 
tanto Cudjo sacó su cuchillo y se puso á descuar- 
tizar al animal con todas las reglas del arte. Bien 
pesaria un millar de libras, y nos hubiera sido 
imposible trasportarle sin recurrir al caballo y al 
buey. Por eso nos decidimos á desollarle y destro- 
zarle allí mismo, para lo cual fué necesario volver 
al campamento á fin de buscar los instrumentos 
necesarios, y de dar cuenta al propio tiempo de 
lo que nos habia ocurrido. En seguida volvimos 
á terminar nuestra operacion. Antes de ponerse 
el sol, teníamos cerca de mil libras de carne fresca 
colgada de los árboles que rodeaban nuestro pe- 
queño campamento. 
XIV. 
EL CARCAJÓÚ. 
A la mañana siguiente nos levantamos bien 
temprano. Nos desayunamos con las costillas del 
danta y con café; despues pensamos lo que corria 
mas prisa hacer. Poseíamos suficiente carne para 
una larga jornada. Noteniíamos que hacer mas que 
prepararla para que pudiese conservarse; pero 
¿cómo conseguirlo cuando no teníamos la menor 
cantidad de sal? Esta dificultad nos pareció un 
momento insuperable; y digo un momento, pues 
no tardé mucho en recordar que la carne puede 
conservarse sin sal, por medio de un procedimien- 
to que se usa con gran frecuencia entre los espa- 
ñoles y en las comarcas donde la sal es rara y 
cara. Este método lo usan especialmente los tram- 
peros y los cazadores, que quieren conservar la 
carne de un toro ó de otro cualquier animal que 
tienen la suerte de matar. La carne preparada así 
se llama tasajo en español. 
»Cudjo y yo procedimos en seguida á poner- 
lo por obra. Encendimos desde luego un gran 
fuego, en el cual arrojamos muchas ramas de ma- 
dera verde recientemente cortadas. La llama se 
levantó lentamente envuelta en una espesa nube 
de humo. Plantamos muchas estacas en el suelo, 
alrededor del fuego, atando cuerdas de unas á 
otras. Los cuartos del danta fueron echados á tier- 
ra en seguida, y puestos los huesos á parte, corta- 
mos la carne en lonjas, ó tiras de tres piés de 
largo próximamente. Estas tiras fueron colgadas 
de las cuerdas y expuestas así al humo y al calor 
del fuego, de modo que no llegasen á asarse. Des- 
pues, ya solo tuvimos que cuidar la lumbre, y 
- Mirar de vez en cuando si los lobos ó los perros 
trataban de cogernos los trozos de carne que col- 
gaban de las cuerdas. Al cabo de tres dias, la carne 
del danta estuvo seca, y buena para trasportarla 
á largas distancias, sin peligro de corromperse. 
»Durante aquellos tres dias no nos separamos 
del campamento. Hubiéramos podido procurar- 
nos mucha mas caza saliendo en su busca; pero 
teníamos bastante para nuestras necesidades; ade- 
más no estábamos en disposicion de gastar sin 
motivo el menor grano de pólvora, y por último 
habiamos descubierto en los alrededores algunas 
huellas de osos y de panteras. No deseábamos en- 
contrar ninguno de aquellos huéspedes en la es- 
pesura de los oscuros bosques; y á fin de evitar 
que alguno de ellos visitase nuestro campamento 
por la noche, teniamos cuidado de mantener ho- 
gueras encendidas en torno nuestro, mientras 
dormiamos. Entre tanto no careciamos de carne: 
fresca aun de la mas delicada y exquisita. Habia 
conseguido matar un pavo salvaje que habia en-. 
trado en el claro en compañía de otros muchos y 
que sorprendí antes que nos hubiesen visto. Era, 
 
	        
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