34 BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA.
minutos, y vi á muchos de ellos que habian hui-
do á los islotes mas lejanos, arrojarse al agua y
venir nadando hácia mi lado. En tanto que los
observaba, oí de pronto un ruido sordo entre las
hos caidas junto al dique; levanté los ojos y des-
cubrí al gloton ártico que volvia con presteza
hácia el parapeto. Con todo, contra lo que yo es-
peraba, en vez de deslizarse por detrás del dique,
como la primera vez, le ví asirse con sus largas
uñas al tronco de un árbol y trepar sobre él, te-
niendo cuidado de mantenerse en el lado opuesto
al lago. Las ramas de aquel árbol avanzaban ho-
rizontalmente sobre el parapeto. En un instante
el gloton ártico alcanzó una de aquellas ramas y
se tendió encima de ella, sobre su vientre, miran-
do hácia abajo.
» Apenas se hallaba colocado en esta nueva po-
sicion, cuando una media docena de castores, cre-
yendo sin duda que su enemigo se encontraba le-
jos, treparon por el parapeto, sacudiendo sus an-
chas colas como antes; pero no bien llegaron al
extremo del dique cuando el gloton ártico se le
vantó sobre sus patas y enderezó las orejas pronto
á saltar sobre su presa. Entonces llegó mi vez, le-
vanté el cañon de mi carabina y le apunté al co-
razon. Al ruido del disparo, los castores sorpren-
didos se precipitaron dentro del agua, en tanto
que el gloton ártico caia del sitio en que se habia
encaramado, y rodaba indudablemente herido.
Corri á él y le descargué un golpe con la carabina
para rematarle; pero ¡cuál fué mi sorpresa! Aquel
feroz animal asió la culata con los dientes y casi
la destrozó á bocados. Entonces le arrojé gruesas
piedras, en tanto que él se esforzaba 4 cada paso
para asirme con las garras. En fin pude darle
un hachazo y espiró. Era un mónstruo horrible
- parecido al carcajú que habia muerto á nuestro
- buey junto al campamento; solo que era mucho
mas pequeño. No traté de llevarme su cadáver,
pues era un peso inútil. Además, como exhalaba
un hedor fétido, no tardé en alejarme lo mas
pronto posible. Le dejé pues all!
ii donde habia cai-
do y emprendi la vuelta al campamento por el
camino mas corto.
XVI
No UNA CASA DE TRONCOS DE ÁRBOL.
» No necesito deciros la alegría de mi mujer y
de mis hijos cuando les hice, á mi vuelta, la rela-
cion de lo que habia visto y de mi aventura con
el gloton ártico. La cuestion de saber si nos queda-
ríamos en el valle quedó resuelta desde que tuvi-
mos la conviccion de que nuestro nuevo lago era
debido áuna esclusa fabricada por castores. Aque-
lla era para nosotros una fuente de riquezas mas
abundante que ninguna posesion en las minas de
Méjico, y que las mismas minas. La piel de cada
castor valia cerca de cuarenta francos, y habia un
centenar de ellos ó quizás mas; pero como estos
animales producen anualmente cuatro ó cinco ca-
chorros por pareja, pronto se multiplican pormi-
llares. Nosotros podríamos vigilarlos, proporcio-
narles alimento y destruir los glotones árticos y
los demás enemigos que tuviesen en el valle: de
este modo su número aumentaria mas de prisa, y
para impedir que llegasen á ser demasiados, solo
tendríamos que apoderarnos de los mas viejos y
conservarlos jóvenes por espacio de algunos años,
con lo cual podríamos volver á la vida civilizada,
llevando con nosotros una cantidad suficiente de |
aquellas preciosas pieles, para adquirir una for-
tuna considerable. E
» Desde entonces ya fué una deliciosa perspec-
tiva la que se nos ofrecia al establecernos en
aquel lugar: creí que no podríamos hacer nada
mejor, y aunque hubiese tenido á mi disposicion
dos bueyes nuevos, no hubiera partido en aquel
moniento. Lo que María habia dicho chanceán-
dose, parecia haberse convertido en realidad, y
todavía podíamos hacer fortuna en el desierto.
>Aquel fué, pues, un punto resuelto: estába-
mos determinados á quedarnos.
»Lo primero que habia que hacer era proveer-
nos de una habitacion; no podíamos pensar mas
que en una casa de troncos de árbol, lo cual era
para Cudjo un bagatela. Durante nuestra perma-
nencia en Virginia, habia construido dos ó tres
en miposesion, y ninguno era mas hábil que él en
este género de trabajo. Nadie sabia cuadrar mejo!
los troncos, ni cortar las tablas, ni empalmarlas.
ni colocar las vigas en su sitio sin emplear un
solo clavo; nadie, en fin, mejor que Cudjo, era
capaz de dar solidez á los muros, de revestir con
tierra una chimenea y de poner una puerta. Pue-
do asegurar que no hay en el mundo un arqui-
tecto mas hábil para construir una casa de ma-
dera. i
»Las distintas clases de madera de carpinteria
á propósito para tal objeto, las teníamos á la
mano y en abundancia, sobre todo los talípero$
con sus grandes troncos tan esbeltos que se ele-
vaban mas de cincuenta piés sin una sola rama-
El hacha de Cudjo resonó durante dos dias ente-
ros en el bosque. A cada instante, el estallido de
los árboles derribados despertaban los ecos del
valle. Frank, Enrique y yo, con la ayuda de
nuestro caballo Pompo, trasportábamos los tros
cos de árbol al sitio que habia sido elegido pará
construir la casa.
»El tercer dia Cudjo labró la madera, y á la mar
ñana siguiente levantamos los muros formando
un cuadro. El quinto dia se empleó en colocar la$
puertas y las vigas.
»El sexto, Cudjo se puso á trabajar en un gran
tronco de encina que habia derribado y cortado
en pedazos de cuatro piés de largo, desde el prin-
cipio de nuestras operaciones. La madera se habia
secado del todo y podia cortarse fácilmente, 10
cual hizo Cudjo con su hacha y con cuñas.
»Al ponerse el sol ya tenia junto á sí una pila
de tablas de un volúmen igual á nuestra galera Y
bastante considerable para formar el techo de
nuestra casa. Yo empleó aquel dia en preparar la
arcilla para revestir los muros y las chimeneas.
»El séptimo dia, que era domingo, descansa-
mos. Habíamos resuelto observar siempre laS
fiestas. Los ojos del hombre no nos veian; pero
sabiamos que el ojo de Dios estaba fijo en nos-
otros, aun en el fondo de aquel retirado valle.
»Nos levantamos como de costumbre; despues
del desayuno, la Biblia fué traida, y ofrecimos 2
Señor el único sacrificio que podia serle agradar
ble; el de nuestras humildes plegarias. Marl2
habia estado muy ocupada toda la semana, y 1aS
niñas fueron vestidas como de dia de fiesta. Las
Mevamos con nosotros á dar un paseo por el lad0
del lago á alguna distancia de sus orillas. L08
castores habian estado ocupados tambien en suS
construcciones, como nosotros. Sus casas se velal
ya sobresaliendo del agua en forma de conos»
anas junto á los bordes, otras sobre los pequeño8
islotes del lago. Habia una de aquellas chozas 4
la cual pudimos aproximarnos, y la examinamoS
con la mas viva curiosidad. Estaba solo á algunoS
pasos de la orilla, pero en un sitio en donde e
agua era profunda delante de'su fachada. Bra
casi cónica, semejante á una colmena de abejas,
y construida con piedras, madera y mortero meZ?
clado con yerba. Una parte estaba debajo de
agua; pero aunque no pudimos ver su interlol
s que existia un piso al nivel del a.
pues distinguiíamos las extremidades de las vig*'
que sostenian el segundo suelo de tablas. La en-
—trada se hallaba sumergida, de suerte que part
salir de su casa, el castor necesita siempre zan”
bullirse; pero esta precaucion parece que es pard